Crónicas del subsuelo: Mar de las torres
La balanza que soporta la leña pesa aproximadamente cien kilos y está ahí, demorada en el solar, herrumbrada, entreverada con ramas de burro y paraíso, oculta a la intemperie junto a la barrica que no junta vino sino basura. Avíos que destilan hediondez de las miasmas que hemos engendrado. Ya trepó la que va por los techos de la galería, la que soporta la embestida brutal de las noches de invierno, los vientos que bajan de la cordillera, aquí cerca nomás, pasando la ciudad gótica de la destilería, los mismos vientos que se llevan las cenizas del crematorio. Hacen fila los muertos para integrar la pira. No hay deudos. Apenas unos cantos de pájaros de lata que se deslían de la tempestad y chocan contra los acoplados de los camiones. El río es un hijo de la montaña no deseado. Cría la sed su monstruosa deidad pagana en la ruta. Para qué les voy a contar de la Difunta, si está en todos lados a la vera de los caminos juntando botellas de plástico con agua que al poco tiempo evapora y ensambla a las cenizas de los muertos tras el dique sin patos. El viejito que pesca está, no se sabe si pesca, tampoco si quiere, menos si puede. La imagen puede resultar estoica para un turista ocasional. Un hombre solo con su caña pegado a la baranda de cemento, mirando la montaña, el viento está flameando, no se ven los restos, no se ve el agua. Por ahora la nieve es una invención de la historia.
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En Alemania del Este estamos bien, tenemos todo para pasar el momento. De esto, que bien podría llamarse "guerra". Sin embargo, por el estilo de su edificación, las torres están al resguardo. En la A funcionan dos ascensores, hay cuatro, pero al menos dos funcionan. Por suerte a mí me tocó una ventana que da hacia el sur y desde ahí puedo conectar la mirada con lo que se pierde en el horizonte: el crematorio, la ciudad de la destilería y el río que es río por su condición de hijo abandonado por la montaña. Por su nieve. Desde el sexto piso entonces en este "Fuerte Apache de la República Federal Alemana" puede verse el Casino que relumbra verde por las noches, y "las agustinas de los pudientes" que resaltan sobre el manto de las arboledas. Más lejos está lo que les cuento no se ve. Desnudo se puede transitar por el refugio que da hacia el sur, a esa altura y no teniendo frente a otros edificios, desnudo se puede andar en el verano. El color cambia. Al mutar la sombra, se ve lo que no muestra el mediodía, y luego el atardecer es un lago liso. En el playón juegan los niños y las niñas, peregrinan los pibes y las pibas. Bajan y suben de los ascensores, algunos saludan, otros no. Los perritos están atados a sus dueños. El ascensor que dice permitir su uso para mascotas tiene olor a meada cada tanto pero no es algo que no se pueda soportar. Lo que importa es subir o bajar. No hay grandes manifestaciones de descontento. En el playón el sol acribilla, los arboles están del otro lado. Reitero, por la forma de construcción, las torres principales se miran así mismas. Formando una especie de loquero a cielo abierto si uno agacha desde arriba, o si uno está debajo, de loco en el playón, sorteando alguna que otra paloma lenta que no se entera de nada.
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Enero ha pasado así, con esos borradores y unas maquetas al estilo Alemania Oriental sin juegos olímpicos para boicotear. En escondites. Las imágenes del mar y de los que vacacionan se ven en algunas proyecciones sobre una de las torres, por la noche la gente se junta a tomar cerveza o algo freso a contemplarlas. Los niños juegan sobre las olas virtuales, saltan, pasan con sus bicicletas sobre el mar y caminan hacia donde se pierde la ciudad de la destilería. Allá cerca del crematorio. Lo que no se ve desde el sexto piso hacia el sur puede observarse en las proyecciones. Enero ha pasado así, viendo la película de las vacaciones, al hombre solo con su caña de pescar nada. Mirando la montaña tras el dique, sorteando palomas asadas en el playón del panóptico.