Gane quien gane... ¿qué pasará con Cristina?

Gane quien gane... ¿qué pasará con Cristina?

Por:Hugo E. Grimaldi (*)

La mejor encuesta está por suceder. No hay nada más consistente que el remedio democrático para verificar aquello que se huele nítidamente en el ambiente: que el proyecto kirchnerista, con su modelo económico incluido, se ha ido adelgazando a medida que se radicalizaba y que hoy parecen ser minoría los ciudadanos que están dispuestos a creer en el relato y a defender en el extremo esa concepción tan populista y conservadora de la vida política que ha marcado a la Argentina durante más de una década.

Esta apreciación sobre un final de época que ya está entre nosotros es algo bien objetivo, ya que ninguno de los seis candidatos a Presidente ha prometido sostener tal como está la sombría degradación socio-económica de los últimos años, ni siquiera aquél que recibirá por el oficialismo los votos "desgarrados" de la militancia más cerril. Todos ellos han dicho, sin excepción, que van por un cambio y la diferencia sólo está en los métodos y en los tiempos.

Si bien la sentencia de la ciudadanía conserva mucho de suspenso porque la elección individual podría resolverse apenas por decimales a favor del estrellato de uno de ellos o de una nueva puja en noviembre entre los dos postulantes mejor calificados, mal que le pese al actual gobierno este domingo se está por verificar masivamente que la gente está buscando cosas diferentes y bien lejos de la confrontación.

Los nuevos aires que se eligen ahora, aunque se supone que van a llegar el 10 de diciembre, se basan necesariamente en la armonía. Y para lograrla y para afrontar los tiempos difíciles de reacomodamiento económico y social que se vienen, será necesario sumarle la esperanza de que se restaure el diálogo entre pares y no entre enemigos que están de un lado y del otro de la actual grieta, para terminar así con la política sorda, dañina y hegemónica de estos últimos años que ha sido el germen de la parálisis.

Al decir del papa Francisco, el viento mayoritario parece llegar en estos momentos desde el lado de "la cultura del encuentro", definición que dentro de los cánones de la democracia significa que el ganador de las elecciones, tal como debe ser, irá al comando del vehículo, mientras que sus contrincantes deberían mostrarse en actitud de empujar, si se planta el motor.

Pese a todas sus paranoias, que por cierto no les falta a ninguno de ellos, así lo sugieren sobre todo los estilos concordantes de Mauricio Macri, Sergio Massa y Daniel Scioli, aunque este último, sabiéndose primero, se haya arriesgado hace unos días a no concurrir al debate que emparejaba a todos. El tiempo, las ambiciones o las estrategias los podrán cambiar hacia el futuro pero, por ahora, la ciudadanía parece haber descubierto en ellos, en medio de campañas francamente anodinas, menos rabia que la que hoy existe en el ambiente.

Pero, atención, porque esta elección entre moderados de la política no sólo premiará una mudanza hacia métodos más propensos a los cambios de opiniones y al respeto cívico, sino que el voto mayoritario apuntará también a variar cuestiones bien de fondo, algunas alejadas de los desvíos republicanos pero también de los desvaríos económicos que el kirchnerismo buscó consolidar durante los últimos años tomando en vano el nombre de la inclusión.

Casi como un calco de lo que le ocurrió a Carlos Menem, aunque éste no tuvo a un Eduardo Duhalde antes que le hiciera el trabajo sucio, el ciclo que se va a cerrar en diciembre con mucha zozobra en materia productiva y de empleo, comenzó en 2003 como un tanteo de prueba y error de parte de Néstor Kirchner, a partir de resultados que siempre eran mejor que la herencia recibida y que, por lo tanto, generaban genuina esperanza.

Tal como le sucedió al riojano cuando buscó la re-re, el proceso se degeneró en su segunda parte, con Cristina lanzada también a favor de pretensiones hegemónicas que obnubilaron aquellos fundamentos que había privilegiado su marido. Así, cuando ella además leyó mal los resultados de 2011, llegó el desgraciado "vamos por todo" de febrero de 2012 que fue para la Presidenta un cajón de Herminio anticipado, paso en falso que ahora adquiere relevancia cuando se analizan los por qué del deslizamiento hacia terrenos tan cenagosos.

En materia estrictamente económica, lo que el riojano impuso en los '90 como corsé, la convertibilidad, fue en el caso de Néstor su famosa libreta, la que contenía el ABC de cualquier administrador lógico y consciente: obligarse a tener siempre superávit fiscal y comercial para custodiar los pesos y los dólares. Probablemente, esa cuidadosa y a la vez pragmática concepción de almacenero que le impedía salirse de la regla de no gastar más de lo que entraba lo consagró en los tiempos de las vacas gordas como un administrador eficiente que, además, le hacía marcar el paso con mano de hierro a todos los que tenía a su lado.

A la inversa, en los últimos años, justo en tiempos de vacas flacas y con Cristina al frente, se cebó el consumo y la maquinita de la Casa de Moneda ha funcionado a full para tapar agujeros y para generar la ilusión de plata en el bolsillo de la gente. Bajo una receta idéntica, porque no podía emitir pesos, Menem lo hizo, pero con el endeudamiento que explotó en el default de 2001.

