Una noche para el Guinness de la vergüenza

El mismo día que murió el joven Emanuel Ortega, el fútbol argentino escribió una de las páginas más indignantes y penosas de su historia. Todo ello en el Día del Futbolista.

Una noche para el Guinness de la vergüenza

Por:Walter Vargas (*)

En el Día del Futbolista y con el cuerpo todavía tibio del muchachito Emanuel Ortega, que pagó con su vida un accidente que había sufrido en una cancha de Primera C, el fútbol argentino escribió anoche una de las páginas más indignantes y penosas de su historia.

El Superclásico que tenía lugar en la Bombonera fue suspendido antes del comienzo del segundo tiempo por una salvaje agresión a los jugadores de River, al parecer con gas pimienta o acaso con algún tipo de ácido.

Pero el partido válido para los octavos de final de la Copa Libertadores, cuyo vencedor deberá enfrentarse en la próxima fase al Cruzeiro de Belo Horizonte, no fue suspendido de forma inmediata, ni mucho menos, puesto que el árbitro Darío Herrera y las autoridades de la Conmebol demoraron más de una hora en establecer el camino por seguir.

Esta imagen sigue dando vuelta al mundo

Mientras el entrenador Rodolfo Arruabarrena y los jugadores de Boca estaban dispuestos a continuar y los de River, DT, jugadores, dirigentes, no veían la hora de irse de una Bombonera en ebullición.

Claro que dada la pasividad de un árbitro desbordado por la situación, tuvieron que esperar la intervención del secretario de Seguridad, Sergio Berni, que conminó al veedor de la Conmebol a que tome una decisión para que recién entonces decante la salida de los jugadores hacia los vestuarios y la salida de los hinchas de Boca del propio estadio, hinchas que en su enorme mayoría se mantuvieron expectantes pero sin tirar leña al fuego y que en una minoría sumaron al descontrol, al caos y a la violencia.

En realidad, la violencia literal, cruel, imposible de maquillar, duró lo que demoró una mano cobarde en lanzar el gas pimienta, o el ácido, o lo que fuere, a los desprevenidos jugadores de River que circulaban por la manga camino de la cancha, al cabo de 45 minutos que, en general, ni en la cancha ni en las tribunas habían salido del cauce típico de un partido con mucho para ganar y mucho para perder, pero en un estricto plano deportivo.

Sellado el insospechado ataque y la imposibilidad de que el partido siga (no menos de cuatro jugadores de River afectados, con daños en los ojos y en el caso de Leonardo Ponzio, por ejemplo, en el cuerpo) quedaban por responder un puñado de preguntas indispensables.

Con 1200 efectivos policías dispuestos en el estadio, ¿cómo pudieron violar el dispositivo de seguridad y consumar la agresión?

De no creer...

¿Alguien con poder de decisión dentro de Boca les facilitó el acceso e incluso el compuesto químico?

¿Por qué insondable razón el árbitro no ordenó la inmediata suspensión del partido?

¿Por qué razón, insondable o no, los jugadores de Boca relativizaron la gravedad del suceso y no dieron pruebas palpables de solidaridad?

¿Por qué razón se metió en la cancha el presidente de River, Rodolfo D'Onofrio, cuando no estaba autorizado para tal cosa y solo sumó nerviosismo al nerviosismo y confusión a la confusión?

Demasiadas preguntas sin respuesta

¿Por qué razón los futbolistas de Boca se quedaron en la cancha hasta una hora después de suspendido el juego y antes de retirarse aplaudieron a su hinchada?

¿No tuvo, Agustin Orion, autor intelectual de esos aplausos, el buen gusto y el decoro de anteponer la gravedad de los hechos y la condición de inequívoca víctima de sus colegas, los jugadores de River?

Después el arquero se despachó con declaraciones edulcoradas, así como Daniel Osvaldo, pero en todo caso para matizar el viejo tic de aclarar para oscurecer.

¿Qué tendrá para decir la conducción de Boca, en tanto organizadora del espectáculo?

En rigor, pocos actores estuvieron a la altura de las circunstancias y pocos, muy pocos, declinaron sus intereses, sus ambiciones, la voracidad del triunfo inmediato al cabo de sucesos en cualquier caso indignos que retratan de la manera más cruda un síntoma de la época: la metáfora bélica que connotan los deportes en general y el fútbol en particular llevada a una dimensión literal: el colmo de la sinrazón.

El clásico que no fue

Ahora, desde luego, sobrevienen crepitantes horas de formalidades reglamentarias, de informes, febriles conciliábulos y presiones de todo tipo: ¿el partido continuará o se lo dará por perdido a Boca?

Imposible saberlo y nada podría sorprender: el fútbol, por lo menos el fútbol a gran escala, a una escala de elite, a menudo hace de la normativa un mero cartón pintado.

Ah, por cierto: se habían jugado 45 minutos de dientes apretados, poca pelota a ras del piso y sin situaciones de gol, con Boca prisionero de su apuro, de su falta de ideas y de su impotencia, frente a un River mejor dispuesto, mejor sintonizado y con tendencia dominante.

River o Boca, pues, quién sabe cuándo pasarán a los cuartos de final, una instancia que en los otros tres cruces tendrá a Racing versus Guaraní de Paraguay, Internacional de Brasil versus Santa Fe de Bogotá y Emelec de Ecuador versus Tigres de Monterrey.

(*) Especial para Mendoza Post