El peor blooper del gobierno de Macri

Columna de opinión.

El peor blooper del gobierno de Macri

Por:Hugo E. Grimaldi (*)

Las novedades judiciales de alto calibre que tuvieron su pico máximo durante la última semana con la presencia de la expresidenta Cristina Fernández en los Tribunales, las que a su vez derivaron en la compulsa pública macrismo vs kirchnerismo, le quitaron todo el brillo que merecía la mejor buena noticia que el Gobierno le ha podido ofrecer a la sociedad en sus cuatro meses de gestión: la salida por fin del ominoso default de 2001, tras pasar por una última y penosa etapa de zozobra judicial en los Estados Unidos, dejada a propósito en un limbo ideológico por la anterior administración.

En contrapartida, en la pelea de la política doméstica se dieron para la distracción una sucesión de hechos, declaraciones, discursos, acusaciones y movidas varias de las dos partes, todas cuestiones de gran despliegue informativo que hacen también su ruido en la economía, ya que la cara más visible de la pulseada son la inflación y la corrupción, flagelos que terminan perforando el bolsillo de los ciudadanos.

Sin embargo, el objetivo de la deuda, conseguido además con un gran trabajo de búsqueda del consenso de otras fuerzas políticas por parte del oficialismo, incluida la colaboración del peronismo más sereno, debería haber merecido muchas más explicaciones. Quizás, para los estándares del presidente Mauricio Macri haber hecho una primera cadena nacional con las implicancias de este tema no resultaba ser algo muy relevante pero, decididamente, no alcanzó con la foto de la euforia del ministro Alfonso Prat-Gay.

Si hay algo que el Gobierno trasunta son sus inseguridades y eso se refleja claramente en su modo de transmitir los hechos de gobierno. Ya hay voces internas que hablan de una campaña para decir que el modo de comunicar es deficiente con el propósito de horadar la credibilidad. No es así, hay fallas por los cuatro costados y algunas son simplezas tales de puro sentido común que no se necesita obtenerlas de la currícula universitaria.

Desde ya, que las autoridades no tienen el glamour kirchnerista de hacer de cada cuestión un show y está bien, en todo caso, que se prefiera completar las obras, antes que anunciarlas, pero a veces parece que los equipos de comunicación se han olvidado algunas bolillas al respecto. Más allá de la discriminación hacia algunos medios, la semana pasada, hubo un par de anuncios bien importantes que involucraron a la provincia de Buenos Aires que quedaron de lado, opacados por los discursos oficiales. Y lo peor, es que no hubo activismo alguno desde la Casa Rosada por difundirlos.

En materia de vacilaciones tiene también el Gobierno -o el Presidente quizás- una suerte de complejo en relación a sus antecesores. Quiere mostrarse firme en la calle y le regala la custodia del acto de CFK a La Cámpora, en cuyas filas la televisión mostró a muchos niños que recién están entrando en la adolescencia, ataviados con pecheras azules. El oficialismo miró para otro lado, pero nadie desde la política, ni tampoco jueces ni fiscales, se atrevió a marcar el despropósito que va más allá de cualquier adoctrinamiento, como poner pibes en la calle como fuerzas de choque para amedrentar y agredir a periodistas, por ejemplo.

Otra. El Gobierno no desea parecer populista, pero se empeña en mostrarse como tal, con declaraciones que, como las del apoyo de Macri a los taxistas, tienen que ver más con arreglos de la política con el sindicato que con la lógica de proteger la libertad de elección de muchas personas que no quieren quedar como rehén. Hay que exigir que Uber cumpla con todas las normas y que en su ilegalidad no se equipare a los manteros o a los talleres clandestinos, a los que nunca se los termina de perseguir, pero tampoco se puede ir contra la tecnología y sobre todo, contra la comodidad y la billetera de la gente.

Tampoco Macri quiere aparecer como anti-Estado y se la pasa elogiando la fortaleza de las políticas públicas, mientras racionaliza la Administración central y los organismos, aún a costa de que lo acusen de ser un despedidor serial o un descarnado ajustador de tarifas y por ello, ha elegido con mucha lógica un mecanismo gradual de vuelta a la normalidad para ir zafando de las múltiples trampas que le dejó el gobierno anterior.

Por todo ello, el Presidente está pagando un alto costo político desde varias vertientes y parece que no logra procesarlo. Le pega la izquierda desde ya, pero también la derecha más recalcitrante y recibe duras críticas de la Iglesia que habla, con música vaticana, de un "renacer" de las políticas noventistas en la Argentina. Cuando el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, habla del "neoliberalismo" del Gobierno es entendible desde su posicionamiento político, pero mueve a risa.

La importancia del arreglo conseguido en los EEUU, algo así como salir del Veraz internacional de morosos, no es para nada un pacto con los poderes que sostuvieron aquellas políticas, tal como dice el kirchnerismo más furioso, sino algo lógico que implica una vuelta a la normalidad de la Argentina, pero también una ratificación efectiva de dos cambios de paradigmas que Macri prometió durante la campaña.

El primero, el de inserción en el mundo, es algo que la canciller Susana Malcorra, quizás la funcionaria más eficiente del Gobierno, está ejecutando sin pausa alguna no sólo con los Estados Unidos, sino con Europa, Rusia, China y con la región, especialmente. El segundo viraje, macroeconómico pero también pragmático, marca que hoy los fundamentos para llegar el desarrollo se basan en la inversión, mientras que declina el consumo como motor, pieza maestra del "vivir con lo nuestro".

