Crónicas del subsuelo: Él solo habla raro

Crónicas del subsuelo: Él solo habla raro

Por:Marcelo Padilla

Estridente, un corno inglés sonó a los cuatro vientos por largos diminutos. Que por la respiración de la bataclana que lo soplaba tuvo pequeñísimas pausas. Con el llamado, los mugrosos y mugrosas de las taifas empezaron a reunirse en el grimorio de la plaza principal; dicen -algunos que forman parte del activismo- que del interior estomacal de Malasya se acercan columnas marchando de a pie: peregrinos con pendones, cientos de miles. Que no se sabe cómo se gestó el movimiento humano hacia la ciudad, que estarían llegando cerca de las 9 de la mañana desde todos los puntos vitales de Malasya. No se sabe qué piden, no se sabe qué quieren, (tampoco lo ha informado nadie), es lo más parecido a un aluvión horripilar que, egregio, va decidido a experimentar algo significativo, trascendente.

Se habla del advenimiento de otra Era, que por eso Malasya padece lo que padece, la decadencia de una Era que dominó seiscientos años, que hoy apenas somos el pliegue de este movimiento de placas, que no somos nada... ("perdón, me emocioné, estoy en pedo", dijo el escribiente) Sí, son delirantes y místicos, brujas y hechiceros, magos y auguras, ladrones de poca monta, putas de bolichones baladíes a la vera de los caminos, aldeanas encorsetadas con la cara embarrada de alto voltaje sexual, fisicoculturistas antiguos de 122 años que forman parte de la Guardia Imperial de La dinastía de las bataclanas, pichones de rasputines, gente montada una arriba de otra, flagelantes, gente ciega y tullida, gente loca de los nosocomios (entre ellas: todas las amigas y compañeras de internación de Carlota Echague) Para resumir: gente loca y pobre, dispuestos a seguir una marcha sacrificante y doliente, atravesando desiertos calcinados donde despuntan auroras boreales de colores desconocidísimos que ninguna gama de ningún color podría igualárseles; dicen, además, los que algo cuentan por las noches tauras en los barsuchos de la ciudad -no sin miedo- que del sur vienen caminando con zapas, antorchas, estandartes, cadenas con bueyes, carretas, simuladores de vuelos en carritos de panchos, espadas toledanas, arsenal electronuclear para hacer desaparecer diez taifas juntas por electroshock (si quisieran), transportado en un carro de 100 metros, tirado por sesenta briosos caballos azabaches, que en su lomos posan las visuales de la luna. Alas de madera fina de la selva que usan para planear como homoaviones sobre los edificios. Y claro, como en éxodo, además, las domesticidades: loros, catas, gallinas, codornices con los huevitos arrastrados por los piquitos de las codornices hembras, una ternura mire vea. ("perdón, me emocioné de nuevo, mire vea").

Ver: Crónicas del subsuelo: Poseidoncitos de Malasya

No hay carteles ni frases en la señalética de la movilización. Son símbolos que nadie puede interpretar al menos visualmente, porque como se sabe, los símbolos son como cajitas de pandora, que luego puede sea cualquier otra cosa que no refiere a la primera cosa, pero no es precisamente "la cosa" ¿me entendeus o no me entendeus? En fin, un símbolo, críptico; mire vea si será críptico que los pendones no tienen nada escrito ni impreso. Los símbolos de cada pendón y cada estandarte lo llevan en silencio cada uno de los profesantes que sostienen los palitos de los mismos. Que solo ellos saben su significado. ¡Más jodido todavía! mire vea. Porque cuando uno ve un cartel que dice: "te voy a quemar el gallinero y cinco cimarrones se harán cargo del estanque de tus peces", ¡bueno! uno ahí puede atenerse a las consecuencias, o no, tal vez anticiparse a las mismas, prevenir, o reprimir la manifestación de cuajo, cortando las entradas a la capital con los ocho ejércitos malasyanos. Pero esas son decisiones que deberían tomar las autoridades. Yo, como escribiente, diría eso, si me convocaran con una pregunta sobre "qué hacer" (reprimir y al carajo, diría). Sin embargo, no me van a llamar ni quiero que me encuentren. Estoy en un buen sitio, en la habitación de un hotel moro en Marrakech mirando la costa, cómodo, sobre un balcón de maderas talladas, con humanos de ébano bailando música electrónica house alrededor del alcázar, ebrio de los perfumes de la puesta de sol, recibiendo información desde el router del astral que, por suerte, lo traje en la maleta. En la cama de la habitación duerme La máquina naranja, "zanahoria" le digo, cariñosamente. Mientras yo trabajo en el escrito y proceso la información, La máquina naranja duerme. Ronca. Por momentos me da un poco de rabia, después se me pasa y sigo escribiendo, -: "si está descansando... no tengo que ser pija", me digo pa mis adentroj, en solidaridad con "zanahoria".

En fin... esta noche salimos de juerga por las calles de Marrakech, vamos de marcha, de bar en bar, de barra en barra, de boca en boca, enlazándonos en las piernas de mujeres y hombres que brillan en la oscuridad del bar, la suburbia cosmoastral de la Malasya ander, mire vea. Allá tenemos amigos en la zona de los chebolis, artistas por lo general, gente loca. Bancable para esa, después la soledad de la habitación frente al mar. En fin, me fui de mambo.

El mar está picado. Olas de 20 metros se levantan en dirección al hotel, yo tomo Tizne de ruar (el trago típico de aquí) y estoy emborrachando, el Tizne de ruar no se toma en vaso largo, es una copita nomás, por la concentración de alcohol. Pero como le puse hielo y la fresca del piélago era por demás agradable, le eché en un vaso largo y le puse hielo picado, pues. Era mi trago para seguir las relevancias de la marcha que se avecina sobre la capital. Y, como el informe lo tengo que entregar en un par de días, por tanto, sepan disculpar algunas desavenencias que del escrito puedan acusar. Les pido comprensión, porque los acontecimientos futuros dependen de lo que en el informe contenga, de alguna manera es así, soy tirano y dictador de mis sombras en la infinita soledad del escribiente, no soy un reportero, soy un escribiente al que distintas voces le dictan lo que escribe, un amanuense que solo quiere su paga y vivir dignamente, no pido más, sepan que soy un obediente a la causa de los otros. He dejado la Escuela de Lenguas Antiguas para venir a Malasya, -un paroxismo-, pienso, si Malasya es el lugar donde se cultivaron las primeras lenguas antiguas. Hecho que por demás me interesa para volver, si todo esto se compone, mire vea. Al final, he devenido desconocido a escribir para que del escrito se tomen decisiones con las cuales tal vez no esté de acuerdo. Yo no quiero que maten a nadie. Sin embargo, ya se sabe cómo es esto. 

Marcelo Padilla