Crónicas del Subsuelo: “aguafiestas”

Crónicas del Subsuelo: “aguafiestas”

Por:Marcelo Padilla

No hubo tregua. Fiestas de por medio, la desposesión en los patios es un rastro de los crímenes cometidos. El Estado devorado sin su paralelo, sin “doble poder”, sin cerco. Tregua. Ni eso es lo que se pide porque no hay posibilidades de acuerdo por las bajas. Desparejo todo: el monopolio legítimo e ilegítimo de la fuerza centralizada continúa su esquilme. La metáfora del edificio derrumbada no alcanza. El fenómeno es “la implosión” de las casas cotidianas. El reggatón a full, el humo, el polvo. La especie a los manotazos por los restos de comida en el basurero del patrón. Hay pliegues diferentes dentro de la implosión. Está el de los gritos de las mujeres ikebanas por los latigazos en las piezas oscuras del conventillo. Está el de los niños abandonados en los cercos con pasto seco. Buen sol por las noches. Buena luna en las mañanas distópicas. Levanta la jornada el perfume de los cuerpos amontonados. Guionada la implosión, la arena abduce identidades para preservarlas. Algo así como los perros akitas japoneses que sirvieron de alimento y abrigo bajo las trincheras de hielo en la guerra. El pez vuela soltando sus heces en territorios benditos. Las plagas confluyen. En Mendoza reaparecen las vinchucas.

El metrotranvía en la noche es el set indicado para la realización del simulacro. Se viaja por venas desconocidas para el ciclista, el peatón y el pasajero a caballo. Es otro el pliegue ahí. La posibilidad de ver en las noches centinelas puestos de campaña, carpas con heridos. Enjambre huarpe de difuntos con cruces de lata. Los ene ene sin purgatorio ni paraíso. El infierno sostiene la memoria. El ademán en la Estación 25 de mayo, la curva detrás de la primera verdulería por Beltrán y P. P. Segura. En ese pliegue comienzan los desperfectos eléctricos, sube y baja la tensión. En la Estación del Puente de Hierro saltan los de motricidad fina. Los viejos y los niños con sus madres no. Electroshock. El metrotranvía en el sopor desvaría. Sin chofer, el infierno se sale de los rieles.

El tránsito urbano en la diáspora le apunta a los que no cruzan por la senda indicada en la señalética del cemento. Cuarto pliegue de la implosión. Nadie se entera ni por videítos de celular. Flotan los cuerpos suicidados en el Canal Cacique Guaymallén. “Una intervención urbana”, así es presentada la obra por las autoridades culturales de la provincia. No. Están muertos. La gente aplaude. Eso sí sale por los canales de televisión, los aplausos. Me voy enterando por carta lo que pasa con las guerrillas en Argel. Los condenados de la tierra están en todo el mundo. Con el holandés charlamos en la playa de Marbella en marzo del 90. Ha sido un fracaso el negocio. El turismo es octogenario y no gasta. Una gitana me compra una diadema y se lleva cuatro con un pase de magia. Nos tomamos una botella de whisky robada en un hotel de mala muerte. Hachís para tirar un buen tramo del viaje. Los ancianos cenan en restaurantes lujosos en la isla de Morel. En “La invención…” están los detalles, 1940, primera novela de Bioy. Faustine sigue en la misma piedra, todas las mañanas, tomando sol con su pañuelo a lunares. Cuatro años más tarde se cae la ciudad de San Juan y se anticipa la inauguración del Hospital Central. Diez mil muertos velados en la calles. Perón y Evita se enamoran bajos los escombros y cogen. Los gritos del General y los gemidos de Evita se confunden con los llantos de los parias. “Hay que tener coraje y dignidad para levantar la moral de los pobres”, dice al pasar un ciruja anarquista. Quinto pliegue de la implosión.

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La ciudad seca en este enero. Los juguetes perdidos se derriten en las manos de los niños abandonados en las piezas oscuras de los conventillos. De aquella pasión bajo los escombros no nace ningún hijo. Como un fantasma, tras escenas polvorientas nace la necesidad: el hecho maldito, el bicho maldito, la religión pagana, un canto americano. De ahí el odio.