Pese a tantas cuestiones en común, hasta parece insólito que el kirchnerismo acuse a Macri a cada rato de ser un "neoliberal de la derecha de los '90", mientras los dueños del modelo compartieron con Menem boletas electorales y Scioli llegó a la política por él.

En el caso de estos tres presidentes de origen peronista, los hechos de corrupción marcaron aún más el cuadro del envilecimiento de sus períodos que, en el caso del kirchnerismo, se complementó con un avance inaudito sobre la Justicia y también sobre los medios, con la creación de un aparato de propaganda costoso y a la vez ineficiente, ya que nunca el relato de los peces de colores fue respaldado por las audiencias.

Una comparación económica más: las tarjetas de crédito kirchneristas sin intereses buscaron generar, durante estos últimos meses, la misma ilusión que otrora derivó en el "voto licuadora" de 1995.

Sin embargo, y habida cuenta de lo que está sucediendo en materia de preferencias en comparación con elecciones anteriores, los ciudadanos actuales parecen haber aprendido la lección ya que, habiendo aprovechado la volada del financiamiento gratuito en medio de un proceso inflacionario, tanto como la clase media ha manoteado el dólar subsidiado de la AFIP, se muestran más propensos a empezar a pagar la fiesta cuanto antes porque todo indica que, pese al cepo, la inflación y la pobreza, todavía el deterioro no es tan profundo como el de la crisis de fin de siglo.

Como le pasa a un obeso, el proceso de ponerse nuevamente en línea se llama ajuste y los votantes saben que, debido a la experiencia delaruísta, es mejor hacerlo cuando aún se está a tiempo ya que, cuanto más se sostenga el actual modelo, más doloroso será salir. Y saben también que, con sus variantes de shock o gradualismo, los tres principales candidatos están dispuestos a encarar el ajuste, al contrario del Gobierno que mete miedo con la palabreja.

Sin dejar de resaltar otros muchos desaciertos propios en montones de rubros más sectoriales, como el educativo, el agrícola, el energético o el de infraestructura en general, en el gobierno que se retira no se puede dejar de mencionar la influencia que ha tenido en los últimos años la mala praxis de diseño y/o de ejecución de Axel Kicillof, como factor de una especie de anti política económica, tobogán de los últimos años al que no hubo relato que lo pudiera sostener.

Al respecto, existen algunas dudas, ya que o bien el ministro se sometió mansamente a las reglas que pondera siempre la Presidenta, recibió órdenes alocadas desde la esfera política y no dejó de cumplirlas pese a su versación, lo que lo invalida como profesional de los consejos o él fue el verdadero ideólogo de lo que sucedió durante los últimos años, recitándole a Cristina aquello del mundo "que se nos ha venido encima" y dándole letra para que ella sea quien termine exponiéndose defendiendo lo indefendible. En cualquiera de los dos casos, la calificación del ministro es para un aplazo, pero la devoción que la Presidenta tiene por él es tan grande que, probablemente, sea eso lo que le impide ver que él o su entorno más cercano o todos en conjunto son los que han puesto a los últimos días de su gobierno en un gran paréntesis.

Pese a ello, se ocupó de hacerle un aporte central al acto de cierre de campaña del kirchnerismo de la Capital Federal que impulsaba la candidatura a diputado del ministro, plagado de banderas de La Cámpora, con un mensaje televisado de fervoroso acompañamiento. En tanto, en la convocatoria del día siguiente de su candidato Scioli, en el mismo lugar, Cristina brilló por su ausencia.

Cosas de la interna, tampoco el gobernador había estado junto a Kicillof, seguramente para no escuchar una vez más que "el candidato es el proyecto", algo que junto a la Presidenta él soporta con estoicismo, ya que ella se lo dice de mil maneras y le marca continuamente la cancha, pero él no se inmuta. En el acto de Scioli, la presencia del cantante formado en Venezuela, su amigo y notorio antichavista Ricardo Montaner, no puede dejar de considerarse como parte de la guerra de gestos entre las dos facciones.

Si bien la popularidad y la consistencia de imagen que tiene aún la Presidenta sigue siendo alta, como el Frente para la Victoria, al igual que Cambiemos o UNA, es justamente eso, un frente electoral entre los kirchneristas encolumnados tras de ella y los sciolistas sostenidos por los gobernadores del PJ, resulta difícil saber cuántos votos llegarán a las urnas de parte del palo K en todas sus variantes y cuántos vendrán del peronismo que hoy encarnan Scioli y Massa.

Igualmente, cualquier porcentaje que se aventure en materia electoral, queda claro que, en todos los casos, el kirchnerismo y su proyecto volverán a ser propiedad de una minoría dentro del panorama nacional, por más que conserve nominalmente muchos legisladores. En todo caso, la Presidenta sabrá por qué no pudo o no supo generar un candidato que la conforme a ella y a sus seguidores, quienes están resignados a votar "con caras largas" o a hacerlo en blanco.

No sólo el Papa recita el Martín Fierro. A este devenir del periplo kirchnerista, que ahora se va de salida y ya se verá si luego tiene resto para volver en 2019, se le acomodan de maravillas dos versos de José Hernández: "!No hay tiempo que no se acabe ni tiento que no se corte!". Amén.

(*) Especial para Mendoza Post