Crónicas del Subsuelo: el sujeto macrista y la virgen del laxante

Crónicas del Subsuelo: el sujeto macrista y la virgen del laxante

Por:Marcelo Padilla

 Nos convocamos para despedir el año con “les amigues” el viernes por la noche en una casa de la sexta. No teníamos idea de la teoría que pudiera explicar este atrancamiento de situaciones, un 17 en caída libre, sin guita, a pura pelopincho, sintiéndolo todo en el cuerpo desajustado, sin aire. La charla subió de tono condicionada por el clima agobiante de un día insoportable, en medio de anoticiamientos de muertes y enredos familiares. Brindamos mirándonos a los ojos. En la mirada de Gastón se reflejaba la de Emi, y en la de Emi la de Jor. En cada mirada estábamos todos en 360 alrededor de la mesa con dos ventiladores guardaespaldas. La negra hablaba como en un recinto legislativo y denunciaba la impotencia, de pie, señalando con el dedo. Peleaba a los manotazos como gato en un techo de chapa, gritando, cagándose en su alocución en los dirigentes tibios de Mendoza que solo se sacan selfies en las marchas, también en los intendentes cagones, también en ¡¡¡ésta sociedad de mierda!!! La Vero no pudo asistir a la juntada -nos había advertido que en el Lihue tenía una actividad con el merendero y terminaría tarde-, mandó un guasap bajándose a eso de las 23 y terminamos los cinco echando al 17 con los dos ventiladores de custodia. En eso, la ventana que da a la calle se abre y aparece una mano.

Shock tras shock, el 17 a la cabeza, piña va, piña viene. El mal año gotea su melaza empalagante. En los negocios del centro hay poca gente comprando. Lo único que se vende es comida. Y en la zona de los persas chucherías y ropa de tercera. El sostenimiento del “estado de cosas” languidece por las noches. Viajo con Mario y se le rompe la cubierta en calle Colón de ciudad a las 14 horas bajo 39 grados de fiebre. No es calor, es fiebre maldita de finisterre. Mario tiene 65 y está jubilado, maneja un remís trucho y tiene cáncer desde el 2005. “La llevo, aquí estoy… vivo”, dice Mario luego de una calada profunda. “Ahora tengo metástasis en el riñón y estos hijos de puta me sacaron una pastilla que me hacía ir al baño bien, diariamente, pero como es cara me la sacaron hace unos meses, por eso tengo diarrea, son unos hijos de puta, no les importa la vida de los laburantes”, se queja resignado. Pero Mario va, cambia la cubierta por auxilio y sigue su ruta.

Charlamos de todo un poco mientras el fuego hacía brasas de la leña. “Es una cuestión global”, señala Gastón con los ojos abiertos como sapo. La timba global para los periféricos, allí donde encuentran a los borregos abriéndole el camino a la especulación de Lebacs y dólares altos. La adolescente palestina Ahed Tamimi ha sido detenida y su imagen recorre el mundo. La rubiecita de rulos enfrenta cara a cara al ejército de ocupación israelí desde niña. Hoy, con apenas 16 años, está presa junto a su madre. La efectividad de la noticia de la niña no se funda en armamentos de combate, es tan solo una niña con sus puños parida en la Cisjordania pisoteada. La viralización de los videos en Facebook preocupa y la torna “un peligro para la humanidad”. Sin embargo ese no es el mayor problema (hay cientos de miles de jóvenes palestinos que lo hacen) Se agiganta porque Ahed Tamimi es rubia y su estilo batallador sintetiza, tal vez, el deseo desplazado de la rebeldía en épocas de avasallamiento. Genera empatía en occidente. Es viral. Lo bueno y lo malo es viral como el cáncer de Mario.

La mano en la ventana a las 3 de la mañana es de una mujer mayor en desvarío. Nos pide plata para un taxi e ir en busca de una farmacia, “para los remedios tengo”, dice la señora. Nos miramos sin entender. Gastón le pregunta qué remedio necesita. La señora lo dice sin pudor: “un laxante”. Intentamos conseguir un taxi por teléfono y fue imposible. No atendían. “¡El sujeto macrista!”, pensamos a la vez en voz alta a las carcajadas. Desapareció mientras juntábamos unos mangos e intentábamos dar con un coche. La diarrea de Mario, las mandadas a cagar de La negra, Ahed Tamimi presa y niña, y la virgen tras la ventana a por un remedio.

“¡Laxantes!”-dijimos a coro chocando los vasos.