El mensaje oculto del papa Francisco en su discurso al país

El mensaje oculto del papa Francisco en su discurso al país

Por:Hugo E. Grimaldi (*)

Pobreza, miseria, estrechez, carencia, escasez, falta, indigencia, necesidad, penuria. El diccionario no se extiende en más sinónimos, pero a todos esos términos le opone casi un único sustantivo: "riqueza". Cómo construirla y cómo distribuirla es el desafío que tendrán los gobernantes que vengan de ahora en más, pero no sólo ellos, sino toda la comunidad. Así, lo ha solicitado el papa Francisco en el angustiado, aunque severo llamado que le hizo el viernes pasado a todos los argentinos.

Que un tercio de quienes habitan la Patria en común son habitantes de ese mundo de oprobio era cosa bien conocida, no sólo porque a los de antes como a los de ahora ya los había contabilizado la UCA, universidad que justamente dirige el teólogo de cabecera del Papa, jesuita como él, sino porque quien camine el país, aunque se hiciese el tonto, ya lo sabía.

De allí, que no se entiendan demasiado las reacciones más que desmedidas por el número que dio a conocer en la semana el reflotado INDEC. Y no sólo de parte de la prensa, a la que le cuesta distinguir entre lo que es un valor surgido de una canasta de precios y la pobreza estructural que acosa aún a los que les alcanza la comida, sino también de parte de la dirigencia, más preocupada por repartir culpas para atrás y por dilucidar qué porción de pobres era la que le correspondía a Cristina Fernández hasta el 10 de diciembre pasado y cuántos había sumado en estos meses el gobierno de Mauricio Macri con sus políticas diametralmente opuestas a las anteriores, que por ponerse a construir.

Es evidente que toda la política es la gran deudora de toda la situación, aunque ahora ese pagaré deberán afrontarlo en primera instancia los ciudadanos que aún tienen capacidad de respuesta y no sólo porque el Papa les pide abandonar la indiferencia poniéndose "la Patria al hombro", sino porque es la única manera de empezar a salir y de ir erradicando otras carencias que están naturalmente asociados a la pobreza y que la hacen estructural: la falta de empleo, de vivienda, de educación y de salud. Muchos políticos de sesgo conservador, están convencidos de la inutilidad de hacer algo por los pobres, ya que creen que son irrecuperables, más allá de darle ciertas dádivas para mantenerlos cautivos hasta las próximas elecciones, aun a costa de desarticular la economía. Otros, creen que es el mercado el que les dará cabida cuando las inversiones derramen y se ocupan poco y nada del mientras tanto.

Nadie cree que éste sea un fenómeno de los últimos 30 años, pero lo cierto es que ambas modalidades han tenido presencia activa desde 1989 para acá y, por no ir más atrás, han tenido un denominador común: el exceso de gasto como promotor de las distorsiones de la economía y la presunción de que mucho de ese dinero, una parte aportado por la tremenda presión fiscal que soportan los contribuyentes y otra porción emitida sin piedad, se fue por la alcantarilla de la corrupción.

De la segunda especie descripta fue Carlos Menem, quien a pesar de ser un peronista de una provincia pequeña y pobre apuntó en su tiempo a escuchar al mundo que lo rodeaba, plagado en los´90 de gobernantes que amaban el mercado y se endeudó hasta lo imposible porque se impuso no emitir. En el primer grupo, está sin dudas el matrimonio Kirchner, quien primero probó la receta en el feudo de Santa Cruz y luego la replicó en la Nación, también amparado en las banderas del peronismo, aunque en su caso, disfrazado de un progresismo en el que millones de personas creyeron con devoción.

Con una innegable pasión para convencer y con el "infierno" de 2001 como antecedente, los Kirchner armaron un relato basado en irrealidades, se hicieron defensores de los derechos humanos y nacionalistas a ultranza, también aprovecharon la oferta del keynesianismo y se plantaron en el consumo como única alternativa. Ya sea a propósito, por falta de luces en la gestión o como efecto no deseado, lo cierto es que en sus doce años de hegemonía la pobreza se cristalizó, se armaron ghetos, la droga invadió a los más humildes y creció la delincuencia y la inseguridad. Todas estas circunstancias de años y años de ensayos, manipulaciones y fracasos tuvieron un denominador común: la acumulación de millones de nuevos pobres. Y dejaron también una triste conclusión: parece que ya a nadie le interesa romper ese círculo estructural que ahoga a más de tres generaciones, que como nefasto resultado han dejado de aspirar a la movilidad social porque culturalmente se han olvidado.

Ya no es entonces tiempo de seguir analizando si la culpa la tuvieron los neoliberales de los 90 o los seudo progresistas del siglo XXI, sino de empezar a pensar cómo puede hacer este gobierno y los que vengan para generar la riqueza necesaria que sirva como antídoto a tan terrible flagelo. Esa riqueza no sólo llegará desde las inversiones, sino desde un mayor compromiso del Estado para hacer bien y de modo transparente los deberes con los fondos que administra.

Así, mientras continúan los planes de contención social, habrá que trabajar fuerte en materia de educación, para capacitar para el empleo y para generar oportunidades; en temas de salud, para acompañar el crecimiento de los niños; de seguridad, para que los pobres puedan salir nuevamente a la calle en sus barrios; en cuestiones de vivienda, para ayudar a la gente a abandonar de una vez la marginalidad en la que habitan y con ellas, sumar infraestructura de servicios, sobre todo en cloacas y asfalto. Cuánto demorará cambiar el sentido del remolino en el que está inmerso la Argentina es la gran incógnita, pero si no se comienza de una vez, será difícil dejar atrás alguna vez la actual degradación.

