Un premio Nobel a la nada... ¿solo un sueño?

La necesidad de un premio que reconozca las buenas acciones.

Un premio Nobel a la nada... ¿solo un sueño?

Por:Natalia Furst (*)

La protagonista del sueño de anoche era una mujer de unos 50 años o más, delgada, de pelo negro y vestida sin ningún cuidado especial: una simple mujer de un barrio cualquiera. Aún recuerdo los detalles y sensaciones.

Estaba en la acera ayudando a un niño, un vecinito de la zona, a aprender a andar en bicicleta sin rueditas. Le sostenía la parrilla por detrás durante los primeros metros y luego lo dejaba libre, para que él tomara seguridad y continuara pedaleando por su cuenta.

Lo hacía como quien respira, con total naturalidad, quizás sin ninguna consciencia sobre lo que hacía y su significado.

Mientras la observaba podía ver en simultáneo, cómo en otra ocasión ayudaba a otros niños a aprender a nadar en el mar. Ella con su malla enteriza y su manera suave de hacerle la vida más fácil a los desconocidos. Animándolos como si fueran parte de su familia más cercana.

Me di cuenta de que se comportaba así siempre que encontraba a alguien que necesitara uno poco de cuidado, sin importar quién fuera.

Fue entonces cuando me llegó la noticia de que había recibido el "Premio Nobel a la Nada", que se le daba a gente como ella, preocupada por los demás sin saberlo. Personas comunes, del montón, que se ocupaban de los demás sin esperar nada a cambio. Con pequeños gestos diarios, sin ninguna expectativa de retribución, como quien camina hacia el supermercado y sin saberlo observa a su alrededor y ofrece su ayuda a cualquiera que se cruce en su camino. Sin esperar ir al cielo cuando muera, sin felicitarse por sus buenos gestos, sin comentarlo o sin sentirse superior por sus acciones.

En el sueño, este premio, increíblemente, era tan respetado como el Nobel de Química o de Literatura.

Entendí lo extraordinario de una sociedad que reconocía a una buena persona, solamente por serlo. De alguna manera, en otro plano, yo pensaba en mi sociedad y en la imposibilidad de que eso sucediera jamás. La bondad no es un valor, no se premia. Y si bien existe el Premio Nobel de la Paz, muchas veces ha sido un insulto a la inteligencia humana, un deshonor en estos tiempos: grandes líderes que de pacíficos no tienen nada y que no dan puntada sin hilo.

A esta mujer ni siquiera le interesaba la noticia sobre su reconocimiento mundial, seguía empujando la bici del niño como si nada hubiera pasado.

Una idea que me apareció durante el transcurso del día fue proponer el cambio de nombre del premio y llamarle el premio nobel a "Todo lo importante". Creo que la moción podría ser apoyada por muchas personas si recordamos ese momento en que nos pasó que alguien nos dio una mano, de pequeños o de grandes, sin que lo esperáramos. Ese alivio o sensación de alegría. Más aún, creo que también podemos rememorar esa vez o veces en que nos sentimos solos o con miedo ante una caída, una situación de desesperanza o inseguridad ante ciertas cosas y no hubo nadie allí para acompañarnos.

Poner foco en la vida de las otras personas, niños y niñas que están ahí aprendiendo la vida aún sin entenderla, actuar despreocupadamente ante otras personas que necesitan una pequeña ayuda, un detalle o un gran compromiso desinteresado. Sobre todo, dejar de protegernos sin razón. Creo que quizás éstas sean buenas condiciones para la entrega del premio.

Las imágenes de esta mujer me llevan a pensar que si existen en algún inconsciente humano, existen también en esta realidad. Sólo que necesitan ser valoradas para que más personas quieran comportarse así, sin esperar nada a cambio, más que la sensación que sentimos cuando de verdad ayudamos y nos sentimos ayudados.

Me desperté descansada como pocas veces, con la sensación de haber sido testigo de una situación única, una de las pocas que puede devolverme la esperanza en la humanidad: el que todavía haya mujeres y hombres que apoyan a quien sea, con detalles pequeños y enormes a la vez, sólo porque sí.

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Natalia Furst es artista plástica argentina que reside en Barcelona a partir del 2002, desde donde observa que en todas partes se comparten los mismos problemas humanos. Ésa es la base de su obra visual y de lo que escribe.

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