Adiós al agitador Mario Vargas Llosa, maestro del liberalismo

La escalada de insultos del presidente Milei con periodistas destacados contradice el espíritu tolerante del liberalismo. El Premio Nobel de Literatura fallecido esta semana ha analizado las ideas de la libertad.

Adiós al agitador Mario Vargas Llosa, maestro del liberalismo

Por:Jaime Correas

 "Todo liberal debe ser un agitador".

Friedrich August von Hayek, citado por Mario Vargas Llosa en "La llamada de la tribu" (2018)

"Las palabras siempre importan".

Mario Vargas Llosa, "La llamada de la tribu" (2018)

Cuando Mario Vargas Llosa eligió a quien dedicar una de sus novelas mayores, "La guerra del fin del mundo" (1981), pensó en un Brasil vivo y en otro histórico. Y, seguramente, en el diálogo entre el presente y el pasado cuando se apunta la mirada al futuro. Por eso la dedicó "A Euclides da Cunha, en el otro mundo; y, en este mundo, a Nélida Piñón". Ella era su amiga escritora brasileña que lo condujo por lecturas y caminos para conocer el territorio de lo que iba a ser esa hazaña literaria que recrea la guerra de los Canudos, desatada en 1897 en el nordeste del Brasil. Allí se movilizó un ejército de más de 10.000 soldados para enfrentar a las fuerzas irregulares reunidas por el predicador Antonio Conselheiro, el Consejero. Un santón que cuando se entera de que ha nacido la república decide tomar una hacienda abandonada de un noble en Canudos, pero se niega a pagar impuestos porque considera que el sistema republicano se opone a Cristo. Esa es la chispa que enciende la mecha de la contienda. La novela concreta la hazaña de poner en funcionamiento un complejo mecanismo narrativo con decenas de personajes y conseguir que ninguna pieza se salga de punto o se pierda para el lector. El novelista tira una y otra vez de cada cuerda para mantener una tensión de principio a fin. Es ágil, entretenida, divertida por momentos, trágica en otros, y sobre todo es una enorme reflexión política del paso del siglo XIX al XX y la consolidación de una república que tiene como antecedente a una monarquía muy particular como la trasladada al Brasil desde la corte portuguesa. La trama se desarrolla en el sertón, una zona semiárida donde El Consejero se rebela contra el cambio republicano y reúne a los terratenientes en su contra. Una clásica lucha de fines del siglo XIX entre los aristócratas feudales, los políticos que garantizan el status quo y el ejército como brazo armado al servicio de los poderosos contra los campesinos liderados por el santón. Hay dos personajes esenciales en la novela que completan el universo creado por Vargas Llosa: un frenólogo, el científico que investiga, y un periodista, el intelectual que dará cuenta día a día de lo que va sucediendo.

Euclides da Cunha (1866-1909), escritor, sociólogo, geólogo, periodista, geógrafo, filósofo, poeta, hidrógrafo, naturalista, ingeniero militar, entre otras actividades, escribió varios libros e innumerables artículos, pero se hizo famoso por "Los sertones" de 1902. Relata en esa obra clásica de la literatura de su país la campaña de Canudos, con sus variados personajes e increíbles peripecias, pero también da cuentas de la enorme región del sertón con sus particularidades geográficas, sociológicas, históricas y políticas. Se ha dicho que ese libro es al Brasil lo que "Facundo o civilización y barbarie" (1845) de Domingo Faustino Sarmiento es a la Argentina. Un libro inclasificable y total que influye hasta hoy en la mirada que brasileños y argentinos tienen sobre su país. Leer "La guerra del fin del mundo" es una fiesta a la que vale la pena entrar. En sus páginas habita una síntesis de lo mejor de su autor. La destreza literaria, la erudición histórica, la inteligencia política y, sobre todo, una conciencia plena de que el principal deber de una novela es entretener al lector.