Y esto es así y potencia la importancia de la salida del default, porque ese hito conlleva la posibilidad de conseguir créditos de organismos internacionales que permitirán encarar nuevas obras de infraestructura que generen empleos y también acceder al mercado de colocación de deuda para hacer frente al déficit fiscal, alisar el ajuste y preparar la plataforma para 2017. Mirando hacia el año próximo, una cuestión bien importante y práctica de la normalización es que no sólo podrá endeudarse la Nación, sino también las provincias, los bancos y los particulares y se espera que a un costo mucho más benigno.

Ante esta eventualidad, el Gobierno sabe que para acceder a los escalones de tasas como los que la Argentina aspira deberán vivirse dos instancias previas: a) que quizás deba pasar algún tiempo más bien corto para que se plantee el plan integral que los mercados esperan desde lo fiscal, lo monetario, lo cambiario y lo productivo y b) algunos meses más para que se emita menos, se encarrile la cuestión inflacionaria en el segundo semestre, bajen las tasas, se perciba un mayor nivel de actividad y desaparezca el temor por el desempleo.

En este sentido, quizás por el torniquete que produce la inflación en la relación Gobierno-opinión pública y hasta por algunas decepciones que parece haber experimentado con los hombres de negocios ("Necesitamos empresarios que se pongan a invertir. Y no de aquellos que, ante el primer síntoma de libertad, aprovecharon para remarcar precios de una manera descarada", dijo) aún Macri no ha podido volver a enamorar como cuando prometió una suerte de "sangre, sudor y lágrimas".

Justamente, las ambigüedades probablemente culposas que lo atormentan y las dificultades para establecer una comunicación más acorde con las circunstancias tienen amarrado al Presidente. Su breve discurso para dar a conocer "medidas concretas" de carácter social, algunas adelantadas a los sindicalistas de las tres CGT durante la semana, lo mostró este sábado más con ganas de decir que lo peor estaba pasando que en explicitar de qué se trataba, mientras que la comunicación de apoyo, basada en el estilo de los mejores panfletos voluntaristas del kirchnerismo, también resultó ser un desastre, ya que con un "vamos a" y "se enviará" tal o cual proyecto al Congreso terminó de aguar los anuncios.

Lo concreto es que este Macri, con algunas de sus convicciones algo apagadas, preocupado por la actualidad y con el freno de mano puesto es quien cotejó la semana pasada con Cristina por el podio de los tropiezos y cada uno echándole la culpa al otro de generar hechos para tapar los desaguisados del contrincante: la inflación tuvo que contrastar con el dólar-futuro y los Panamá Papers con Lázaro Báez. En relación a este último caso, desde que se vieron las imágenes del obsceno conteo de billetes en La Rosadita, todos saben que no es la causa del dólar-futuro la que más le preocupa a Cristina, ya que ella alegó que se trató de una decisión política y, por lo tanto, no judiciable. Contra la gravedad de la llamada ruta del dinero K, de presunto lavado de dinero que ya tiene a Leonardo Fariña como informante privilegiado y la causa Hotesur de alquiler de habitaciones que nunca se ocuparon justamente a empresas de Báez, investigación que deja más que expuesto a su hijo Máximo, no hay qué se le oponga. No obstante, Cristina hizo lo suyo para ocupar otra vez el centro del escenario político. Ella, quien es una gran experta en el arte de mostrarse como perseguida y estupenda actriz en el manejo del micrófono, sacó ventaja de la citación judicial y armó una gran puesta ya desde antes de salir de su casa en El Calafate, luego en el avión, más tarde en la Recoleta y el jueves adentro y afuera de los Tribunales de Comodoro Py.

La Cámpora, una facción que separada del justicialismo y sin el sustento ideológico de la Jefa casi venía barranca abajo y que por eso la esperaba con los brazos abiertos, fue quien más empujó para que se presentara tal como lo hizo, con un escrito de alto voltaje político y sin responder preguntas del juez Claudio Bonadio, a quien primero ninguneó en su despacho y luego criticó ferozmente en el importante acto que hubo en la calle bajo la lluvia, donde hubo ausencias más que notorias de dirigentes peronistas.

Que el magistrado la haya llamado a declarar como imputada y que le haya regalado tal escenario de victimización le fue enrostrado al Gobierno como una debilidad, aún por muchos institucionalistas, como si hubiera sido mejor que los operadores del macrismo hubiesen meloneado a Bonadio para que pateara la pelota para adelante. Si ése fue un desacierto impensado, entonces qué no decir del estupendo presente que el kirchnerismo le regaló al Gobierno, con las fotos del colectivo lleno de ex funcionarios que iban más que sonrientes a la manifestación, muchos de ellos prestos a pasar también por los Tribunales más que pronto en causas de diverso pelaje y color y algunos en más de una. Ni qué agregar de la postal del barbado Amado Boudou.

Los errores no forzados son casi exclusivos del tenis o del ajedrez. Siempre se necesita la cabeza fría, pero en política directamente se llaman estupideces.

(*) Especial para Mendoza Post