Crónicas del Subsuelo: Sala de espera

Crónicas del Subsuelo: Sala de espera

Por:Marcelo Padilla

Entras al edificio subiendo unas escaleras de cemento -el mismo del edificio pero de hechura reciente- luego la oscuridad o la sensación de oscuridad permanente. Si no fuera por los ventanales, que bien grandes son desde su hechura originaria, bien podría ser un shopping de saberes y conversatorios. Los pasillos, esa oscuridad alumbrada con focos largos y finitos, tipo pasillo de hospital a las ocho de la mañana, tres de la tarde o a las seis. Da igual que sean las doce de la noche. Un edificio estilo "brutalista" donde los libros de la biblioteca, ese museo de anaqueles (supuestamente objetos de conocimiento) están bajo tierra en el subsuelo medieval de toda reminiscencia. Escondidos o sepultados bajo la custodia de personas bajo tierra. Grueso el cemento y duros sus muros. Los libros sepultados y el edificio como testimonio.

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En el amontonamiento arrebato un número, miro el cartel electrónico y dice 54, agacho mi cabeza y miro mi número, dice 31. Las caras de las personas dicen 89, 76, 36 y así el expediente de la internación no dice nada. Gente de bien por lo general, enferma mucha juventud. Enfermos con prestigio por posesión de la obra social ante paraíso que tiene el edificio del conocimiento. "Ha muerto Alberto" me dicen por guasap, yo sabía de su muerte, y también en este momento recuerdo mi pena, unos minutos porque preferí llevarme los recuerdos a la ceguera y listo, me sacan sangren de la izquierda y yo ofrezco las dos. No, el tipo prefiere la izquierda, es una jeringa llena, ennegrecida por el tiempo. "Hola que tal Hola que tal" por los pasillos, nadie lee más que sus números. El diario centenario dice casi casi que no servimos para nada, o que sobramos, los medios nuevitos y tecnos dicen lo mismo pero profundizan la estrategia como si constituyeran una extensión de la oficina de prensa. "¿Diversidad?"... a la universidad ya le dicen "Intendencia 19".

Una parte importante de la población universitaria se aglomera en Sala de Espera, con cara de Sala de Espera me dicen que no, o que sí, "pero dentro un rato". Siempre con cara de Sala de Espera. Cuando vas caminando por la playa de estacionamiento ya vas con cara de Sala de Espera. Ahí también se vive un experiencia, un no lugar con identidad de Sala de Espera: hospitales y farmacias, consultorios y paradas de bondis, colas de rapigarpes, garpefáciles, westerns que te cobran más de lo que puede transferir un venezolano a su país porque no tiene bancarización en la exclusión del paraíso que los acoge. "Vengan, acá también se pueden cagar de hambre pero con libertad para cagarse de hambre". Trabajan en sitios donde su mano de obra es más barata que una dieta humanitaria. En fin, no quiero pensar en las comparaciones porque esto responde a una agenda instalada mediáticamente, comparar también es una decisión política, desde dónde y hacia dónde, y qué, mientras no mitigan los acuerdos de ahogamiento sin rescate aunque con una notita de vez cuando que diga "venezolanos trabajando en argentina" y qué se cuánto más, bueno ya, la cuestión fue experimentar en un mes veinticinco horas en salas de espera. El otro día me enganché una pata en una alcantarilla. Eso fue el miércoles, el jueves a la tarde estaba en la guardia de un hospital (aguardando en la sala de espera) con la pata derecha trizada, esperando el cartel electrónico dijera 54 o 31, cualquier número que al voseo uno le agarre cariño, la sensación de avanzar en el tiempo, en fin, la sala de espera se parecía tanto a un Banco que en un momento leí en el cartel electrónico la cotización del dólar, euro, real y peso chileno. "Es un hospital", pensé. Una sala de espera también, de un banco, donde casi no podes respirar porque el vigilante con cara de sala de espera es un "hombre panóptico". "No se puede usar celular" dice, cuando habla. Las salas de espera tienden el puente entre una filosofía donde el objeto de la ilusión es pagar el peaje y otra, tecnología de conocimiento con butacas, eso me decía un amigo cuando charlábamos sobre el tema, no sé qué hacía allí tantas horas y a veces tan pocos minutos. La desesperación está en la guardia del central.

Fue en el partido contra Islandia, el primero del mundial. Se jugó un sábado a la mañana y preferí aceptar la invitación de un amigo para verlos juntos en su casa donde caerían otros a prender un fuego y comer un asado. Del partido ni hablar, después se habló más de los islandeses por sus fachas que del partido del ojete que jugó argentina. Terminó el primer tiempo y yo no daba más del dolor del flemón. Me fui caminando a la guardia del central, solo, porque no quise nadie me acompañara. Quería solucionar el tema en absoluta soledad. Sala de espera del central. Al palo. Me senté en el piso contra una pared. Inmigrante entre otros inmigrantes. Salud pública venida abajo pero salud pública todavía. Las caras de sala de espera del pueblo son la expresión del respeto frente a la ansiedad de los omnipotentes. La de la clase ilustrada. "El esperar del pobre no significa derrota", me contestó una señora, hacía cuatro meses estaba internada.