Crónicas del subsuelo: Se está agotando el almacenamiento

Crónicas del subsuelo: Se está agotando el almacenamiento

Por:Marcelo Padilla

"Se está agotando el almacenamiento" es un permanente mensaje que aparece a la izquierda de la pantalla del celular. Hace cuatro semanas nunca hubiera podido establecer la relación, al menos en términos prácticos. Sí cabría la opción de analogar diversas situaciones que tejen las historias y las ficciones. "Se está agotando el almacenamiento" (y el mensaje) digo yo, porque con la fragilidad del objeto el mensaje se quiebra y con el objeto roto y sin uso, se muere. El mensaje se muere con el objeto roto e inutilizable, pensaba, mientras reviso el cajón de un mueble que me prestó una amiga para una mudanza. El tema está dentro del cajón. Los mismos objetos, sin sentido de permanecer ahí, al punto -siempre tensional- de hacerlos basura. Unas cincuenta chapas chicas cuadradas que parecen fichas o monedas de cambio, con la inscripción Espíritu Grande. Unos clips doblados, monedas de Brasil y Chile, papeles, órdenes de médicos, números de teléfonos anotados en comprobantes de pago que escupe el cajero, cuestiones inservibles. A no ser que fuera un recuerdo muy particular que uno decide lo acompañe toda su vida, no le encuentro sentido a los objetos. Esto me lo ha hecho pensar la cuarentena en términos cabales, el encierro de un mes en una caja sin sol cuando se me ocurre hurguetear en ratos vivos de muertos las cosas que tengo, excepto las indispensables como una mesa, sillas y camas; lo demás son objetos arcaicos. Pequeños museos personales que al verlos de tanto en tanto nos religan al pasado. Y como el pasado se parece demasiado a una ficción donde el tiempo desaparece como categoría situacional para erigirse en nave buceadora, quedan los objetos inservibles. ¿No será que de lo inservible sale mutante el pensamiento que decide el santuario y la acumulación? ¿Qué de la acumulación decidimos vomitar en el tacho de basura?

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Muertos ya los museos oficiales y privados, los físicos con sus arquitecturas diversas, invisitables; quedan sus recorridos virtuales donde uno puede repasar ese pasado anquilosado en la concepción del tiempo anterior. Los museos, donde se exhiben nuestras fragilidades de hueso y caña, son también cajones de muebles o muebles con cajones para recorrer sin esperanza, sin encontrar una iluminación. Es el acto mismo de buscar y revolver con la mano lo que cuenta. Sin embargo, consientes o no, decidimos que un puñado de objetos de recordatorios nos acompañen durante años, a veces hasta el final del tramo que nos toque. La noción de lo arcaico es entonces la iluminación que nos sorprende. De ahí que en tiempos de encierro uno pueda meter en una bolsa los objetos inservibles y tirarlos al tacho de basura. La cuestión es lentamente alivianar la carga para los próximos movimientos que, aunque no sepamos para dónde rumbearán, presumo, serán más livianos.

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Hemos acatado la orden del encierro, mayoritariamente, con el consenso activo de todo subordinado, no es sometimiento hasta que uno sale a la calle a realizar una compra o pagar un impuesto. La calle es límite de la casa, las sirenas suenan con precisión a las nueve de la noche. Luego de los aplausos se escuchan los tiros en la soledad de la selva metropolitana mientras los pájaros ya han conseguido su cajón para protegerse en algún mueble. Los objetos inservibles y arcaicos prendidos a las paredes, la mariposa exuberante muerta en el cuadro, tras el vidrio para su conservación exhibicional. Está bien, las mariposas mueren luego de veinticuatro horas de ser mariposas, algunas especies duran un pocos más, pero su existencia es efímera. Tal vez por eso los cuadros con mariposas tras el vidrio. Y los pájaros en los cajones de los muebles, las monedas cuadradas de cambio en una bolsa en el tacho de basura. El coleccionismo familiar en el viejo álbum de fotos que da sentido de pertenencia e historicidad a nuestra identidad trizada. Lo que desempolvamos en los tiempos vivos de muertos. La libertad del encierro para tomar las decisiones más trágicas. El asesinato de los objetos inservibles, y arcaicos. No hay mejor detective que el que revisa lo supuestamente inservible y arcaico. A veces nos sorprendemos con lo revisitado. Siempre puede haber en un cajón una foto recortada a mano o con tijera. La composición de la imagen aniquilada, un descarte hecho por vaya a saber quién.

Esa mano que sale de su anonimato ¿de quién es?