Crónicas del subsuelo: Bolsitas con gotas de mar

Crónicas del subsuelo: Bolsitas con gotas de mar

Por:Marcelo Padilla

Todos avisan con las señales que tienen a mano. El suelo está en movimiento y quema bajo este verano parco. Es el barrio que juega al disloque entre la fantasía y la realidad en medio de las carrozas que pasan con el muerto adentro. En cada barrio, donde viven los anónimos que tienen solo la posibilidad de salir en los medios, en la “sección policiales”, la vida se cuece lenta. El barrio es una delimitación geográfica aunque también cultural. Y cuando digo “barrio” digo “pueblo”, esa noción imprecisa que tiene a muchos criando pelos en el cuerpo, quizá como anticuerpos (los pelos para algo sirven según los médicos) El saber es “un territorio de ocupación militar” que pone en juego clasificaciones para nominar a las personas. Bien, en mi barrio hay saberes que circulan por otra vía. No son justamente en las bibliotecas ni en anaqueles de libros, mucho menos en “cuarteles de nobleza académica”. Circulan a través de la verdulería, la peluquería, el kiosco, la panadería, la carnicería, el local que vende comida para perros y gatos. Negocitos pequeños, sostenidos por las caras y las ojeras de sus dueños de nada, están -bajo la tormenta, el temblor- de pie cada mañana. Lo cierto es que desde hace un buen tiempo ya no venden como antes. No ofrecen ni esperanza, solo atienden al que va por el consumo diario. Bolsitas. No vacacionan casi, le pegan de noche hasta las once para sosegar al cuerpo. Todo lo que venden es retornable.

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El agua sale tibia de las mangueras. La gallega deja que corra un rato y toma un buen trago, se moja la nuca y sigue. Va con la bolsa del pan a buscar el resto. Flaca y sonriente, siempre oportuna, me habla de los jazmines o, me acerca el gato que se le mete en su casa a comer con los de ella. La gallega viene de Ibiza y se instaló de nuevo en Mendoza porque se emparejó con un dorreguino. Es canaria, de las islas. En sus ojos tiene gotas de mar y un sol que se pone por las tardes. Muestra su dentadura y dice “chau majo”, y se va. Conversaciones bajo la luna. El tiempo. Los animales, y sus hijos lejanos. La gallega está en las islas, en su “mero estar”. Fuma compulsivamente unos “point”, anda suelta de ropa, tiene toda una vida por detrás y el tamaño de su esperanza es un hilo de agua en el desierto. Ayer la vi caminando de la mano de su compañero por la calle. Él… serio, la gallega con su dentadura, con sus gotas de mar en los ojos. En el celaje del día, en la bisagra. Amarrando la bolsita.

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Es la incertidumbre a la que nos tenemos que acostumbrar, dijo un señor de alto rango que, seguramente, tiene la vaca atada en el patio de su cantri (aclaro: digo cantri porque así suena, mejor) Es una forma de reivindicar a la barbarie acusada. La civilización con su proyecto de progreso extingue. Al menos a la mayoría de la población que no entra en los engranajes de la maquinaria. Vivir en la barbarie puede sonar chocante. Sin embargo, los que son famosos en los policiales, de donde salen los anónimos con la cara de “Buscado”, no tienen lugar más que el suelo que pisan. El suelo los define. Como los gatos que mean el territorio. Del suelo se apunta hacia adelante o hacia arriba. Nunca a los pies.

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Los pendejos están rapeando en la plaza. Es un combate cuerpo a cuerpo de palabras con ton y son. El freestyle rap, el estilo libre sin letra previa. El ralé dice presente ocupando las periferias. Una guerrilla urbana de suburbio que activa la mente en la cual gana el que mejor la pone. Gana el que más aplausos recibe, y así. Cada contienda es un espacio que nutre, gratis, a una forma de estar en este mundo sin ofertas contenedoras. Riña de gallos sin sangre. Los pendejos se las inventan y dan saltitos parlantes, mientras azorados, los demás inyectan gritos de aliento en ese “club de la pelea”. El lenguaje, los dialectos, el suburbio que hierve, la gallega que va con sus gotas de mar, el kiosquero viejo que reniega mostrándote en el diario la noticia, apuntada con su dedo. Esa, la que todos sabemos y no podemos todavía entender demasiado, por el momento.