En estos días de definiciones cruciales, rumbo a las elecciones, es interesante observar las ofertas para evaluar quién puede encarnar esa dificultosa y larga tarea de reconstrucción de temas como la educación.
Carlitos Tevez, ese ganso que nos alerta la tragedia educativa
"Yo no me titulé ni estoy pensando en titularme, no me quiero dedicar a ser abogado nunca. Tampoco a ser político... Pero a mí lo que me gustaría realmente es escribir, ése es mi plan, pero yo le tengo un profundo respecto al oficio, entonces no creo que sea una cuestión de llegar y hacerlo... Lo que sí quiero hacer es dedicarme dos años a tratar de escribir en serio. Quiero hacer un libro de ficción, una novela".
Gabriel Boric, actual presidente de Chile, en julio de 2018. Fue elegido por amplia mayoría en 2021
Alrededor de 390 a. C. los galos invadieron Roma. La leyenda cuenta que una de sus tribus, los Suenones, cruzó los Alpes para ofrecer sus servicios mercenarios. Temerosos, los habitantes de una ciudad etrusca en la Toscana pidieron ayuda a las fuerzas romanas. En una refriega fue muerto un jefe importante de los galos. Sus compañeros exigieron la entrega del matador, pero como se trataba del hijo de una familia romana importante, los Fabios, la petición fue denegada. Fue así como, comandados por Breno los bravos galos pusieron camino a Roma y vencieron la resistencia que se les presentó cerca del río Alia. Derrotados, los defensores huyeron en desbandada y hasta olvidaron cerrar las puertas de la ciudad para defenderla. Los galos entraron a sangre y fuego. Marcharon al Senado, donde los senadores los esperaron como una forma de dignidad, pero fue inútil. Los asesinaron y emprendieron un salvaje saqueo donde se perdió toda la documentación romana del pasado. Por eso de ahí en más la historia se construyó sobre el mito. Los sobrevivientes marcharon raudos hacia la colina del Capitolio, que les permitiría defenderse. Un anochecer los galos ascendieron sigilosos por el monte para completar su faena. Los centinelas y sus perros guardianes se habían dormido y no advirtieron la operación. Cuando los atacantes estaban a punto de terminar con la masacre, los gansos sagrados del templo de Juno, que esperaban para ser sacrificados, se asustaron y empezaron a graznar desesperados haciendo un gran estruendo. Los ruidos despertaron a los romanos y pudieron defenderse. Desde lo alto repelieron a los atacantes con sus últimas fuerzas. La trifulca se terminó con la entrega de una gran cantidad de oro a los ávidos galos para que se marcharan. Desde entonces, y durante mucho tiempo, al menos hasta la llegada del Cristianismo, se conmemoró esa luctuosa jornada sacrificando perros. Se consideraba que no habían sido buenos guardianes. Los sacrificios eran en honor de los gansos. Un premio a la atención.
Por eso los gansos simbolizan a los espíritus despiertos que tienen la virtud del estar atentos para alertar de los peligros. Es la reivindicación de los débiles que no pierden la atención y están disponibles. Ya hemos visto como a lo largo del tiempo el actual director técnico de Independiente de Avellaneda, Carlos Tevez, ha oficiado como aquellos gansos de Roma. Lo ha hecho alertando sobre dificultades que se presentan en la educación. Él, que aparenta ser un muchacho poco cultivado, sin embargo está alerta y tiene una especial sensibilidad para los temas educativos. Es innato, pues él mismo ha contado que su experiencia en la escuela fue fallida. Esta vez contó que tres jugadores del plantel rojo le confesaron que no sabían sumar ni restar. Lo descubrió en una práctica por demás interesante. Basados en las neurociencias, a esos deportistas de alta competición los exigen físicamente y con déficit de oxígeno los hacen pensar a través de un ejercicio matemático para medir la velocidad de sus reacciones. En la cancha, la capacidad de pensar rápido y decidir en medio de la agitación puede ser determinante para hacer un gol, para evitarlo o para concretar un pase adecuado. Pero lo curioso es que le sirvió a Tevez, siempre preocupado por la educación, para detectar tres chicos que le confesaron no saber sumar. Se puede inferir que es muy posible que tampoco comprendan un texto y que quizás no puedan leerlo siquiera. Es importante recordar que en la Argentina hoy todos los chicos transitan la primaria y entran en la secundaria. Carlitos, que tiene una cruzada con este tema, hizo dos acciones inteligentes. En primer lugar, introdujo a los jóvenes jugadores en un programa escolar para instruirlos. Pero segundo, y tan importante como esa reparación, lo contó públicamente para que nos demos cuenta dónde estamos parados. Fue una vez más el ganso que alerta al resto. Contrasta con lo que durante años se ha hecho con la alfabetización, ocultando los magros aprendizajes en masivos grupos de chicos y chicas en todo el país que no aprenden a leer y no comprenden textos.
