Crónicas del subsuelo: Falta menos, mal

Crónicas del subsuelo: Falta menos, mal

Por:Marcelo Padilla

Invierno para el pobrerío, siempre invierno en el desprecio de las sobras de los restaurantes. Comen: mujeres con niños colgados, viejos con trapos viejos y tibio el corazón después de la última melancolía, cuando una vez hubo esperanza. "Atormentado", me dijo, "Estoy atormentado porque no le encuentro salida", apenas con veinticinco años. Anda corriendo por el barrio, anda fumando paraguayo para relajar, como dice la canción de gauchito club. Viene la primavera, se apronta leve en el ademán grave del descalzo sobre el hielo. Son apenas las cuatro y cinco de la mañana y nadie ha podido dormir la noche. La peor noche del último infierno material. Es la muerte o la taba. Son los dados a saltos en las puntas de todas las malditas suertes de la cábala. Ni los guantes ya le aguantan las manos. Y en el mareo de tanta tierra tosida, una provincia desnuda tiritando. Es invierno siempre en el pobrerío donde se espera llegue una buena función como aquellas noches de amor e igualdad en un cine viejo al aire libre. He llorado para recordarte unos minutos porque tengo que trabajar, no puedo darme el lujo de la congoja. No. Que se sequen con el viento mientras llega el setecientos veinte y comparto el piteo con el aire frío. Un accidente por acá y otro por allá, los accesos bloqueados y la misma provincia desnuda tiritando. Será el hospedaje transitorio del inmigrante metido en la viña. El fuego es menor mirando la montaña que nos queda. Roma, ciudad abierta. Roberto Rosellini. Esa música constante de bandoneones taimados por la curia alemana y aquí en el prostibulario aliento del suburbio una boca pegada a la otra para dar calor y aliento en la mustia patriada de la feria. Las crisis las pagan los de siempre aún en el engaño autoflagelatorio de elegir al verdugo de turno. Falta menos para el setecientos veinte, allá viene apurado por el horario a puro volantazo donde llegan tarde los que serán descontados. El soplo místico del polvo rojo sobre la trompa del caballo para que gane la carrera y, los pobres, las apuestas definitivas. Perfume extraído luego de morder el barro seco, con el caimán de la suerte colgando de la soga, queda agosto en el cansancio de la jornada desocupada por la espera. Como una trinchera de la propia muerte el sollozo constante hasta llegar a las trampas guaraníes, va humeante el bonzo que no pudo más por tanto celo. Y será en el atardecer de setiembre que la provincia desnuda y tiritando tenga otra oportunidad para auxiliarse de tanto grito de dolor, de esa costumbre de naturalizar la espera, de esa angustia con la que lucran los mercaderes electorales.

Falta menos, mal.