Crónicas del subsuelo: Ratitas blancas

Crónicas del subsuelo: Ratitas blancas

Por:Marcelo Padilla

Tan solo para que pase el tiempo. Eso es lo que hace, escribir para que pase el tiempo en las horas largas de los días que se arrinconan en un cajón. Va y las saca de a una para que se esfumen. Perder horas, perder días, perder países. Es que cuando el cuerpo está quieto y encerrado a la cabeza le aparecen los recuerdos, aun no queriendo hacerlo, sabe, que se lo recuerda la nube de google, las fotos, cientos de fotos de ese día y de los otros. Y es un boleo en el ojete verlas porque hace un año, sí, hace un año andaba por ahí viajando por lugares que no existen hoy.

-Es que todo ha desaparecido, le digo, intentando bajar a tierra.

-Sí, ya lo sé, ¿o te creés que no lo tengo claro que todo ha desparecido?

-Lo digo solo para ayudar, perdón.

-No, no pasa nada, está bien.

Con rabia me lo dice, porque tiene mucha rabia contenida y aun habiendo borrado las fotos vuelven a aparecer. Luego de un año quedan en algún lugar escondidas y reaparecen igual, como un fantasma. O miles de fantasmas. Un fantasma por foto.

-Bueno, pero ya cortála con eso, ya fue, remató.

Calentó café y se sentó en el sofá a continuar su libro "Oda al librador de su tumba". Escrito en 1962 por Alexander Vilstem. Un americano de padres alemanes que nació en Luisiana. Una obra larga de casi seiscientas páginas que se publicó póstuma a través de un grupo de colegas amigos de la noche y las letras. Pensaba que con ese libro extenso, que agarraba día por medio un par de horas, podría soportar el encierro, hacerlo más liviano junto a otras actividades que tenía programadas en plataformas on line y seguir ganando dinero fácil, aunque requería cierto tiempo, ganar dinero fácil le implicaba tiempo y cabeza, dos capitales que supuestamente atesoraba y disponía para hacerse millonario en pocos meses en medio de la catástrofe inesperada por el virus, el aislamiento y la eternidad que se gasta por goteo, esas constricciones de libertad total para frotarse las manos contando la plata que le iría entrando a su cuenta, en fin, cabeza y tiempo tenía más que nunca si se lo ve desde cierto punto de vista, oportuno diría. Sin embargo, más allá de cierto goce en el estiramiento del tiempo final y el confort deprimente de las estaciones del año que se suceden entre sí, a la vez por momentos, como si el invierno se colara en el otoño y la primavera en el invierno teniendo al verano como objetivo quizá para intentar hacer algo que no fuera esta cotidianeidad normal de la que nadie puede escapar; se la pasaba escribiendo más que otra cosa, pivoteaba, cumplía aquí y cumplía allá, hacía lo justo y necesario para que el pequeño imperiecito que le mantenía en pie no se cayera, y dedicaba sus horas a perderlas, escribiendo la mayor parte del tiempo, ensimismado, comiendo lo mínimo que pide el cuerpo para sostener la energía y realizar los mínimos movimientos. Hasta podía vivir en la cama echado haciendo lo que hace al levantarse diariamente temprano, cortando a las 13, luego darse una siesta y a las 16 volver a levantarse hasta las 20, volviendo a la cama para esperar pase el tiempo con alguna película o serie, principalmente policiales y viejas.

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Es que ya la militancia, entendida con "la vieja escuela" como decía, no te ofrece más que la imagen y la virtualidad, se acabaron las ideas hermano, o mejor, la ideas que quedaron son las que ya habían sido instaladas anteriormente. Y cuando lo decía se me venía a la mente esa frase que tituló una vez en una nota: "el macrismo ya ganó, y es esto". Un ensamblado de mapas donde las personas buscan donde están sus vidas, revolviendo fotos, recuperando relaciones perdidas a través de redes sociales que más que sociales son privadas en redes sin atajos. En el vértigo de un desahogo permanente, una especie de destape confesional a medida como si el compromiso con una idea o un pensamiento fuera trasladable o pudiera ser expresado con una foto o un grupo de fotos, flayers, diseño de piezas envasadas para reproducir y compartir así nomás, sin que tuvieras la mínima posibilidad de la disidencia o discrepancia. Además de la bronca, odio, y la rabia que es el experimento en el que estamos sometidos pedaleando como ratas blancas con la lengüita roja afuera. Donde la palabra ya no es ponderable más que en una simple consigna a repetir para que sea tendencia.