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En 2018 Mario Vargas Llosa, que ya había recorrido un largo camino en la reflexión política e incluso en su práxis, porque había sido candidato a presidente del Perú, publicó un libro crucial donde recorre las ideas liberales, que hoy están tan en boga: "La llamada de la tribu". Es probable que haya sido él quien utilizó mucho antes que Javier Milei la expresión "las ideas de la libertad" en el discurso público. Esa expresión, que tanto el novelista como el presidente han usado como un mantra, tiene para el peruano un trasfondo de tolerancia, amplitud y antidogmatismo. En su obra recorre las principales cabezas ideológicas del pensamiento liberal: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich August von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean François Revel. Hayek es una de las principales fuentes de Milei y en el prólogo Vargas Llosa alude con admiración a Juan Bautista Alberdi, otro tótem mileísta. En la segunda vuelta electoral de 2023 contra Sergio Massa, el peruano junto al ex presidente Mauricio Macri y 8 ex presidentes latinoamericanos liberales emitieron un documento pidiendo el voto para el libertario. Fue curioso ver a un Premio Nobel de Literatura rodeado de 9 ex mandatarios apoyando a un candidato presidencial, pero muestra el compromiso que tuvo el novelista con la política concreta. En el prólogo a "El llamado de la tribu" hace un análisis del liberalismo que hoy adquiere importancia, en las actuales circunstancias de clima político en la Argentina: "El liberalismo no es dogmático, sabe que la realidad es compleja y que a menudo las ideas y los programas políticos deben adaptarse a ella si quieren tener éxito, en vez de intentar sujetarla dentro de esquemas rígidos, lo que suele hacerlos fracasar y desencadena la violencia política. También el liberalismo ha generado en su seno una ‘enfermedad infantil', el sectarismo, encarnada en ciertos economistas hechizados por el mercado libre como una panacea capaz de resolver todos los problemas sociales. A ellos sobre todo conviene recordarles el ejemplo del propio Adam Smith, padre del liberalismo, quien, en ciertas circunstancias, toleraba incluso que se mantuvieran temporalmente algunos privilegios, como subsidios y controles, cuando suprimirlos podía acarrear en lo inmediato más males que beneficios. Esa tolerancia que mostraba Smith para el adversario es quizás el más admirables de los rasgos de la doctrina liberal: aceptar que ella podía estar en el error y el adversario tener razón. Un Gobierno liberal debe enfrentar la realidad social e histórica de manera flexible, sin creer que se puede encasillar a todas las sociedades en un solo esquema teórico, actitud contraproducente que provoca fracasos y frustraciones. Los liberales no somos anarquistas y no queremos suprimir el Estado. Por el contrario, queremos un Estado fuerte y eficaz, lo que no significa un Estado grande, empeñado en hacer cosas que la sociedad civil puede hacer mejor que él en un régimen de libre competencia. El Estado debe asegurar la libertad, el orden público, el respeto de la ley y la igualdad de oportunidades".

Este magnífico ejemplo de reflexión puede enmarcar el enconado debate sobre el maltrato del presidente Milei a connotados periodistas. Arremetió esta semana con una violencia verbal inapropiada y condenable para la conversación pública contra Jorge Fernández Díaz, Carlos Pagni, Alfredo Leuco, Florencia Donovan y Joaquín Morales Solá. Los acusó de "impresentables", "operadores", "mentirosos seriales". Lo sucedido ha sido debidamente condenado por muchos sectores y ciudadanos, y justificado por otros, pero tuvo tres novedades muy relevantes que vale la pena poner en foco. Mientras Milei hablaba con Alejandro Fantino en una interminable charla por streaming e insultaba a periodistas muy conocidos, el entrevistador, con quien tiene una relación de amistad y confianza, lo instó a mirar para adelante, no hacer nombres y no prestarle tanta atención a la prensa.

La respuesta enojada de Milei fue tajante: "No me digas lo que tengo que decir... Yo soy así". Con lo cual dejó en claro que su actitud no la atribuye a una decisión política sino a su perfil psicológico. Un segundo episodio sugestivo fue la entrevista de Cristina Pérez, pareja del ministro Luis Petri, a Manuel Adorni. La periodista que también está en la pantalla de LN+, repudiada por Milei junto a Donovan, y que también ha sido crítica aunque sin recibir insultos, sugirió: "no se parezcan al kirchnerismo". El vocero y candidato reivindicó que su gobierno nunca llama a los medios para quejarse, como sí han hecho otras gestiones: "Nosotros, cuando tenemos una queja, la decimos públicamente y lo decimos ‘Mirá, Cristina, mentiste en esto, en esto y en esto'... Ahora... ¿No te gustan las formas? Bueno, qué sé yo. Esa es una discusión de tercer orden, me parece". Mario Vargas Llosa parece no acordar con Adorni cuando dice "las palabras siempre importan".

