Crónicas del subsuelo: Contactos estrechos

Crónicas del subsuelo: Contactos estrechos

Por:Marcelo Padilla

A kilómetros de distancia o tan solo a unas pocas cuadras, qué más da, hace meses diluido, clareado por la falta de soles y lunas. Más por las ventanas dichosas que han sido transformadas en ojos se mira la tempestad y las huracanadas bocas de aquellos líos de cima de montaña. Se mira al auto que pasa lento y perezoso y a la motito de quien va y viene: un pibe cargando pizzas, una chica vendiendo especias, una señora paseando perros, un hombre seco sin identidad más que su ropaje, jóvenes silenciados. Unos vestidos de runners y otros con la capucha. Estatus de los primeros, sospecha sobre los segundos. Por las dudas el patrullaje para donde deslizan los de capucha y luego de malos tratos los detienen. Por las dudas los detienen, por su capucha y su estilo, su forma de caminar en pausa con el anonimato a cuestas, vestidos de anonimato, listos para su desaparición si es que hiciera falta o si alguno de ellos osara contradecir. Los runners muestran el documento, es el día de salida y de libertad para correr al lado de un perro fiel compañero de agresiones y acosos. Perros malos. Perros de raza violenta. Perros que resuelven las cosas con los dientes y la sangre y nunca mueven la cola. ¡Ay si usted lo viera! ¡Ay si alguna de las gritoneadas que saltan de los pisos más altos escuchara!

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Agüaitando mira la realidad, también la televisión y las cosas que pasan por las noticias. Falsas o verdaderas, pichicateadas o sesgadas, qué más da, si hace meses diluido el "contacto estrecho" ya ni se hablan. Sí, ya ni se hablan. Cada tanto uno que otro mensajito quejoso pero ya ni se hablan. Hace al menos cuatro meses que está metido en su habitación tirando pedazos de cemento por la ventana y dicen, en el Café de abajo, que es un loco, un muchacho con padecimientos mentales que tira ceniceros por la ventana que rompe en sus ataques, que vive solo y no se sabe si come o no come, si duerme o no duerme. Pero nadie se entera porque los "contactos estrechos" han desaparecido y en los hospitales construidos para locos y locas hace setenta u ochenta años ya no admiten cosas raras. Acá queremos locos o locas que podamos dominar con la medicación y encerrar en sus celdas hasta la hora de comer. Y luego la pastilla potente para dormir. Diez o doce horas mínimo, así el servicio está tranquilo y no se resiente, no se estresa como se dice ahora.

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El estrés sanitario. Es que la salud no es lo que era antes. Y la enfermedad tampoco, entonces hay que armar comisiones de enfermedades y padecimientos nuevos, clasificaciones, espectros amplios de sufrimientos que no encajan en ninguna legislación ni normativa. El policía y el médico, la maestra y el cura, el militar y el profesor, la profesora, el preventor y la preventora. "Por la calle Adolfo A. Calle luego de cruzar frontera por la costanera". Esa rima canta al atravesar el zanjón, mirada al sur y mirada al norte, agua escasa y podrida. Los negocitos pegados uno al otro como siempre, bajando por Adolfo hacia el Este y el cielo gris sin celaje entrando al anochecimiento en ventanas y persianas de almacenes vagos y hoscos sin Posnet ni declaración sanitaria. Venden tras una cadena en la entrada una docena de cada cosa. Sin luces para no gastar, casi casi como si el terremoto fuera permanente y la vida transformada en tragedia cotidiana.

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En La Oficina De La Tragedia ya no hay nadie porque hasta las 18 hs es la atención al cliente y las que ocurren luego pues no serán contabilizadas. Tragedia va tragedia viene, luego de un sorbo más, sin "contacto estrecho" ni Clúster de nominación. Libre es el que se cuida y enfermo sin dios ni rezo ni cadena de oración el encerrado en su ataque que tras la ira se deslía y glissa su condición de goleta por el zanjón hediondo. Se anochece bajo la ira del descargue sin horario ni cero ochocientos. Los números y las claves de seguridad, la baja sensación a futuro. El cuerpo se condena por sometimiento a una silla y las horas viajan por la anterior dimensión aún no desechada. Peste y náusea. Ascenso y descenso de pasajeros que ya no tienen quien los reciba y mucho menos quien los despida.