Hoy en Memo: Los varones, un rico postre

"Y si ahora las mujeres tenemos trabajo, dinero y poder, ¿qué herramienta de intercambio ofrecerán los hombres? ¿Habilidades emocionales y de cuidado? ¿belleza, juventud y sumisión? ¿De qué se van a disfrazar si ya no cuentan con el prejuicio a su favor de que si no estás casada es porque no te ha elegido nadie y no eres válida?". Emiliana Lilloy analiza y provoca al debate.

Hoy en Memo: Los varones, un rico postre

Es un almuerzo familiar en un restaurante en un club del parque San Martín. En la mesa de al lado se sientan seis chicas jóvenes, de alrededor de treinta y cinco años. Es un día soleado que invita a disfrutar. Hay una promoción de vino blanco y champagne que si bien no es barata, es conveniente y muy tentadora. Nosotros/as ya tenemos la nuestra y ellas ordenan dos al mismo tiempo. Las fraperas están sobre la mesa, brindan, toman, charlan, se ríen y se sacan fotos luciendo sus sombreros de estilo, lentes de sol, y sus vestuarios acordes al último grito de la moda.

Al verlas siento satisfacción y un anhelo del pasado, no de lo que fue, sino de lo que podría haber sido.

Mi hermano también está muy atento a ellas. Le pregunto por qué las observa tanto y me contesta: porque me parecen muy frívolas. Indago más, y me comenta que conoce a "todos sus maridos" del gym y que ellos le han dicho que les dan plata para que salgan solas, así los dejan en paz los domingos para irse a andar en moto.

¿Las 6 están casadas y conocés a los 6 maridos? Se ríe y me confiesa que no las conoce, que lo dijo para irritarme. Luego reconoce, que quizás lo que le incomoda de ellas, es su libertad, su indiferencia hacia él, e incluso el pensar que van a pagar una abultada cuenta con total soltura.

A confesión de parte relevo de prueba. Nos reímos, entiendo su irritación, o confusión si se quiere. Es que ellas ya "no lo necesitan", ni a él ni a ningún marido para salir a disfrutar, compartir un domingo sin ser estigmatizadas por no estar casadas o tener hijos/as, y sobre todo, para pagar sus cuentas con total soltura, porque hoy, ellas han logrado trabajar por su cuenta y ganar su propio dinero.

Todo transcurre, y mientras ellas piden la tercera promoción para acompañar sus principales, fantaseo con su libertad, con que ellas no fueron educadas para complacer a los hombres sino a sí mismas, que el mito del amor romántico no les ha colonizado las mentes como a otras generaciones. Que en la música que ellas consumen ya no se escuchan frases como "sin ti no soy nada" y que en sus bibliotecas familiares no encontraron el libro "No seré feliz, pero tengo marido"

Fantaseo con que ellas son la representación viva de la frase de la cantante Cher: "los hombres no son una necesidad para mí, sino un lujo, como un postre". Ante la sorpresa de quien la entrevistaba aclaró: amo los hombres, son lo máximo, pero no los necesito. Seguidamente contó entre risas que cuando su madre le dijo que algún día tendría que sentar cabeza y casarse con un hombre rico, ella le contestó: mamá, yo soy un hombre rico.

Tomo mi copa de vino, y seguimos comentando sobre la actitud de estas mujeres que no dejan de llamarnos la atención. "Lo que pasa es que parece que ya lo tienen todo", me dice mi hermano. ¿De qué nos vamos a disfrazar nosotros ahora, si ellas acceden a toda esa libertad?

Más claro échale agua, vino blanco o champagne del bueno. Es que para las generaciones pasadas es difícil entender o reconfigurar las relaciones afectivas o de pareja en estos nuevos e insipientes cambios estructurales que estamos viviendo.

Antes, la mujer era educada para desenvolverse en el espacio privado, dedicarse a la casa y los/as hijos/as. Para ello necesitaba un varón proveedor que se desenvolviera en el espacio público. En este contexto, las herramientas de conquista para ambos bandos eran muy claras: las mujeres tenían que ser bellas, jóvenes y sumisas para ser escogidas para su función de madre y esposa y los varones debían mostrar capacidad, dinero o poder para acreditar que también podrían cumplir con la suya. Estas eran las herramientas de seducción.

Y si ahora las mujeres tenemos trabajo, dinero y poder, ¿qué herramienta de intercambio ofrecerán los hombres? ¿Habilidades emocionales y de cuidado? ¿belleza, juventud y sumisión? ¿De qué se van a disfrazar si ya no cuentan con el prejuicio a su favor de que si no estás casada es porque no te ha elegido nadie y no eres válida?

Hay quienes dirán, como le dijo la periodista en aquella entrevista a Cher, que las mujeres que observamos este cambio con alegría somos unas amargadas, odiadoras de varones o que no creemos en el amor y la familia. Pero para responder a esto, primero hay que formular bien la pregunta ¿qué significa y qué ha significado el amor romántico para las mujeres en esta construcción cultural?

Dejémosle la respuesta a Katte Millet que es quien lo hace mejor: "El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos".

Los varones de mi familia me provocan un placer enorme, ellos comprenden estos cambios, se ríen de sus propias inseguridades porque son seguros y pueden fantasear y crear ilusiones sobre lo que sucedía en la mesa de al lado conmigo.

La ilusión de que ellas no estaban allí "para los hombres", estaban allí para ellas mismas, disfrutando de su amistad. La de que eran mujeres libres, poderosas, con dinero propio para pagar sus cuentas sin la obligación de tener un varón al lado para sentirse válidas y seguras.

Una ilusión que nos hace creer que podemos dejar atrás esas estrategias de conquista e intercambios que muchas veces son macabros y nos deshumanizan, para dar paso a relaciones afectivas sanas, en donde no nos necesitemos o explotemos, sino que nos apoyemos y vinculemos entre iguales. Ser felices y disfrutar ese almuerzo entre amigas, con nuestra pareja o no, con hijos/as o sin ellos/as, pero siempre entre libres e iguales.

Cuando llegó la cuenta, cada una/o de nosotras/os pagó su parte, menos mi viejo que fue el invitado.