La cola de paja de la sociedad por haber barrido debajo de la alfombra un tema que de tan evidente se palpa en cualquier calle del país, quizás haya sido el gatillo para la toma de conciencia y, en ese sentido, lo del Papa llegó en el momento exacto, por más que él haya usado la inusual comunicación para pasar otros mensajes, como la decisión de no viajar a la Argentina en un año electoral.

En este sentido, no puede eludirse en el análisis del discurso el papel de Jorge Bergoglio político, a partir de que el Santo Padre es una persona francamente preocupada por su país. Sabiendo, como dijo, que "el mundo es más grande que la Argentina", la dimensión del connacional comprometido con la política no puede ser obviada, ya que es parte de su proclamado "amor a la Patria". En primer lugar, la prédica papal llegó 48 horas después de conocerse los indicadores oficiales sobre la cantidad de pobres que, en esta oportunidad, parecen haber salido sin ningún maquillaje, y dos semanas antes de recibir en Santa Marta al presidente Macri.

Si bien Francisco nunca utilizó en su mensaje las palabras "pobreza" o "pobres", ya que buscó atenuar la situación hablando de la Misericordia y de las acciones que aconseja el Evangelio para ganar la Vida Eterna, qué otra connotación se le puede dar a lo que él le solicitó a todos los argentinos: "Visitar a un enfermo, dar de comer al hambriento, de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar a los presos y enterrar a los difuntos". Todos supimos de qué estaba hablando.

Otros dos discursos también tiñeron la semana y hay que sumarlos al contexto porque marcan dos realidades contrapuestas: lo que fue y lo que puede venir. Desde lo estrictamente político, Cristina Fernández, quién fue condecorada en Ecuador, la emprendió desde allí, ante un auditorio afín y con la presencia de La Cámpora, contras las medidas que Macri tomó desde que es Presidente para desarmar el andamiaje kirchnerista, como la devaluación, el pago a los holdouts y el aumento de tarifas, a juicio de las ex presidenta totalmente nefastas y productoras del desastre social.

Por otro lado, el Presidente Macri se hizo cargo del tema pobreza, ya que al día siguiente de conocerse los números del INDEC dio la cara en una conferencia de prensa, bajó las expectativas sobre la "Pobreza Cero" y dijo que su gestión debería ser juzgada por los resultados en la reducción de los índices. "Este punto de partida es sobre el cual quiero y acepto ser evaluado como Presidente y como gobierno", enfatizó Macri. El kirchnerismo interpretó que lo que él quería era sacar de la escena su propio "ajuste", mientras que desde el Gobierno se explicó que el "punto de partida" para la evaluación es el 32,2 por ciento del segundo trimestre.

Las autoridades confían en que la baja de la inflación, la mejora que intuyen que se está verificando en materia de producción, junto a una mayor oferta de empleo comiencen a generar otro clima para que, durante las mediciones del segundo semestre, que se conocerán entre febrero y marzo, ese porcentaje tan terrible de pobres comience a bajar.

En medio de estas tribulaciones, la CGT apretó con un paro y sin poner la fecha y también por cierta presión de la Iglesia, consiguió una reunión tripartita para tratar un bono extra para jubilados y agentes estatales y la exención del impuesto a las Ganancias en los aguinaldos, ya se verá para quiénes y bajo qué condiciones. Esa reunión, aún sin fecha, podría armarse "antes de fin de año", ya que el Gobierno confía para entonces tener mejores números para mostrar. Más allá de esta "mesita" de circunstancia, lo que se espera de ahora en más en materia de pobreza es que aparezca, propiciado por el Gobierno o de modo espontáneo, un diálogo profundo y no egoísta entre todas las fuerzas políticas para que hagan hacia adelante planes en común, desinteresados y fuera de todo aprovechamiento político y para que busquen de verdad y durante mucho tiempo una forma de avanzar en leyes de fondo que tengan como fin dejar abierto el camino para que las inversiones generen empleo y para que los aportes de inversiones sean para ayudar a la mejora de la infraestructura social, mientras no se desatiende lo coyuntural. Ajustado a su misión de políticos, trabajar por los demás es lo que el Papa llama Misericordia cuando apela al corazón de los argentinos.

El aporte espiritual de Francisco ha resultado ser en esos días una enorme contribución a impulsar toda la riqueza material que se necesita para ayudar a los pobres a salir de su estado de postración y es, sin dudas, la base del edificio que hay que construir. Su mensaje ha ido directo a las conciencias de los ciudadanos y ojalá que también a la de los gobernantes actuales y futuros, a partir de sus tan peculiares y convincentes modos de decir, que combinan adustez y comprensión.

Así, esa "cultura del encuentro" que el Papa pregona resulta ser algo básico para emprender la tarea y no solamente tiene que ver con las famosas mesas de diálogo político y social que ya han fracasado tantas veces y en las que el actual gobierno no cree, sino con las acciones solidarias -"una o dos por día"- que deberían encarar ciudadanos y dirigentes para ayudar a los demás.

(*) Especial para Mendoza Post