Crónicas del subsuelo: Nachito y los tambores del agua

Crónicas del subsuelo: Nachito y los tambores del agua

Por:Marcelo Padilla

Hago de cuenta que todo lo escrito y perdido ya lo leyeron, y continúo con el relato porque no podría transcribir lo que la memoria ha perdido. Suele suceder en las computadoras viejas -que solo funcionan enchufadas, por el calor y esas cuestiones-, de golpe se apaguen. Me pasa seguido. Claro que intento guardar los cambios cada vez, pero no siempre uno se acuerda de hacerlo en medio de la faena, por eso hago de cuenta que todo lo escrito y perdido ya lo leyeron y continúo con el relato que viene desprendido de una muerte. De la muerte de un niño de cuatro años, de nachito que se cansó de los corticoides y de su hinchazón. La muerte viene por el cansancio. También se cansa la muerte de andar zumbando. Decía que en lo perdido se escuchan los ruidos de la pala del padre de nachito que sigue ahí, haciendo mezcla con la arena y el pedregullo, mientras nachito ya fue sepultado, bajo tierra. Ya no puedo volver a lo perdido, por eso ahora, para que no vuelva a suceder, paro un segundo y le doy a "guardar los cambios". Por esas casualidades, para no tener que decir que nachito ha muerto de nuevo.

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Nublado está el verano en las alturas de Perdriel, la mañana, cerrando los ojos, es un concierto de pequeños murmullos: las paladas del padre de nachito, el corcoveo de la perra turuleca que nació bien como sus congéneres pero que su perra madre aplastó al nacer y una de las crías quedó así, turuleca, con la motricidad al voleo. La perra atropella lo que encuentra a su paso, por eso los ruidos de alguna silla de plástico en el pasto, un murmullo, como el del agua del Cipolleti que baja por el zanjón, o el metralleo del helicóptero que sobrevuela la zona en una guerra de baja intensidad. En los pueblos, en el pago chico de las provincias, en el anonimato de sus miembros, lo que hay es sabiduría. Y una angustia estoica que traga y traga. No hay escandaletes ciudadanos ni gritos por mal estacionamiento. Cae una lluvia tenue, como si alguien la hubiera pedido por un gualicho. Seguramente será pasajera, como todo lo es en esto pagos. Acá no es de llover. Las bombas contra las tormentas para proteger los viñedos y cultivos despejan. Es una zona donde el granizo puede dejar a más de una familia sin nada. Y manos de obra muertas, baratas y muertas en los senderos, restos fósiles del trabajo de ayer. Nachito hace unos días se cansó y largó su despedida desde una silla, hinchadito nachito por los corticoides. Ustedes dirán "pero qué golpe bajo". Ya se les va a pasar, seguramente, el golpe bajo dura el tiempo de lectura y algunos pensamientos que quedan por el aire del domingo. Los ruidos de las paladas del padre más el murmullo del zanjón son formas del olvido, costumbres pragmáticas que tenemos en la especie para soportar.

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Estamos en emergencias: social, hídrica, alimentaria. Los cauces naturales y los diques han bajado su cota considerablemente. El agua de las canillas sale turbia, se toma el pobre lo que sale y compra el rico lo que se vende mineralmente. El martes vuelven los tambores por el agua a la ciudad a repiquetear en la tundra. Como rito satánico la ciudad volverá a sentir las amenazas de la tierra hechas percu. Después de aquella epopeya de fin de año, vuelven los tambores a la ciudad. A flanear con sus bochinches ancestrales entre los gritos ciudadanos y los autos neuróticos, al cemento rancio que sigue siendo sinónimo de progreso. La ciudad del desierto huye de sus orígenes y olvida. Solo quedan las noticias entremezcladas. A las ciudades se las conoce por los diarios. Los tambores vuelven a recordar que a las ciudades se la pisa, son el centro de algo que no está bien, y por el diagrama de sus construcciones los edificios hacen de paredes para el eco de sus llantos. Algunos vienen de kilómetros, en peregrinación, ecos indescifrables. La música se corta de golpe, entra una nota sostenida de piano en do menor para quedarse en el aire, las catas vuelven en bandada sobre el damasco de la casa de nachito. Todo lo que fue escrito ya está perdido. Pasando el puente se acaba la luz.