Crónicas del subsuelo: Llamadas telefónicas

Crónicas del subsuelo: Llamadas telefónicas

Por:Marcelo Padilla

Por lo general dejo que el teléfono suene una y otra vez aun sabiendo quien está llamando. Todo empezó por el cansancio de atender números desconocidos con prefijos de otras ciudades, algunos del interior de Mendoza, otros de provincias y los menos de afuera del país. Cada vez que atendí la voz del teléfono era de una chica o un muchacho que ofrecían tarjetas de crédito o un nuevo servicio de telefonía celular, promociones para instalar televisión por cable, luego satelital, seguros de salud con un bajo costo, bancos que invadían en horarios de trabajo, a la hora de siesta, pero también a la noche cerca de las 20 hs. Los sábados pasaron a ser también un día de llamadas a cualquier hora. A través de voces amables, generalmente de mujeres que ponen ahí para atraer a los futuros clientes, yo atendía los llamados con la intriga depositada ahí en esas voces que no sabía de quienes eran por más que la presentación de la llamada fuese acompañada de un "buenos días" o "buenas tardes mi nombre es..." Carolina o Jimena, Alejandro o Martín, daba igual. El monologo aprendido en esas voces casi que no te permitían decir NO de entrada, con amabilidad según el humor del momento, sin cortarle de movida porque la socialidad cultural incorporada en el tiempo hace a uno más dócil para esas cuestiones de invasión telefónica, como atender una puerta y al abrirla un sábado a la tarde entablar una corta conversación con evangélicos o grupos de adventistas casa por casa que te dejaban el mensaje del apocalipsis en una hoja de color que luego usaba para prender el fuego en la churrasquera.

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La socialidad incorporada hacía que uno al menos fuera amable y cortara de golpe con alguna frase lacónica como por ejemplo: "discúlpame no te puedo atender en este momento estoy haciendo la comida", o "perdón estoy trabajando y en este momento no te puedo atender". Nada parecía creíble para los que llamaban y escuchaban mis negaciones como a mí me sucedía cuando los que llamaban me decían "mire que esta promoción es solo por este mes y toda la instalación va sin cargo y el primer mes es gratis" y cosas por el estilo. Esas convenciones de creencias entre escuchas y hablas que pactan una socialidad de amables antes de la puteada bravía que, repito, según el humor, terminaba por destaparse de mi boca logrando que el que cortara no fuera yo por agotamiento sino el que llamaba por agresión. Un día me cansé de putear y de ser amable cuando me di cuenta que ni una u otra forma de entablar una conversación telefónica eran, por así decirlo, "tranquilas" para mí, porque en el caso de no putear y dejar hablar la invasión podía durar hasta quince minutos esquivando preguntas sobre los motivos de mi negativa y en ese discurrir tal vez a alguien convencieran luego de la aceptación de estar ese tiempo negándose a la mejor oferta del mundo en ese preciso momento aun aceptando la llamada y esa conversación que nadie pidió.

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Putear era estresante porque encontraba la ocasión para descargar la ira con furia por algo que no me la hacía pasar bien, sea la situación económica o estados de ánimo en hundimiento motivados por cualquier situación cotidiana en el encierro de la casa y así quedar exhausto para continuar con mis cosas. Su fue poniendo pesada la situación con esas llamadas desconocidas de empresas que ponían esclavos para que te convenzan de lo que te estás perdiendo por única vez, de ser el agraciado y no valorarlo y despreciar la oportunidad de probar y creer. Hasta que opté un día por no atender más jugándomela a que quien llamara no fuera una empresa ni un banco ni la televisión satelital y resultara ser alguien cercano o conocido que yo no tuviera registrado en los contactos. Aun si el número del prefijo no coincidiera con el de la provincia podía ser una llamada importante de alguien que me hablara desde otra provincia u otro país y me perdiera una conversación de reencuentro o alguna noticia que fueran a darme importante para bien. También el riesgo de que fuera una mala noticia por qué no, sin embargo con la teoría popular que las malas noticias llegan siempre a destino de cualquier manera terminé prefiriendo la no atención y dejar que suene una y otra vez casi gozando perversamente, más aun cuando la llamada era insistente y sonaba una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete u ocho veces hasta se cortara para luego escuchar por la insistencia otro intento y así una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho veces más, insoportablemente insistentes.

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Sin embargo yo ahí, esperando llamaran de nuevo para acompañar el cansancio del otro y fuera pareja la situación de hastío: "que llame de nuevo", "que intente llamar de nuevo" y suene y suene dos, tres veces más y así seguir en la gozadera de la perversión. Finalmente me cansé de todas la formas de encarar esas llamadas y sonidos y parlamentos extensos o cortantes con una gran puteada a quien fuera que dijese "hola buenas tardes llamo de SuperTv para ofrecerle...." ¡crash! teléfono contra el piso o contra la pared, habré roto uno, dos o tres, cuatro, ya no sé, varios. Todo esto me llevó a sacar cuentas del tiempo y la plata que perdía cuando cortaba una llamada con un ¡crash! contra el piso. Ahí opté por no atender más a nadie, así fuera alguien conocido o muy cercano, rechazando la llamada o simplemente dejando que sonara hasta el hartazgo del otro. Así resultó mi aislamiento lento pero sin pausa con el pasar de los días y los años hasta que ayer atendí a un amigo que solo quería hablar con la excusa de contarme algo que me podía interesar escuchar a través de un audio que me mandaría cuando cortara sobre la música que está haciendo complementada con parlamentos poéticos, y que ya había logrado su jubilación anticipada por discapacidad luego de operaciones y pérdidas de la vista. Habremos estado hablando una hora poniéndonos al día de las horas que no habíamos compartido juntos todos estos años. Cuando corté escuché el audio con su música electrónica, sonaba muy bien, la puse fuerte en el parlantito para atender con mayor precisión el clima y las voces que se colaban por entre los bits y una que otra raspada de disco con freno de bajo gordo y bombo en el pecho.

Afuera nublaba y era inminente la lluvia.