El príncipe feliz

El príncipe feliz

Por:Marcelo Padilla

 En la medianía estamos todos oteando al distinto y por ello fuimos hinchas con una referencia: la locura. Un lugar común para clasificar "al otro" y dejar tranquilos nuestros espíritus, repito, de medianía. Todos los domingos por las tardes, en aquellas tardes de lluvia y de bruma, en inviernos trizados por la pena o bajo el sol de los otoños, lo pudimos ver y saludar, con la mano extendida no, con el abrazo de una persona de cara agrietada y negra que pedía unos pesos para la entrada. 

Al lado de las boleterías en las canchas de Gutiérrez, Rivadavia, San Martín o Palmira. En Las Heras, donde no éramos bien recibidos ni bien despedidos, en la cancha de La Lepra o del lobo, en la del boli o en la de Guaymallén, en la de Cicles Club Lavalle, donde dimos una vuelta por un campeonato, en Maipú y sus batallas con la yuta, correteando y enfrentando a la cana. Nosotros la medianía, con amigos que nos hicimos en la plaza antes de cada partido llevando las banderas y los bombos. En San Juan por los viejos regionales, en todas la canchas y potreros de mala muerte. Recuerdo bien: al baúl del auto de mi viejo lo llenábamos de papeles de descarte de la imprenta de Don Casivar que vivía frente a los bomberos. 

  Era domingo, siempre era domingo esperado. Y "el loco julio", con ese apodo, estaba ahí, y casi que los partidos no empezaban si el loco no llegaba. "¡ahí llegó el julio!", decíamos, frotándonos las manos por el frío. Y la entrada de una sola persona valía más que una hinchada. El loco pobre, el loco del corralón, el loco de la sonrisa sin dientes. No habrá hincha en la historia de la humanidad como "el loco julio". No solo por su entrega a unos colores o una camiseta, que por lo general definen a un hincha, repito, de la medianía. 

El julio vivió rondando el barrio de la bodega como un centinela, cuidando y agrandando el mito. No su propio mito, sino el mito del sacrificio de la entrega. A tal punto que donó la guita al club que ganó una vez en la lotería para construir una tribuna. No la donó un empresario, la donó una persona común sin nada más que tener para sí. Por eso y muchas otras acciones de bondad y generosidad lo consideraron "loco". 

Sin embargo el mote de loco no le hacía ruido al julio. Se sabía así mismo y deleitaba con su propio personaje hecho de elogios y cariños. No por imponer su figura a través de la violencia, a lo sumo una buena puteada tiraba el loco pero no más. Tal vez en esa goleada que nos propinó chacharita en el 74 el loco se sacó y entró a la cancha. Sí, el loco se trepó a la tela y luego saltó al campo de juego para suspender él solo el partido. Quedará en el recuerdo esa imagen como tantas. Y como han pasado décadas de transitar esos domingos yo me quedo con una en especial, un acontecimiento de iniciación tal vez, que, por familia tombina venimos heredando: el beso del Julio Roque Pérez en la frente de cada uno de mis hijos, una tarde cualquiera de un año cualquiera en la calle San Martín. 

Como si fuera una bendición que reafirma la identidad de barrio otorgada por un semi-dios harapiento. Y, como nunca bauticé a mi tropa por la iglesia puedo estar tranquilo que el príncipe feliz, siempre feliz, lo hizo aquella tarde cualquiera. Gracias Julio por esos besos. Eterno loco julio, el mejor hincha del mundo. A un año del centenario la dejas picando y te vas de gira agarrado a una bandera.