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Ese permanente interés de Tevez por la educación, que se comprueba en sus ya repetidas intervenciones públicas, interpela al resto de la sociedad. Sus apariciones en los medios aludiendo a la necesidad de educar con efectividad, que se pueden rastrear en internet en programas de alta audiencia con Susana Giménez o Alejandro Fantino, tienen una fortaleza tan valorable como cualquier congreso de especialistas o intervención de funcionarios. Con algo a favor, Carlitos pone en la agenda de la deliberación pública el tema con una potencia que ni especialistas ni funcionarios podrían conseguir. No se trata de elegir entre unos u otros, sino de procurar una articulación inteligente y colaborativa de todas esos protagonistas para lograr resultados educativos. Se necesitan "influencers" como Tevez en yunta con la academia y la política. Esa fórmula puede ser la vía que la Argentina todavía no encuentra para salir del atolladero educativo. Sobre todo si cada uno cumple bien y generosamente su papel.
En estos días de definiciones cruciales, rumbo a las elecciones, es interesante observar las ofertas para evaluar quién puede encarnar esa dificultosa y larga tarea de reconstrucción de temas como la educación. Los populismos encaran las propuestas por el lado cuantitativo y la circunscriben a un tema de inversión. Massa ofrece ilusorios "planes platita" en versión educativa, sin evaluación de impacto y de calidad de la inversión. Milei, motosierra en mano, apenas aspira a que la plata se gaste de otra manera mediante vouchers. De los objetivos de la enseñanza ni se habla, apenas hay balbuceos. Además es peligrosa su política porque, en un contexto de abrumadora desigualdad, propone que estudiar no sea obligatorio. Bullrich va por la vía republicana y parte de asuir la tragedia educativa y le contrapone equipos técnicos y políticos y planes factibles. El viejo "sangre, sudor, trabajo y lágrimas" de Churchill, contra la magia que va de Mandrake al Mago Fafá.
El contexto de volatilidad del voto ubica al país frente a un final abierto y ante la incertidumbre de cuáles son las motivaciones y expectativas del votante. Un experimentado periodista porteño comentó en rueda de amigos: "En las PASO imperó el voto bronca, para las generales ha aparecido otro elemento: el miedo. Y eso hace muy incierto el resultado". En esa línea vale la pena contrastar los sugestivos cambios en el votante argentino con lo sucedido en Chile en el proceso que llevó a la presidencia a Gabriel Boric. Luego del estallido social de octubre de 2019 Chile se sumió en un rotundo cambio de las preferencias políticas y se produjeron varios fenómenos. La suma de los enojos que le estallaron en la cara a Sebastián Piñera pulverizó el sistema de partidos políticos y permitió un coordinado trabajo de diversas minorías intensas que se encargaron de sembrar el caos y la violencia. Actuaron ayudados por la sorpresa y el previsible desborde represivo de los carabineros. Mientras grupos muy bien organizados destruían todo, incluso bienes públicos como el muy moderno Metro de Santiago, una gran cantidad de ciudadanos en las calles observaban y daban su apoyo implícito o explícito a los violentos. Los unía su propio enojo a esas fuerzas disolventes. Pero lo particular es que cada uno lo basaba en motivos distintos: el restringido y caro acceso a la salud y a la educación, las dificultades del transporte, los problemas de vivienda, etcétera. En un país con indicadores económicos a la cabeza del continente, su población pedía equidad, oportunidades, es decir acción estatal moderna para mejorar lo que el mercado no mejora, ni ha