Crónicas del Subsuelo: "Uva nueva en mala siembra"

Crónicas del Subsuelo: "Uva nueva en mala siembra"

Por:Marcelo Padilla

Apachanga la uva sobre la mesa y flotan moscas en ese hedor que supuran granos verdosos fatigados en un bol de vidrio. Uvas blancas de las chiquitas, calientes, moscas negras en un trip de teclas viejas llenas de polvo sano. No hay desparramo, solo uvas verdes entrando en descomposición apurada, calor, febrero, el entramado del racimo ennegrecido y seco, esos que se cortan y quiebran. Es un trip mendocino por naturaleza. Pachangas las bolitas dulzonas entre los dientes. Líquido febrero de carnaval donde se supone el mundo se da vuelta y quienes están arriba bajan a la plebe en forma de máscaras. El carnaval es básicamente eso, un encuentro de los pobres para conjurar el mundo del desencanto con latidos de tambores, colores estridentes, jaujas y poner al rey en situación de sumisión ante sus esclavos o siervos. Es un juego simbólico integrador y de derroche. El carnaval es derroche y exceso por acumulación, lo demás solo lleva su nombre. La idea de la máscara es también la del anonimato social, no sean identificados quienes en esa performance retan al poder desde la celebración popular en el desgajo del verano. El enjambre de religiosidad y paganidad, coito entre diablos y vírgenes, orgía entre reyes y plebeyos mugrientos. Las plazas.

En Mendoza no se siente más que ese hedor de uvas blancas apachangadas que gobierna la ansiedad. Nublada en febrero el ansia carcome órganos y estruja uvas calientes. Melaza de turno en la guardia de los hospitales, rotos, derivas mentales con sello de funcionariato prepotente. Sin embargo el lenguaje del carnaval y su ánima han cambiado. Cuando los gobiernos organizan y dicen dónde se hace una cosa y dónde otra, confunden, arman grillas de programación ficticias con fotos y comunicados de prensa. No hay más carnaval que el que se hace por afuera, en las orillas. Anticipadamente me voy de carnaval a lo del pigu donde están las compañeras y compañeros celebrando a escondidas de las luces su cumpleaños. Suena la furia villera de Damas Gratis, Pibes Chorros, Gilda y la marcha peronista. El pigu es un acomodador de cine desocupado que para su cumpleaños ha desempolvado su viejo oficio. Guía desde la ruta con una linterna a los autos que llegan por un callejón oscuro. La fiesta del camote está ahí, a metros del cumpleaños del pigu. Los acordes de soga suenan en noche despejada. Un perro baila entre las polleras de algunas chicas y lengüetea las piernas de los muchachos. No hay mucha luz, acondicionado el pasto para vernos las siluetas menear. La tarde... una angustia encriptada en la imposibilidad. La noche abre un ojo rojo. Somos 50 a las dos y media y estamos bien.

“Ahora” estamos en el Teatro Independencia y fuego no hay, esta vez. Es viernes por la noche y lo que conté en lo del pigu pasó el día después. En el anterior, “ahora”, estamos en un teatro colmado de jóvenes esperando salga a la escena un pibe que toca poesía y recita acordes con otras afinaciones. Encastrado, poesía suena sin palabras y silencio en esas bocas de respeto por un artista muy joven que ya se fue al carajo a cantarle a su madre, a su vientre. Luca Bocci sale del vientre de su madre y sube al escenario con un pantalón violeta, tal vez rosado, no sé muy bien porque estuve en el fondo y esas cosas de las luces. No viste la sangre de todo parto. “Ahora” es el disco, “ahora” es el nombre, “ahora” es el futuro. “Llevo todo el día fumando y no sé cómo pararme/ tengo… un teatro en mano”, canta Luca en giño, porque en el disco no dice “teatro”, dice “estrofa”. El público es excesivamente tímido al principio y solo en el último tema se anima a pararse y arrimarse al escenario para corear “Bahía” en este desierto taimado. El pibe es de Mendoza y hablan de él los sicarios mexicanos y colombianos porque sus climas tropicales por momentos -oscuramente abismales por las distancias-, repiquetean en el pecho y se hacen nudos en la garganta que atraganta uvas verdes, apachanga sin pachanga. Luca Bocci es un artista fino. Uva nueva de la cosecha propia en medio de la mala siembra.

La vuelta -estamos de nuevo en el día después en el cumpleaños- carnaval del pigu- se complica por el alambrado que llevamos amarrado al auto, arrastrando el cemento de la madrugada seis kilómetros de raspaje en noche de pastos y humedales. Y del alambrado, prendidos los pastizales venenosos de chacareras lejanas que suenan en los descampados de La Primavera en Corralitos. Consecuentes, de Corralitos nos trajimos un alambrado desalambrado. “Mírame/ no me tengas piedad soy el más torpe humano/la corona de espinas tendrás y atrás la cruz del sur”, recita Bocci la noche anterior, anticipando sus acordes con la soga en el arrastre del alambrado desalambrado. Paramos el auto y logramos sacarlo. Nos quedamos con la Cruz del Sur de hierro oxidado que nos dejó el pibe mágico. De las orillas… lo mejor.