Crónicas del Subsuelo: "Una versión del Paraíso"

Crónicas del Subsuelo: "Una versión del Paraíso"

Por:Marcelo Padilla

No le quiero contar a la Teo que el paraíso que planté no crece. Tal vez por mi torpeza e ignorancia con los paraísos, no sé, yo hice todo lo que me dijo: pozo, entierro, tierra y agua. Lo hice apenas me lo dejó en la puerta con una bolsa negra de la basura protegiendo la raíz, y ahí está a la deriva del viento moviendo sus hojas secas, bien plantado está, secándose. Será la época. Será que la lluvia no llega hace un otoño. Debería realizar una ofrenda a “la momia de las nieves” que saquearon los andinistas en la montaña, tenía 12 años la momia niño inca. A la morgue del Cricyt la llevaron para “investigarla”. Ella hizo llover cuando se pidió por su repatriación. Hasta el gobernador Lafalla se dejó entreleer en una entrevista (1997) “Que vuelva”. Es la maldición de la momia, se afirmaba entre los puesteros de cabras flacas, cagadas de hambre y sed. La leyenda popular fue imponiéndose con el rumor y el murmullo de un río.

Veo una serie sobre la lluvia, leo un libro sobre la lluvia aleatoria. Pueblos bajo la lluvia aleatoria con paraísos frondosos. La palabra “paraíso” es una variedad de la paleta de metáforas de “la espera”, como modo de estar en el mundo. La aparente inmovilidad a la que remite la palabra “espera” es la espera misma. La palabra “mundo” es demasiada, todos los destinos posibles, las promociones, playas de arenas blancas, cuotas, oportunidades, la invasión publicitaria en los teléfonos, en la música por YouTube, El Evangelio según el operador turístico. Miles de vuelos, la apertura a las posibilidades según alguna búsqueda que te devuelve el ahora develado algoritmo de la vigilancia y el control. La libertad de ser vigilado y el control del deseo.

Cada movimiento cuesta el pan a 40 mangos el kilo. Pan duro de anteayer en el horno. La secta sibarita toca la puerta por costumbre, la del militante de una causa inesperada para la mayoría. No ha golpeado la puerta una logia. Por eso enfoco la experiencia de la secta sibarita que está ahí en la puerta bajo el rayo del sol. Se desprende uno de la bandada y ofrece orégano, especias, bolsas negras para la basura. “Ya tengo, ya tengo, ya tengo, la próxima”. La secta sibarita se va rebotada mil veces de la cuadra.

El mosto es el perfume de los pueblitos echados a perder. Aquí en el Bajo Dorrego la gente persigue a las ratas. En el Alto es al revés. En la altura de un edificio de 14 pisos en la Calle San Martín la sombra de la secta enfría los platos. Son botones para comunicarse, ahí no se golpea la puerta. El progreso es una calle pavimentada con pendejitos cagados de hambre, atropellables, fusilables por el desentono. Los pobres desentonan con el progreso. Me cuentan que en Boston pasa lo mismo o casi. Un pedazo de población pierde sangre de hospital. Sangre jubilada. Sangre suelta no donada. Sangre de suburbio cero negativo. Caídos en las plazas custodiadas de jeta al piso. Por las dudas…balazo.

La mayoría de comerciantes se compran entre ellos. Todo queda en el barrio pero lo que crece es el rumor, el murmullo desesperado de un llanto tras una ventana a oscuras. Ha pasado un 24 de marzo anímico sin que nadie se dé cuenta. La relación simbólica no funciona. Por eso Las Pelotas culturales. Rock rupestre con giladas. San Marcos Sierra, Nono y esas jipeadas apolíticas del Uritorco. Me quedo quietito viendo revoluciones por Netflix. Pandillas, narcos, futurismos. Mala señal, de internet. Los paraísos no crecen los domingos de marzo. Veremos qué pasa con los lunes. “Dale aceptar” y una generación pierde las huellas digitales. Lentamente, en un proceso de extinción por desposesión la identidad es chupada por redes sociales que no socializan más que la individuación. Mientras algunos enloquecen con las fotos y las selfies como si estuvieran todo el tiempo de fiesta, el paraíso no crece. No sé, la misma música, la misma.

La moda es adaptación y valor. “Dale aceptar”. La sospecha es el carnaval donde lo pobres son pescaderos y los niños nacen en redes. A los muertos los tapan con diarios online y mi paraíso virtual no para de crecer en la penumbra. Lo retoco, le subo los colores, cambio a sepia, despejo las cucarachas… y ahí… está joya. Tiene un toque, un estail. Entre medio el vacío que tanto molesta. La Jor perdió su laburo a manos de trabajadores sociales colegiados. Ese vacío que tanto molesta está lleno porque al vacío no se le puede pedir otra cosa, está ahí, “Dale aceptar”. Las huellas dactilares no importan en el crimen. Es el perfil. Anatomía del perfil. Si la máquina te toma los ojos ya está: “correcto”, dice la voz de una española, la misma que guía, la virgen que te conduce en el teléfono y sopla: “ahora gire a la derecha”.