Martín Rodríguez, el artista de la montaña

Abandonó una carrera promisoria en el Diseño. Hoy lo vende Zurbarán y sus paisajes viajan por el mundo. Retrato de clásico mendocino.

Martín Rodríguez, el artista de la montaña

Agrelo está gris. Plena primavera, en cualquier lugar, menos en Mendoza. Mientras llegamos a encontrarnos con Martín Rodríguez, en Viña Cobos, bodega en la que ha inaugurado su última exposición, veo las montañas, el paredón ineludible. Me pregunto ahora si es posible conciliar la minería con otras actividades económicas, en plena cordillera. No al estilo del gobernador de San Juan, arquetipo del “roba pero hacen”, una figura del siglo XX, la política de comisariado. En algún futuro seremos capaces de unir la inteligencia con la eficacia, el control con el bien común, salvo que sigamos empecinados en ser la retaguardia del siglo del conocimiento. Y en especial, el siglo por la pelea del agua para asegurar eso que se parece a la vida en sus distintas maneras.

Martín Rodríguez es un tipo con estrella y talento, humilde y enroscado en la suya. Llegó a Mendoza desde San Rafael y fue artífice de la gráfica de varias marcas de ropa, así como de campañas publicitarias. Incluso fue el diseñador de la revista “Book”, un experimento que me permitió conocerlo.

Casado con la multifacética Carolina Ramal –o Lola-, ha trazado un camino sin más objetivos que compartir la aventura. Sus obras pasean con mayor frecuencia por las mejores bodegas de Mendoza y, al mismo tiempo, su trabajo es parte del catálogo de artistas argentinos de la galería Zurbarán.

Suele usar malbec y espumantes para dar pinceladas finales o bien series completas de obras, como en Viña Cobos.

Dibuja con una habilidad asombrosa. Suele usar malbec y espumante para dar pinceladas finales o bien series completas. Es un artista arriesgado y testarudo. Tiene razones. Y aquí las comparte.

- La verdad es que hace mucho tiempo que nos conocemos. Y que yo sigo tu obra. Has persistido y seguirás. ¿Cómo se explica eso que no se puede parar?

- Estar seguro de lo que yo quiero. O más bien: estar seguro de descubrir lo que yo soy.

- ¿Ha sido un camino de ir encontrando...?

- (Interrumpe) Encontrándome. De hecho esta muestra se llama “Reconocerme”. Y un poco por esto que preguntas. ¿Viste el camino que hacés cuando salís de la adolescencia? ¿Qué vas mirándo, rumbeando? Al menos es lo que me tocó a mí: rumbear de aquí para allá. Es igual a “El Alquimista”, el librito ese, que das toda la vuelta y llegás a que el verdadero tesoro está en uno. Eso es lo que más o menos me pegó después del estudio que teníamos y la revista.

- Claro, una carrera muy interesante en el diseño, varias décadas.

- Con el diseño me pasó que… (piensa). ¿Viste cuando te acostás y es como que te has olvidado de algo? Me dormía con esa sensación, Como que algo faltó hacer en el día. Como que me había olvidado de algo. Y un día descubrí que me estaba olvidando nada más y nada menos que de mí.

Sobre la vocación: "Un día descubrí que me estaba olvidando nada más y nada menos que de mí..."

- ¡Y entonces?

- Entonces estaba en Zapallar, me acuerdo ese año me había ido re bien. Y ese verano me pude tomar un mes y medio de vacaciones: la mitad en el Atlántico, la mitad en Zapallar. Más de veintipico días en Zapallar. Y salía todas las mañanas a caminar y estaba en la playa. Viste que en Zapallar hay una virgencita. Yo no soy devoto de la Iglesia ni nada de eso.

- No sos religioso, digamos.

- Claro, aunque tengo mis “cosillas” con la Virgen, con Jesús. Y yo mientras salía a caminar iba diciendo: “Tírame un punto, ¿qué me pasa? Tengo todo. O sea: soy feliz, 4 hijos maravillosos.

- Un buen trabajo, éxito profesional.

- ¿Éxito? Ponele (risas). Al menos obtenía lo que quería, que ya eso es el éxito. Y me flasheó mal un amanecer. Era a las 7 de la mañana que me levantaba y salía a caminar. Y uno de esos días me “vi” chiquitito. Y de hecho ese cuadro luego lo pinté. Te juro que en ese momento me “vi” tan lejos…

"Y uno de esos días me “vi” chiquitito. Y de hecho ese cuadro luego lo pinté..."

- ¿Viste esa imagen como proyectada en algo?

- O sea: la “vi”. Yo estaba sentado, en las rocas, y me vi niño y a su vez como que mi cuántico estaba mirando esa escena y yo era el niñito.

- ¡Impresionante! ¿Ahí creés que cambió algo que después fue todo?

