Radiografía de la militancia peronista

Radiografía de la militancia peronista

Por:Ana Montes de Oca
Periodista

Vivir una manifestación peronista es toda una aventura. Ver la preparación, donde cada cacique de las distintas facciones de la militancia comienza desde muy temprano a demarcar el territorio que ocupará su columna, hasta participar del desarmado es toda una lección de militancia. Es un laburo de mulas.

Quitando todo el trabajo que supone la organización de convocar, contratar la movilidad, organizar la columna, y hasta el pago (si es que hay), sólo participar de una manifestación como la que recibió a Cristina Fernández, da dolor de cabeza.

Cuando lo mira por televisión, uno puede creer que los militantes llegan y copan el lugar, pero no. Todo está planificado y organizado. Cada uno tiene su lugar, y obviamente, ese lugar depende de cuán importante sea la facción en determinado territorio. 

Esta vez, la columna central fue ocupada por la JP de Maipú. Cargaban la bandera más grande, la más larga (unos 8 metros) apoyando a Alejandro Bermejo, y también fue la hinchada más ruidosa. 

Desde temprano comenzaron con los bombos y la murga, con el ánimo bien alto tal vez porque muchos de los jóvenes militantes tenían la primera oportunidad de ver de cerca a “la presi”, o porque el tetra brick de vino “Predilecto” hizo su aparición entre los muchachos.

La militancia organizada.

A la derecha de la JP se ubicó la columna de La Cámpora que, fiel a su estilo cerrado, lo primero que hicieron sus organizadores fue armar un corralito, o más bien, un vallado hecho de cañas y militantes, no fuera a ser que se colara alguno que no sea soldado de “la jefa”.

A la izquierda, y cuesta creer que sea casualidad, se ubicaron las banderas verdes de Kolina, el Movimiento Evita y los sindicatos como el de televisión y la UOCRA que desentonó un poco con sus cascos amarillos, hasta el punto que algunos les gritaron “¡sacate el casco del PRO!”

Mendocinos de todas las edades esperaron a Cristina.

Todo era fiesta y alegría. 

Los cantos, los bombos, los trapos, los abrazos al grito de “¡compañero!”, el vendedor de pastelitos, el vendedor de banderas (que aseguró que vende más en actos peronistas que radicales), las ronditas de mate y los niños haciendo lo que se les canta aprovechando la distracción de los padres.

Hasta que llegó la hora

Veinte minutos antes de que se hiciera visible el helicóptero presidencial, la gente parecía reproducirse con cada segundo. 

De pronto ya no se podía dar un paso, ni respirar, ni ver, ni escuchar nada. Una sola persona moviéndose producía una avalancha y un sinfín de gritos alertando por los chicos que estaban entre la gente. 

El aire era una mezcla de olores corporales mezclados con un aroma a porro que venía a veces de adelante, a veces de algún costado. Llegar a ver, o adivinar, adonde estaba Cristina era una utopía y las pantallas gigantes terminaron siendo un pañuelito comparadas con las banderas que tapaban todo a más de dos metros.

Los bombos, infaltables para los militantes.

La jerarquía del militante que lleva la bandera principal o el bombo se respeta a rajatabla. 

Ellos son los que van delante y los que tienen espacio. Los demás, plebeyos, a aguantarse.

Y es ahí donde uno se da cuenta de que la militancia no se puede comprar. Todos se divertían, todos estaban maravillados de estar así de apretujados, sin ver nada y cantando a los gritos. Por momentos, alguna puteada por lo largo del discurso de Paco Pérez, nadie estaba ahí para escucharlo a él. Los del apretuje eran, sin lugar a dudas, los místicos del proyecto. 

Militantes en Maipú.


Un poco más atrás, donde ya se podía respirar, estaban los empleados de los distintos ministerios y organismos que fueron llevados por sus jefes políticos. Trabajadores como los de Anses, los del Ministerio de Tierras que llegaron conducidos directamente por Guillermo Elizalde, los de Transporte, algunos municipales.

En ese primer anillo cercano al escenario, los militantes se apretujaron no para ver ni escuchar a la presidenta, sino para hacerle sentir a ella su presencia. Una tarea difícil de hacer sin convencimiento. Una tarea para sacarse el sombrero.

Fotos: Gerardo Gómez.