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Pero el momento estelar de este debate, que indudablemente es central al gobierno por el énfasis que le pone el presidente y no de tercer orden como postula Adorni, fue un posteo en X, transformado en una nota de opinión en Infobae, de Agustín Laje, el ideólogo presidencial en temas de la llamada batalla cultural. Milei reposteó por X los dichos de Laje y los calificó: "TREMENDA MASTERCLASS del gran @AgustínLaje!"

Laje abre un debate y desarrolla argumentos que son discutibles pero respetables. Y algunos son sólidos. Milei no argumenta: descalifica. ¿Cómo se discute un insulto o una descalificación personal? En la Argentina: con otro insulto u otra descalificación, con lo cual desaparece la conversación. Laje, por ejemplo, sostiene: "Solicitar que el Presidente se calle, no responda o no critique a quienes lo critican, no es una defensa de la libertad de prensa. Es una defensa del monopolio discursivo de la prensa, que es algo muy distinto. ¿Y no es esa, acaso, una verdadera ASIMETRÍA?" Laje no contesta a la situación planteada porque hasta ahora ninguno de los insultados le ha pedido al presidente que se calle, no responda o no critique, sobre todo porque no hace ninguna de esas tres cosas. No se calla, no responde y no critica: insulta. Lo que está en cuestión es si un presidente debe saldar una discrepancia en la conversación pública con un insulto o con argumentos en contra de lo que discrepa. Algo que Laje sí hace. ¿Hay modo de contestar al insulto? Hasta el momento, los periodistas insultados le han respondido en general del mejor modo: con indiferencia. O argumentando con calma. Ninguno ha insultado al presidente. La tarea de análisis de todos ellos seguirá adelante por la senda profesional, en el sentido que da Vargas Llosa a la tolerancia como esencial al liberalismo. Sucede así cuando priman las ideas de la libertad. Dentro de ellas el insulto no tiene espacio, porque sin dudas ataca a la libertad. Sobre todo porque frente a los insultos puede haber quien se sienta intimidado y es un principio liberal básico respetar la libertad que se afecta con la intimidación. Los argumentos no intimidan, los insultos sí.

La conclusión de Laje es: "el argumento de la asimetría no es válido para caracterizar la relación de Milei con la prensa. Y acusarlo de ‘poner en riesgo la libertad de expresión' por ejercer su derecho a responder críticas, no solo es falso, es directamente un absurdo." ¿Por qué después de ese remate de su masterclass Laje no agregó: "y todos los que no piensan así son unos pelotudos mandriles"? Porque hubiera clausurado la deliberación y toda su argumentación se habría caído a pedazos. Es una lástima que un buen polemista como Laje, además de su defensa parcial, no haya dicho qué opina sobre el hecho de que un presidente insulte a quienes opinan de un modo que no le gusta. Periodistas o no. Adorni lo minimiza. ¿Laje también? No está en cuestión el derecho presidencial a polemizar sino la violencia verbal utilizada. Y no es cierto que es un problema de forma. Es sin dudas de fondo.

En una de las semanas que más motivos tuvo el presidente para festejar desde que asumió, porque empezó a ver resultados cruciales, además de la baja de la inflación, en su dificultoso camino económico no sólo por el acuerdo con el FMI, la salida del cepo y la visita del secretario del Tesoro de Estados Unidos, sino también por la reacción del dólar y del comercio, es justo preguntarse, en sintonía con el sentimiento que expresan Fantino y Cristina Pérez: ¿por qué Milei siente la necesidad irrefrenable de insultar a periodistas en vez de festejar por genuinas razones con la sobria sabiduría de quien sabe ganar? Ser buen ganador es aún más difícil que ser buen perdedor. Hubiera sido mejor que en vez de ese raid que deja a la luz aspectos débiles de su personalidad y no la fortaleza deseable despidiera en redes a Mario Vargas Llosa, maestro indiscutido de las ideas de la libertad y fiel apoyo de su candidatura presidencial. La gratitud es una virtud liberal. El insulto no.