Crónicas del subsuelo: Lamentos bolivianos

Crónicas del subsuelo: Lamentos bolivianos

Por:Marcelo Padilla

Todas las ventanas aunque den a un muro que avise el abismo son necesarias. En los edificios de las grandes ciudades, o en la guarida de un entrepiso, aunque sea un tragaluz, todas las ventanas son necesarias: amplias, medianas, diminutas, ínfimas por donde pueda colarse una mano o asomar la cabeza. Para la fuga o el descanso visual, también para profundizar un estado de malestar celebratorio del confort de un depresivo. Sirven. De ventana a ventana Marcelo Mastroiani conversa con Sofía Loren en una jornada muy particular, a Mastroiani se le escapa un loro que vuela hacia la ventana de Sofía Loren y ahí se arma una trama. Un profesor de historia, homosexual, y un ama de casa, quedan solos y atrapados en el edificio. Los integrantes de los complejos habitacionales han salido a las calles a celebrar el encuentro en Roma entre Mussolini y Hitler. Uniformados. El edificio es el escondite pero también la trampa, donde el loro vuela de un departamento a otro. Abajo las calles inundadas de legionarios, partidarios de Il duche que responden al llamado. La mujer, ama de casa y el profesor, de historia, en esas cotidianas efemérides del resguardo. Ropa lavada y colgada, y la persecución. Una jornada muy particular.

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Simonfherrer-Catapulta se acomoda en el sillón. Por la ventana de sexto piso mira el sur, la baja estatura de esta ciudad y algunos trompos de edificios que giran iluminados, pocos, y muchos árboles quietos. Caído el sol, dice: tengo que estar el 1 de abril en Clermont Ferrand, no tengo los tickets todavía, por eso te digo, ese día nos juntamos, me dan una carta y el tres de abril tengo que llevarla a Marsella, ahí nos separamos con el grupo, cada uno va por su lado. A mí me dan otra carta que tiene el mismo contenido de la primera, pero es otra carta, para llevar a otro lugar, a Cádiz, que una gitana luego llevará desde allí en una barcaza, desde Santa María a Tánger, la dejará en la casa de un señor mayor, canoso, me dijeron, sanador del pueblo, un tipo que vive solo. El hombre tiene que leerla para determinar pueda ser re-enviada hacia atrás, al punto de su partida; eso es lo que me contaron, como te dije, yo espero que los tickets estén para ese día, pero es ahora, es ya, igual todo bien, un viaje con un plan, nada improvisado, cuenta, Simonfherrer-Catapulta, dándole un largo sorbo al vaso de soda. De la carta nadie sabe su contenido, tampoco le he preguntado, por discreción, a Simonfherrer. El contenido tal vez sea su viaje de un lugar a otro, de una mano a otra, en un mapa hecho a pulso en la clandestinidad de las comunicaciones. *** Subo al taxi apurado porque tengo que llegar a las ocho y media de la mañana - luego de salir del banco donde cobré unos pesos- a un sitio donde se congrega gente, a pegar unos carteles que piden justicia por la muerte de un periodista mendocino en una situación confusa tras el golpe de estado en Bolivia. El hombre que maneja el taxi tiene pantalones largos de jean y una camisa con corbata. Como si hubiera vestido apurado su cuerpo con lo que encontró. 37 grados en el infierno. "Catorce mil pesos de multa nos ponen si no vamos afeitados, con pantalones largos y camisa con corbata, a un compañero ya se la pusieron, no nos queda otra", dice el tachero dando vuelta su cabeza, mirándome. Es la nueva obligación que impone la política higienista punitiva en tiempos de vendimia. La higiene como condena. El humo se cuela por una ranura.

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Simonfherrer-Catapulta me dice en un audio que ya tiene preparada su maleta donde en un bolsillo está la carta que deambulará por el trayecto mencionado. He pegado los carteles entre la multitud, tres carteles para ser más preciso. Los demás han sido repartidos para que se levanten con las manos. La gente, los que van llegando saca fotos, es un día particular, un refugiado político boliviano ex presidente recientemente depuesto por un golpe de estado está llegando a recibir una distinción, el tiempo es elástico y no puedo esperar a verle en su llegada. En el camposanto hay pavoneos por el furor, "tocar al refugiado" y sacarse una foto con él. Luego en otros encuentros programados las fotos de los que cultivan "La Foto" se las sacan. Abundan los likes. Voy hacia los bondis de la rotonda del camposanto universitario y me subo al primero que pasa. En la mochila me quedan unos panfletos y cinco carteles que devolveré a quien me los ha pasado. La ciudad es un hormiguero por los cortes. La noche anterior se ha celebrado una calle larga plagada de bares. Yo me encierro en el sexto y fumo. Clandestinamente fumo.

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La canción más escuchada del rock nacional, determinada por las nuevas formas de posicionamiento tecno-algorítmico es "Lamento Boliviano", hecha por mendocinos en Alcohol Etílico. El refugiado político no tiene un segundo de descanso. Recorre distintos escenarios construidos para visibilizar su figura, la familia del periodista muerto tras el golpe en Bolivia logra reunirse en privado con él. Le muestran una cajita con recuerdos, el refugiado la mira y ojea notas y fotos del periodista mendocino, y conversan sobre cuestiones del caso. La comunidad boliviana celebra hasta la noche del sábado. Luego las redes nos devuelven lo que en pocos días se olvida.