- Sí, seguro. Ese mismo día hablé con Lola. Y le dije: “Lola, tengo que pintar”. Ella me miró y me preguntó: ¿qué? ¿cómo? “Sí, Lola. Tengo que pintar”. Cuando llegué a Mendoza largué todo.

- ¿Sucedió en qué año?

- 2008. Todo esto pasó en enero de 2008.

- Relativamente hace poco. Tiene mucho más valor estos 7 años como “artista”, porque has tenido una carrera muy vertiginosa.

- Sí, he tenido mucha suerte. Cuando volví de ese verano de 2008 el 1 de marzo ya no tenía más clientes. O sea que el cambio fue así de contundente. Y hacía cosas copadas. El último proyecto grande que tuve fue Piedra Blanca, Eva Miller. Y el 1 de marzo ya estaba al pedo todo el día y pintaba, pintaba. El primer año me fue muy bien. Tuve una clienta que me compró toda la obra del 2008 y 2009. Cuando pasó eso yo dije, aliviado “ya está…” (risas).

- ¡Y encima me garpan!

- (Risas) Eso. ¡Me garpan! Mitad del 2009, 2010, 2011 me morí de hambre. Me gasté todos los ahorros. Y en el 2010 me engancha...

- Ignacio Gutiérrez Zaldívar, de Zurbarán.

- ¡Exacto!

- Al frente de una galería casi consagratoria para quien vive a 1000 kilómetros de la capital del arte en Argentina, Buenos Aires.

- Así es. Y eso me abrió puertas que antes yo había golpeado de acá. Y de inmediato me empezaron a llamar. Y yo ingenuo decía: “pero si es la misma obra de hace un mes y medio” (risas).

- ¿Y cómo fue que Ignacio Gutiérrez Zaldívar encontró tu obra?

- Un día estaba pintando un cuadro. Imaginate, sin vender nada. Al punto que Lola tuvo que salir a trabajar. Eso para un bruto cuadrado como yo era como ser menos hombre (ríe). Porque así me educaron. Ahora estamos con la cabeza un poco más abierta, pero en su momento me sentía como que mi mujer tenía que salir a bancarme. Y salió. Y  estaba pintando un cuadro y llega mi sobrino, que es mi confidente, el que me acompañaba mientras pintaba y mis hijos estaban en la escuela. Y le dije: “Loco, estás viendo el último cuadro que pinto en mi vida”. Eso fue a la mañana. A la tarde me escribe Ignacio Gutiérrez Zaldívar, que había visto unas cosas mías en Facebook y me decía que si tenía problemas de recibirlo a la semana siguiente en mi casa.

- ¿Vos no lo conocías?

-No. Y como no tenía la más pálida idea de quién me estaba escribiendo busqué en internet y salió al toque una nota sobre la venta del arte argentino, una entrevista que le hacía una periodista de acá, de Mendoza. Y lo que hice fue escribirle a esa periodista. Y ella me respondió quién era el que me había llamado el día anterior. Me dijo: “¡Uh, es un groso!”.

- Otra aparición inesperada, casi mística.

- (Ríe) Sí, tal cual. Sí, mucho. Y bueno algo así pasó con el artista Helmut Ditsch. Cuando vio lo que hacía empezamos a escribirnos. Para mí el realismo era mala palabra por todo lo que dejó en los '90, con el aerógrafo y la yanquilandia, todo brillaba, las pieles brillantes, la naranja y la gotita esa. La odiaba (risas). Entonces yo le escapaba al realismo.

Helmut Ditsch me responde: “Flaco, largá todo lo otro ya”. Le digo: “Lo he largado hace mucho”. Y me dice: “Entonces dale por acá”.

- ¿Y con Helmut fue así también el encuentro?

- Fue por mail. Helmut me dice “mandame algo” y le mando. “Ah, qué lindo, qué sé yo…”. Y ahí yo pensé: también tengo que mandarle otra cosa a este tipo, bien de hiperrealismo. Entonces le mandé el cuadro que hice “Renacer”, que es la del niñito en Zapallar, el que era yo en la costa en 2008. Me responde Helmut: “Flaco, largá todo lo otro ya”. Le digo: “Lo he largado hace mucho”. Y me dice: “Entonces dale por acá”. Y eso me reivindicó con el realismo y más con el hiperrealismo.

Para esta obra el artista pasa 3 meses de trabajo. Realismo absoluto, milimétrico.

- Al final no contaste el primer encuentro con Gutiérrez Zaldívar.

- Ah, claro. Cuestión que a la semana me llama y me dice: “estoy con el remisero, te paso para que le expliqués cómo llegar a tu casa” (risas). Era un sábado al mediodía. Acomodamos desesperadamente un poco la casa y cayó y así fue mi encuentro con él.

- Y fue amor a primera vista. Porque ve a muchos artistas, pero no a todos los vende.

