Crónicas del subsuelo: El amigo invisible

Crónicas del subsuelo: El amigo invisible

Por:Marcelo Padilla

El procedimiento no está escrito porque acá en el pago se habla con lo puesto y se hace honor a la palabra, más aún cuando a "la palabra" han traqueteado a tal punto que ya ni una ley o resolución siquiera valen la pena para su cumplimento. El patrón invita pero la mesa está vacía, una vez más la invitación del pudiente es garpe para el invitado. La fila de autos es una postal y los bares atestados muestran lo que no se quería mostrar, aun promoviéndolos, en la doble moral. La tos y el cansancio de más de ciento veinte días, dura. Si nunca pudimos estar preparados para un terremoto menos lo estamos para una pandemia. Y la gobernanza desprevenida y atenta por el miedo no hace más que decir y contradecir. Por eso es que los cantos del norte y los del sur andan a puro remolino sin decidir el aconchamiento que proteja. En las hondas cuevas los ecos de los rezos, el volcán truena por las noches y es causa natural, como los desastres naturales que presentan las noticias, allá donde el diablo perdió el poncho. Siempre los desastres naturales tienen su coletazo y de "naturales" pasan a la categoría de "sociales". Los desastres sociales y también los policiales. En esa falsa antinomia un volcán entra en erupción y despliega su lava, brota ese fuego de cientos de años pero un día el volcán deja de amenazar y vomita. La población de los alrededores ha desaparecido y es justamente el lugar donde el diablo perdió el poncho junto a otros pobres diablos con mascarilla. El diablo en estas no tiene la culpa. Han estigmatizado tanto a ese señor puesto a jugar un papel en la leyenda que ya ni el Papa se la cree. ¿Y el Papa? ¿No le quedan grandes las iglesias?

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Aquí en el Clúster estamos bien, al menos no nos hemos enterado de nada porque el sol sale a eso de las 8 y se apaga a las 19, a la hora maldita. Entre ese horario los ascensores suben y a veces bajan, por eso las escaleras oscuras. Ciento ochenta son los escalones, los conté una vez bajando: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce...(ciento ochenta) Una niña y un niño con una soga en el descanso del tercero. Silencio de las paredes y algún que otro grito que sale por la cerradura de una puerta. Muertes no han sucedido. Sangre tal vez. Dolores musculares. Las ancianas y las monjas. Los militares y los gendarmes. La población estudiantil que no se sabe. En el Clúster, como los 33 chilenos, estamos bien, el patio es un desierto de cemento y las palomas lo han tomado. Ahora los niños y las niñas temen ir allí, por miedo a las palomas. La cinta transportadora lleva a una señora que cuida a otra señora que no se puede mover de la cama a pasear un perro diminuto. El perro caga y mea. La señora deambula como un neuropsiquiátrico. Todo lo hacemos así, aquí solo le falta el nombre en la entrada, sin embargo la noción de tiempo se ha visto modificada y hay gente que ya ha cumplido años a escondidas dos o tres veces en el año y se les nota, porque de golpe, de una semana a la otra, algunos tienen diez años más desde marzo hasta este julio.

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Los barcos están sin uso, los aviones igual, las casa rodantes y las motor-home oxidadas en algún galpón o en el fondo. La casa que alquilabas en las vacaciones está vacía porque sus habitantes están internados en terapia intensiva en un hospital abarrotado de Valparaíso. ¿Qué pensás reservar para el verano, si están muriéndose todos? En el "Operativo Amistad" para este 20 de julio la celebración se realiza bajo una sensación de "guerra invisible" con un "enemigo invisible" que puede ser justamente tu "amigo invisible". Ese, el de la infancia.