Dejé de usar WhatsApp durante un mes y así cambió mi vida

Dejé de usar WhatsApp durante un mes y así cambió mi vida

Por: Mendoza Post

Colegas del sitio Business Insider decidieron recientemente hacer un experimento bastante original: dejar de usar WhatsApp durante 30 días. FayerWayer recopiló el informe. ¿Son más las ventajas o desventajas?

Comienza el experimento

Son las 19:58 del 31 de diciembre de 2017 y, como si fuera un señal premonitoria de mi decisión, WhatsApp sufre una caída de servicio a nivel mundial ante el festejos del Año Nuevo en todo el mundo. Siento que es clarificador, una nueva demostración de hasta dónde estamos abusando de este tipo de servicios de comunicación y de su inmediatez, que nos puede acabar generando ansiedad.

Voy a dejar Whatsapp durante 30 días. Va a ser una experiencia emocionante. Comencemos hablando sobre mí y de dónde surge esta aventura de #30díassin… WhatsApp.

No tengo ningún problemita social

Soy un joven normal: contrato indefinido, 30 años, iPhone X y de los etiquetados por el resto de generaciones como millennial. Me recuerdo con un móvil pegado a la mano desde que me compré un Nokia 3310 (el teléfono con el mejor juego de la historia: el Snake II).

Desde hace algunos meses vengo meditando cómo WhatsApp ha cambiado nuestra forma de interactuar con el resto de humanos. Cómo la socialización ha permutado de forma inexorable de un “Te llamo desde casa cuando llegue” —en la época adolescente de nuestros padres— a un: “Cariño, ¿por qué no me has respondido antes? He visto que lo has leído y me ha salido el doble check” que se produce actualmente.

Como amante de la tecnología, me apasiona cómo se está moldeando nuestro comportamiento, generando nuevas costumbres sociales, como redes neuronales que cambian dentro de nuestro cerebro. Todos recordamos que los antecesores de Whatsapp, Blackberry Messenger y Viber, nos sorprendieron como aplicaciones que podían aportarnos un valor diferencial: éramos capaces de comunicarnos de forma rápida, eficiente, directa y gratis (algo muy positivo respecto al muy instaurado SMS) con el resto de personas. A partir de ese momento, WhatsApp fue una revolución en espiral ascendiente hasta nuestros días.

Dentro de este ecosistema de infoxicación y exacerbada necesidad de comunicación interpersonal, me planteé algo sencillo: ¿cómo sería mi vida si paso 30 días sin usar WhatsApp? ¿Qué efecto sociales o mentales podría sufrir? Obviamente, todos hemos asumido este comportamiento como algo normalizado dentro de nuestra interacción humana, así que entendía que habría algunos riesgos inherentes al proceso pero, ante todo, quería entender cómo sería, en la sociedad actual, vivir “del otro lado”. Algo así como un ermitaño digital.

Una de las decisiones que tomé antes de iniciar este experimento era si informaba a un pequeño grupo de personas de lo que iba a hacer. Mi idea era no generarles frustración o preocupación cuando me escribieran y vieran que no respondía. Pero, como un trapecista del Circo del Sol, decidí que de hacerlo era para llegar hasta el final de las consecuencias. Una persona del equipo de Business Insider España, que me cede este espacio para contaros mi experiencia, sería la única que sabría lo que estaba haciendo.

¡Allá vamos!

Me dispongo a borrar la aplicación. Por un momento siento que sin ella mi teléfono se va a quedar un poco huérfano, pienso para qué lo usaré, cómo puede seguir aportándome valor a partir de ahora y cómo haré para no perder la relación con mi familia, amigos… Todo el mundo salta y se besa: ya es Año Nuevo, me siento extraño pero liberado.

Durante el día de Año Nuevo y los primeros días de la experiencia descubrí que poder no mirar el móvil con tanta frecuencia para ver si alguien te escribe hace que se genere en uno una falta de presión mayúscula. “Quién algo quiera, ya llamará”, me decía a mí mismo.

Poco a poco fui notando los estragos. En la oficina, me cruzo con una compañera de trabajo y me saluda de forma más borde de lo habitual: ¿me habrá felicitado el año y escrito pero habrá visto que no le respondo? Estoy jodido.

Con el paso de los días y de forma bastante natural, mi comportamiento millennial me hace ocupar ese tiempo de uso del teléfono en otras actividades: ver videos de YouTube, stories de Instagram o, simplemente y como si fuera un buen hijo, llamar a mis padres por teléfono casi todos los días. ¡Al final me va a hacer madurar!

La gente fue descubriendo que no respondía y, según pasaron los días, fui notando que la ausencia de estar en mis círculos habituales de comunicación tenía principalmente dos consecuencias: que te enteras menos de lo que todo el mundo hace y de los planes sociales que se organizan y que la gente te va llamando cosas como “autista”, “desaparecido”, “huraño”, “border” y un largo etcétera… aunque uno no estés para leerlo.

Es curioso como algo tan sencillo como no usar la aplicación durante unos días y salirte del circuito habitual y establecido de comunicación que todo el mundo asume y entiende como normal hace que tú empieces a ser una persona anormal, socialmente hablando.

Volver…

Llegan los últimos días del experimento y empiezo a sentir cierta presión emocional por instalar la aplicación antes de tiempo. ¿Y si sólo miro pero no respondo?, me digo en silencio, mientras observo cómo mi uso de los mensajes directos en Instagram y Twitter ha aumentado de forma exponencial para seguir manteniendo el nivel de contacto que tenía con la gente cercana. No me puedo auto engañar, WhatsApp se ha convertido en una forma natural de expresión y gestión de mis relaciones personales y, sin poder usarlo, me siento desenchufado del mundo real.

Llega la hora de la verdad: reinstalo la aplicación. En 30 días sin WhatsApp descubro 103 conversaciones sin responder (en mi interior pienso que esas 103 personas ya me deben estar odiando) y entre los 15 grupos activos que tengo cuento más de 1.300 mensajes sin leer. Respiro profundamente y con la paz interior que me ha dado mi desconexión social, marco todo como leído y procedo a archivar todas las conversaciones. “Ya iré escribiendo a quién me apetezca”, me digo, mientras pienso en que, aunque sea por pura probabilidad, algún enfado pendiente tendré entre las conversaciones.

Por último, abro la conversación con la compañera que, efectivamente, me había escrito para felicitarme el año e intentar hablar conmigo otras ocho veces: “Ey, ¿qué tal? Perdona, es que se me había jodido el WhatsApp…”

Lo que me llevo en la mochila

Estos días sin usar Whatsapp he aprendido que cuando algo está tan introducido en el acervo comunitario es muy difícil no formar parte de ello sin parecer un outsider en toda regla. Incluso tengo gente que me ha costado recuperar como contacto porque habían asumido que me había enfadado con ellos… Es espectacular cómo algo tan artificial como una comunicación digital puede formar parte de nuestra relación interpersonal.

Reconozco que la sensación tras volver “al mundo real de la gente comunicada constantemente” es que sin ello podríamos vivir perfectamente. Quizá todo volvería a ser un poco más complicado, pero se podría, sin duda. Me ha gustado salir de mi zona de confort y probarme ante un reto diferente, siento que me conozco mucho mejor ante mí mismo y mi comportamiento con los demás.