Crónicas de subsuelo: Ama a tu enemigo

Crónicas de subsuelo: Ama a tu enemigo

Por:Marcelo Padilla

No la libertad, el fuego, las bocas hirviendo babean pedacitos de carne hechas gotas. Ama a tu enemigo como amas a tu descendencia, eso dicen los versículos pero también el comunicado de la muerte del torturador una vez masacrado. Que descanse en paz su alma. Ama tu siniestra oración con las manos atadas al rosario. Las yemas de los dedos han perdido su huella digital para los trámites bancarios, para el reconocimiento de tus pasos que han hecho y deshecho el camino y la huella hacia el oráculo. Escucha la canción hecha de epigramas que suena cuando chocan las nubes. El ángel y su legión de exterminadores se han dado cita aquí, en la tierra que es cielo y también infierno. De la versión del cielo estamos agotados. De la estigmatización del infierno hemos hecho una pira humana regodeante que adora la maldad de la especie. La manada guacha sigue caminando al compás del vals de la muerte sin chistar siquiera. Las puertas de las iglesias deciden la moral del adentro y del afuera, solo traspasarlas implica un acción revolucionaria para decirle al enviado que su sacrificio ha sido una impostura. Su sangre es el líquido que necesitamos ver para estremecernos. Solo la sangre y el fuego en la iglesia cobran sentido para calmar al fantasma. En la puerta los mutilados con las manos extendidas hechas un huequito y un cartel que reza: "mátennos". Sin embargo, algunos les dejan monedas para la calma de su concupiscencia, y al mensaje del mutilado no le dan entidad. En la calle de los vientos embolsados vuelan los caniches que todo ser anida, como si los hubieran parido en los departamentos de la ciudad porque a los hospitales no se puede ir, veterinarias no, fuego. Son miles, como los pollitos de la perfo de Kiss los caniches esperan su condena. Mear, cagar, vomitar, siempre tironeados de la cadena del dueño o la dueña. Pobrecitas cadenas tironeadas por humanos y perros. Con las cadenas no. No la liberad, el fuego.

En la palabra Pueblo está la trampa que, al pronunciarla, desvanece. La abstracción viene sembrando bombas. Las cuestiones prácticas, propias del espanto cotidiano han naturalizado el andar sumiso de toda acción humana, despreciable acción que se asquea de lo incómodo, tropezando en veredas imperfectas de tantas baldosas flojas. La señora del segundo se ha caído otra vez en el playón del panóptico y adquiere otro moretón para su colección. La mirada de la curiosidad se tensa solo por la caída, no por el lento caminar perdido que solemos esquivar en tránsito a los almacenes. Los novios saludan en el atrio pero nadie les tira nada. Arroz tiran los maoístas y vietnamitas, acá se aplaude como se aplaude una jugada de Neymar. ¿Qué es lo que se aplaude en una jugada de Neymar? ¿La fantasía? ¿La magia? ¿La irreverente bicicleta arriesgada en la raya bajo los tres maderos? Los parlantes gritan óle, óle, óle. El operador de sonido es un DJ que aumenta el aliento de una masa ficcional que no está ahí presente. Solo desde las casas flagelantes los gritos y puteadas son verdaderas. La ira verdadera. La locura verdadera entre cuatro o cinco paredes que suenan y tiemblan al ritmo del taladro. Al ritmo de martillazos.

Ama a tu enemigo. Ya se escucha el martillazo del vecino a las 8:24 en punto del domingo. ¿Querrá salir? No lo he visto salir en siete meses, pero sé que está pegado a mi pared martillando, más tarde taladrando. ¿Estará crucificando a su caniche? ¿Cuántas veces? ¿Será su piel alfombrita para el baño o la cocina? Eso no lo puedo saber por el momento. Le han llegado mis notificaciones. La tapa de la olla que uso para los fideos me sirve de elemento de percusión para contrarrestar su ruidosa existencia. Su encierro anti especie que avisa que no hay canarios. Esos bichos mueren por infarto si el umbral del sonido pasa a la contaminación del ruido. Los decibeles que le llaman. Los decibeles que administra el DJ operador de sonido. La fantasía del mundo espera algo que no sabe. Templos para la meditación son las casas y las guaridas. A puro látigo. A puro ritmo en la madrugada luego de la polvareda del zonda y sus demonios. La versión del infierno no es a la que nos tienen acostumbrados las encíclicas. El cura no cura y la iglesia es el sitio perfecto para "el vicio inglés" victoriano donde se practica BDSM entre curas y dominatrices. El cura se arrastra de rodillas con su ropaje, con el culo afuera, la pollera del cura sobre su espalda y las dominatrices con sus fetiches dando chasquidos en sus nalgas fofas.

Ama a tu enemigo como a ti mismo.