Crónicas del subsuelo: Transparentes

Crónicas del subsuelo: Transparentes

Por:Marcelo Padilla

Se avanza lentamente con movimientos corporales de sacrificio. Y no será la sangre que portamos, tal vez, la más adecuada para rearticular el cuerpo pesado que descansa por horas en una silla. Encorvados como camellos frente a las pantallas donde el tiempo transcurre en otra dimensión (el tiempo tras/tocado, otro tiempo, inmaterial por ahora) La velocidad que proporciona la nueva configuración de los encuentros virtuales: las noticias y esa costumbre de morir y despedir cotidianamente al otro, al que muere, al que se va en medio de la ausencia de los contactos corporales, disuade. El obituario y las oraciones fúnebres que ningún alto mando de cada aldea ha podido articular en palabras y ningún Tucídides para pasarlo a la escritura y dejar el testimonio en un escrito póstumo. El botón dice "siga siga". El bondi es una cápsula de vacío con seis o siete tripulantes. El viaje, la parada obligada para la desinfección.

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Al chofer no se le escucha bien lo que dice pero lo dice en esa especie de burbuja de plástico transparente que, si observamos bien, podría aparentar un camuflaje de amianto para los incendios por venir. El porvenir es también un incendio que luego del humo de los días transparenta un horizonte. El paisaje puede ser el horizonte. Una montaña o un desplumadero de gallos y gallinas al otro lado del río. Previo al cementerio del polvo y las cenizas que el viento asume cuando el cuerpo pasa a ser un puñado de arena, ahí van al crematorio, luego al fuego y de ahí a la tierra o al río. Los cuerpos se diluyen en los ríos, en sus brazos. Luego se estancan en la presa del dique. El agua ni se mueve. Y mientras cuela sus desechos la compuerta se abre para irrigar al Gran Canal. Por ahí, desde esa ancestral boa nos llega el agua, la escasa agua del desierto que pare la montaña. Las paredes de los glaciares impávidos. La guía de manual es "siga siga", y el viento, reitero, asume por su condición el torbellino de cenizas sin identidad que vomita el crematorio. El horizonte es lejanía que deslía. En el cimbrar de la mirada -aún en la mirada de la ceguera, aún en la escucha de la sordera- el horizonte es simbólico, y el mismo puede ser colectivo o individual. Esa es la disputa, la batalla disidente, la posibilidad disruptiva de enfrentar el ausente abrazo y la extraviada mirada que nos devuelven las pantallas.

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La política en la encrucijada de perder la carne y, por desnivelación tecnológica, "el saber" que surge de las tribus que, desconectadas, extinguen su fase clasificatoria. Huérfanos de oración fúnebre los pueblos infundados, aquellos que el lenguaje y la literatura no han construido. Fundar una lengua con caracteres que solo algunos pocos podrán asimilar es también fundar una cosmovisión, un horizonte simbólico, y en un desierto implica fundar nuevos pueblos, desgranados de la gran ciudad. El agua quiere morir en la tierra para recomenzar el ciclo de un nuevo tiempo que no sabemos. El agua, no sabemos, y, como no saber produce estrés, la sangre que portamos, dije al principio, tal vez no sea la más adecuada para rearticular el cuerpo pesado que descansa en una silla. Desde la escenificación sale un discurso único, pieza teatral homogénea. Rodeada la comarca de pantallas. Se dice que los noruegos y los suecos son obedientes a las órdenes de su estado. Se dice. Se dice lo que se mira, y lo que se mira es un horizonte que tal vez no sea el nuestro. En la provincia, en el estado de provincia que late bajo el zonda, el peregrino se anoticia de su suelo. Si hay suelo hay arraigo, y del arraigo la semilla que produce el horizonte.