mejorado nunca en ningún lugar. Pero además había infinidad de reclamos individuales que se sumaban a esos motivos más estructurales. Se multiplicaban pedidos por créditos, por seguridad, por endeudamientos, por servicios, por actividades, por sectores, hasta por anécdotas individuales. Entre los escombros, en la televisión chilena se oían los reclamos de vecinos por motivos vecinales o hasta personales. Con la protesta estallada, todo cabía. Se había desatado un enojo colectivo alentado por causas muy diversas. Y en ese clima se votó por candidatos que no representaban a la vieja partidocracia sino a los muchos grupos que habían tomado la calle. Un "que se vayan todos" a la chilena. La segunda vuelta presidencial del 19 de diciembre de 2021 consagró al líder estudiantil Gabriel Boric, de 36 años, con escasa experiencia política y sin siquiera haber terminado su carrera de abogacía. Pasó de manifestante a presidente. Lo hizo con la más amplia participación electoral de todos los tiempos, en un país donde el voto es voluntario. Votaron 8,3 millones de ciudadanos. Fue elegido con el 55,8%, contra un candidato de ultra derecha. Sacó 4.620.890 votos, la mayor cantidad en la historia de su país. Nada mal para el muchacho que no quería ser político y dedicarse a escribir una novela, pero que destacó la necesidad de tener oficio para hacerlo. ¿Para ser presidente no se necesita oficio?
Ver: Quincho: Unión por Massa, el gabinete de Cornejo y #LasHerasGate capítulo 1.000
Hay un punto de contacto entre aquella votación chilena y la actual argentina: el enojo de los votantes. Por eso vale la pena un pequeño tour por lo sucedido. Boric llegó a la presidencia con una enorme aceptación que se volatilizó rápido. Una cosa era manifestar en las calles como dirigente estudiantil reclamando imposibles a los gritos y otra sentarse en la Casa de la Moneda y firmar los decretos. Pero lo más interesante es lo que sucedió con el proceso de reforma constitucional. La asamblea surgida de aquel clima de molestia y estallido consagró a unos constituyentes que presuntamente representaban a los enojados. Fue así como elaboraron, con el apoyo del presidente Boric, un texto híper voluntarista y revolucionario. Las minorías intensas habían copado la opinión y la voz del pueblo. El texto fue ampliamente difundido y analizado por la población. Pero cuando se lo sometió al voto del conjunto fue rechazado por el 70% de los chilenos. Prueba de que los que más gritan no necesariamente representan el sentir mayoritario. Y mucho menos tienen razón. Hubo una nueva elección de constituyentes. ¿Resultado? Se conformó una nueva asamblea con preponderancia de la derecha y la ultra derecha. Y ahí sigue Chile, sin tantos bríos como antes, sin mayores cambios, con algunos deterioros y con un presidente que ha ido tirando por la borda el lastre de sus viejos amigos contestatarios, pero inútiles para gobernar. Cada vez se parece más a un razonable presidente chileno como Lagos, Bachelet o, incluso, Piñera. Eso sí, crece su debilidad y tiene menos posibilidades de hacer cambios. La Argentina, con un sentimiento de enojo similar, no tiene esas instancias constitucionales que han marcado el ritmo en Chile y han ido acomodando las cargas. Está frente al dilema de tirarse al vacío o de buscar una salida sensata. Los chilenos tuvieron otra ventaja. El experimento lo hicieron con riqueza para repartir. La Argentina está cercada por la pobreza y el populismo gobernante no sólo ya se rifó el pasado, sino que hipotecó también el futuro. Ha gastado irresponsablemente a cuenta para sobrevivir en el poder. Ojalá los gansos graznen con fuerza y muchos estén dispuestos a escucharlos.