Crónicas del subsuelo: Historia clínica

Crónicas del subsuelo: Historia clínica

Por:Marcelo Padilla

Los objetos de los cuales nos hemos rodeado para hacer del sitio de la espera un lugar donde administrarnos en el tiempo siguen en el mismo espacio, a lo sumo modificados por una limpieza general porque las particulares limpiezas, esas por arribita, son las del cansancio y la desesperanza, trapitos de repasadores gastados y llenos de aceite, servilletas de papel escritas con manchas de ceniza, manchas en la toalla, sangre de algún corte inesperado donde la gota engorda y luego desvanece chupada por la tela de una toallita de campamento que no llama la atención. En el descuido no importan ni los trapos que usamos para limpiar la cotidiana espera. A las 6 de la mañana, cuando el murmullo de la ciudad despereza -no es que importen demasiado los trapos-, en ese estado de adormilamiento que reúne manotazos del último tramo de sueño con el que nos reincorporamos hacia otra quietud donde posarnos, la panorámica de una casa que no conocemos es nuestra pesadilla. De repente no la conocemos y hasta parece habernos levantado en otra cama de otra casa deshabitada al menos por lo que aparenta la mañana que no es mañana sino madrugada instantánea que cobija al que espera. La acción de la espera es la del paciente. Sanitaria conducta de un higiénico amor que tras los baños de agua termal desteta toda ira y toda rabia y el eco de las laderas registra sin más unos gritos sostenidos que reproduce por su acústica helada. La espera en su específica acústica y las músicas o sonidos (aquí eso ya no importa), no transforma más que el minucioso orden de los objetos esparcidos por la casa. Unos libros y pocos adornos, algunos recuerdos de viajes en otra era, una llamita de sal del norte diablo y algún veneno pregnado a la piraña embalsamada que supo venir un día de una selva y hoy es cementerio de flechas y plumas de papagayo flotando por el Nanay.

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La palabra inseguridad es para los pacientes de la espera que ya no están en una sala sino en sus casas armoniosas con nuevos objetos. En la descodicia del agónico, en sus fregadas y manoseos por el cuerpo, en el estiramiento de la vida que invocan las nuevos estilos saludables en medio del incontrolable destino de un día para que llegue la noche y así la madrugada con sus murmullos, está el suero y sus tubitos por donde caen las gotas. En el amor igual, porque el estiramiento de la vida agónica de quien se está demoliendo, también por goteo, recicla y muta, pasa de un lado por no pasar por el otro pero es casi el mismo procedimiento. Rodear la cama y encallar, luego la silla y encallar, mientras la madrugada muere dormida en los brazos de los edificios avergonzados. Finita es la quietud y largo el porvenir, y nosotros puro testamento anónimo por más fotos e identidad que adquiramos en la espera. Mañana desaparece y se lo saluda por alguna red social, se cuelgan fotos de recuerdos que la misma programa para que ese día, esa mañana, tengamos un sentimiento público. El sentimiento público es a veces un pensamiento sentido o una publicación de un viejo sentimientos y entonces la espera se hace larga y confusa. Marea, enferma, disminuye la defensa de un cuerpo esperado que luego incorpora como inmunidad y la patología desaparece, el cuerpo sana ésta vez, solo ésta vez, y gregario por entumecimiento su nombre es historia clínica, antecedente que remplaza todo currículum y biografía.