Independiente y una triste conclusión: el único proyecto es ganar

Independiente y una triste conclusión: el único proyecto es ganar

Por:Walter Vargas (*)

Más allá de los aciertos y desaciertos del damnificado, y del tono general de su trabajo, que Jorge Almirón haya dejado de ser el entrenador de Independiente supone una mancha más en el tigre de la hipocresía reinante en un fútbol argentino poblado de dirigentes que se llenan la boca hablando de los proyectos a largo plazo pero se abstienen de aclarar la letra chica: que el único proyecto viable es el de ganar.

Y el de ganar, no ya un par de partidos aislados, desde luego, sino de forma más o menos sostenida, en periodos que no siempre son sincerados a la hora de ser contratado un director técnico, así como tampoco son sinceradas las mutaciones que hoy convierten en cartón pintado lo que ayer se daba por seguro y antes de ayer se daba por sagrado.

Pero ni Hugo Moyano, ni su hijo, ni la comisión directiva de Independiente en pleno han traído la novedad de sugerir una cosa para luego hacer otra, más bien se han incorporado a un paisaje consolidado y deberá convenirse que se han adaptado con admirable rapidez.

De tal suerte, Almirón ha pasado de ser el hombre indicado para este momento del club a un hombre honesto y trabajador al que no se le dan los resultados y sin escalas a un flamante ex que dará paso a un flamante reparador de sueños.

Sí, un reparador de sueños. Todo coach recién llegado es convocado para oficiar semejante compensación, del mismo modo que todo coach recién cesanteado ha terminado por ser el piloto del tren fantasma, el amanuense de las peores noticias, el emblema de las peores pesadillas.

Examinemos, si no, los variados contextos que redundaron en el egreso de puñado de míster que han perdido su turno en el juego de la oca del campeonato de Primera División.

Para Omar Labruna no fue suficiente haber ascendido con Nueva Chicago, tampoco les alcanzó a Gabriel Schurrer en Crucero del Norte y a Walter Perazzo en Olimpo de Bahía Blanca, pese a haber mantenido al equipo una temporada en Primera con un plantel de los más austeros.

Tampoco abundó la paciencia con Darío Franco en Defensa y Justicia y con Carlos Mayor en Godoy Cruz Antonio Tomba y con Martín Palermo en Arsenal de Sarandí, aun cuando de unos se ponderaba la fidelidad a un estilo y del otro la generosidad de administrar un plantel diezmado, que mutó de los más competentes del segundo pelotón a los más incompetentes del país.

Tampoco se concedió una gracia adicional a Mauricio Pellegrino, que había tomado a Estudiantes de La Plata muy abajo en la tabla de los promedios y en un año y medio -amén de sacarlo del pozo- lo condujo a pelear un título, clasificarse para las copas internacionales y acogerse de los beneficios de un semillero que redundó en las millonarias ventas de Gerónimo Rulli, Jonathan Silva, Joaquín Correa y la casi segura, en junio o julio próximos, de Guido Carrillo.

Y en tren de reponer los nombres de los DT cuyo crédito se consumió más rápido que el de una tarjeta de telefonía celular, no será menos pertinente el de Pablo Quattrocchi en Quilmes, un hijo de la casa que conforme no pudo encontrar la punta de la madeja sufrió los rigores de cualquier hijo de vecino y, como en el tango, saludó y se fue.

Acaso cobren la estatura de una excepción el caso de Roberto Sensini (pero hasta cierto punto, desde el momento que a su mando Atlético de Rafaela había disfrutado de un par de primaveras imposibles de respaldar luego de la salida de la dupla delantera: Diego Vera y Lucas Albertengo); el de Mostaza Merlo, alejado de Colón de Santa Fe por irreconciliables diferencias con la dirigencia; y el de Alejandro Nanía, de fugaz paso por un Chicago en una crisis que lo excedía de cabo a rabo.

Otro indicador interesante de examinar sería el de cuántos clubes de los 30 de Primera han mantenido un director técnico dos temporadas o más: una respuesta afirmativa ganaría el derecho de ser postulada para el Guinness.

Tomemos uno, al azar, por ejemplo San Martín de San Juan: desde 2005 hasta nuestros días, es decir, un total de diez años, ha cambiado director técnico veinte-veces-veinte.

Conste, como reflexión final, que no abogamos por un fútbol profesional que ostente la desinteresada bondad de Peter Pan, somos plenamente conscientes de sus imperativos, de sus premisas explícitas o implícitas y de su limitada capacidad de apostar a la convicción de una siembra cuyos tiempos sean soberanos; un club de fútbol profesional no debe de ser confundido con una ONG, pero sí nos arrogamos el derecho de denunciar a tanto fariseo, tanta cháchara, tanta vacuidad: bueno sería que empiecen por mentir aunque sea un poco menos.

(*) Especial para Mendoza Post