- De hecho cuando él se enamora de la obra ofrece muchas cosas. Se ha vendido mucho en Francia, en Inglaterra, España. Incluso hasta en Asia.

Sobre su trabajo: "Es como reivindicar lo que la gente podría ver todos los días en Mendoza y por la velocidad de los días muchas veces no lo ve".

- Esta tendencia de exponer en espacios no convencionales, ¿favorecen a descubrir con más detalle tu producción?

- El otro día una chica escribió algo que me gustó mucho. Ella hacía un paralelismo con ir en el auto todos los días a tu trabajo y como que el agite del día te empaña los vidrios y no ves lo que yo pinto. Y entonces es como reivindicar lo que la gente podría ver todos los días en Mendoza y por la velocidad de los días muchas veces no lo ve. Es reivindicar lo cotidiano, en el día a día.

Creo en los planes a largo plazo. O en los sueños a largo plazo.

- Como diseñador yo recuerdo que eras un artesano en el sentido que no eras industrialista, un tipo de velocidad ni cantidad. Y en la pintura existe un grado de detalle y un grado de obsesión hasta en el mínimo milímetro. Producis obras con mucho tiempo, ¿no?

- Creo en los planes a largo plazo. O en los sueños a largo plazo. No sé cómo explicarlo. Me encierro y empiezo por la primera hojita y... alguien que no haya cultivado la paciencia ni el plan a largo plazo, termina por rayar todo y largarlo. Lo mío es al revés: ese cuadro tiene 3 meses de trabajo, todos los días.

- ¿Podés demorarte hasta 3 meses con una obra?

- Sí, ahora voy a encarar un proyecto grande al que yo calculo 3 meses por cada obra. Es decir, cuando termine ese proyecto será más o menos el 2017. Y el cliente ya lo sabe. Producir de otro modo sería faltar el respeto. “Este tipo me está dando el 30% de lo buena persona que es”. Ahí me estás estafando. Si hago un cuadro en 2 días me siento que estoy estafando al comprador, si yo sé puedo dar mucho más de mí. Y además que no sé mucho de arte. De hecho creo que no sé nada (risas). Entonces no he llegado a la etapa de la síntesis. Expreso lo que pinto. Lo mío está muy ligado a un don.

- ¿Decís que a través de una predisposición natural a dibujar muy bien?

- Claro. Porque esto lo ves y puede que no te guste, porque no te combina con el sillón, cosa que detesto es que compren arte para que combine con el sillón (carcajadas). Puede que no lo comprés, pero no podés decir que este rancho es feo. No te gustan los ranchos o preferís manchas o flores. Perfecto. Y eso la gente lo entiende. Y no se siente “afuera”. Porque muchos quieren meter al arte como dentro de un sector muy lejano de la gente común.

- ¿Arte apenas para entendidos?

- Claro. Una situación muuuuy de una elite. Y no es elite. He llegado a esta parte del camino sin estar allí ni creer esas cosas. Sigo caminando y también pienso que estoy más encaminado.

"Lo que te devuelve o te lleva a alguna emoción o a un sentimiento, eso es arte. Entonces, doña Tota, para mí, es arte"

- ¿Te ponen nervioso las inauguraciones de tus muestras?

- (Risas) Lo que más odio del arte son las noches de las inauguraciones. O sea, si yo pudiera no salir de mi casa ese momento, sería feliz. Te presentan tipo “Él es el artista”. Y todos sabemos de arte. Si un cuadro te devuelve algo, ahí ya es arte. Sea una mancha, abstracto, hiperrealismo o una escultura. Lo que te devuelve o te lleva a alguna emoción o a un sentimiento, eso es arte. Entonces, doña Tota, para mí, es arte.

- Hay muchos artistas en Mendoza. Es una disciplina muy desarrollada, con mucha historia, mucho pasado, buenos representantes, malos representantes, grandes buenos y buenos grandes, así como grandes malos. ¿Cómo es tu relación con el medio, con tus colegas? Más allá del asunto del comprador o de galerías.

- La verdad estoy medio viviendo en una burbuja. Y no tengo demasiado contacto. Con los que he tenido, me quieren mucho. O no les caigo mal, al menos (risas). Me llevo bien con todos.

- La montaña parece ser una de tus repeticiones más...

- (Ansioso) Sí...

- ¿Recurrentes?

- Te la dibujo con los ojos cerrados. El Cordón del Plata es ejemplo. Y, sí, la montaña es mi inspiración. Va más allá de lo que significa. La montaña para el mendocino sirve para protegerse Todos los puntos de fuga están en la cordillera. Todos los viñedos de Mendoza. Es más: soy el huraño montañés más asqueroso que hay (risas). Yo viviría en la montaña, con la misma fascinación que otro lo haría en Nueva York.

"Yo viviría en la montaña, con la misma fascinación que otro lo haría en Nueva York"