Crónicas del Subsuelo: Charla en el celaje

Crónicas del Subsuelo: Charla en el celaje

Por:Marcelo Padilla

 No alcanzo a prender la compu que Sandrino dice voy a salir a caminar un rato afuera. Pensé en dejarlo hiciera su viaje solo sin embargo lo acompañé. Son las siete y media de la tarde, anochece, la faja naranja deslía sobre el horizonte y hace frío, no mucho pero hace, en fin, salgo con su mano apoyada a mi hombro y hacemos el mismo camino de ésta mañana. Pasamos por el caqui y se detiene, sube la mirada, se demora pensando. Me habla de un pedido de cuarenta toneladas de caqui le hicieran los rusos a no sé quién, nunca dijo el año ni dio más detalles y pasó a hablarme de las operaciones de cadera y de todo lo que estaría dispuesto a operarse, yo no le entiendo pero da igual, esta mañana fui yo quien le comenté de una estancia en el Cairo hace casi treinta años, esos quince días finales de una relación de viajes y voseos en los túneles de Madrid a principios de los noventa, violentamente fríos, bajo todos los inviernos. En fin, fue él quien no me debió entenderme. Estamos a mano.

Sandrino encara lento pero encara, y va, hacia el olivo dulce que antecede a la faja naranja que deslía sobre el horizonte. La caminata es una vuelta al predio a bajo ritmo pero constante, como si fuésemos en una alfombra tirada por una bandada de niños. Charlamos desde las siete y media de la tarde, entrecortado y a fragmentos de ideas sin conexión alguna, uno escucha al otro sin entender demasiado la historia o el marco del acontecimiento que uno escucha del otro, lo que uno escoge en un instante tal vez como respuesta o pensamiento que sosiegue el vacío.

La caminata, para que se hagan una idea gráfica, es un ovalo alrededor de dos casas rodeadas de árboles pelados por el invierno, en la mayoría hay brotes anticipados, la faja naranja desapareció cuando Sandrino me contaba sobre el temporal en el sur, ya era de noche. En el día hemos caminado dos veces así, por la mañana a eso de las doce y la del celaje, al final sin importarnos el caqui ni el olivo dulce, ni el vacío de las siete y media, charlábamos en ese rito de meses, cada tanto, mientras el frío mengüe y acompañe el sol de cualquiera estación. En cualquiera estación, como dos pasajeros sobre una alfombra tiradas por una bandada de niños. Como suena.

Sonaba Gustav Malher no porque yo precisamente escuche a Malher ni música clásica, pasa que cuando se levanta de la siesta nos ponemos a charlar sobre Italia y yo siempre le saco una película, antes de salir a caminar, mientras charlábamos sobre Italia me acuerdo de la música de Muerte en Venecia, o parte ella, es de Malher y le sienta muy bien a eternos pasajes de la caída de la aristocracia, además Dick Bogart la personifica estupendamente, sonaba Malher entonces porque de la charla salió la película y yo puse eso, a Malher.

Estaba dispuesto a escribir cuando dijo voy a salir a caminar un rato afuera. Ahí corté con la posibilidad de escribir, al menos aleatoriamente se produjo un desvío en el tema de lo que hubiera escrito, porque si no lo acompaño esta mañana ni en el celaje, vaya saber con qué nos hubiéramos encontrado.