Las encuestas, ¿mienten?

Los números, de repente, se vuelven locos. Y el Estado está gastando demasiado dinero para que los candidatos influyan con encuestas truchas.

Las encuestas, ¿mienten?

Por:Ernesto Tenembaum
Periodista

El tipo era un kamikaze. Saltaba de la cornisa sin red. Para quienes tenemos cierta edad y nos gusta la política, su nombre es inolvidable. Se llamaba -o se llama, vaya uno a saber- Javier Otaegui. Corría el año 1993. Mariano Grondona se había separado de Bernardo Neustadt y su programa Hora Clave batía récords de audiencias. En octubre de ese año, había elecciones legislativas. La batalla principal enfrentaba al peronista Alberto Pierri con el radical Federico Storani en la provincia de Buenos Aires. Todas las encuestas auguraban un triunfo cómodo, por más de veinte puntos, de Pierri. Grondona había contratado al tal Otaegui, quien -semana tras semana- sostenía, en el programa político de mayor audiencia, que todos los demás se equivocaban y que ganaría el radicalismo. Tanta atención generó sobre el asunto que el propio Grondona le advirtió, tres días antes de la elección, en ese tono tan sereno, respetuoso e inapelable: "Mire, Javier, que si sus resultados no son correctos tendré que despedirlo". Bueno, resulta que el tal Otaegui estaba equivocado -muy equivocado- y lo rajaron. Su carrera pública terminó. Nadie más quiso contratarlo.

Pobre.

A veces uno está en el lugar incorrecto en el momento equivocado.

Si hubiera sobrevivido unos años, tal vez Otaegui seguiría en el mercado y recibiría contratos millonarios.

Algunos acertaron, pero otros muchos erraron.

El sitio online de La Nación, el martes pasado publicó que la mayoría de las encuestadores pronosticaron correctamente el triunfo de Horacio Rodríguez Larreta sobre Gabriela Michetti. Eso fue exactamente así. Sin embargo, como se verá, los yerros fueron muchos, muy serios, y por amplio margen. 

Dicho sea de otra manera: si hubieran sido cirujanos y no encuestadores, en lugar de un riñón habrían operado un hígado, o viceversa.

Mucho antes de este domingo, cualquier periodista con cierta experiencia podía reconocer a un grupo de empresas y analistas para los que siempre, gane o pierda, pronostican que gana el gobierno. No vale la pena entrar en debates eternos, pero si el lector se topa con una encuesta firmada por Ibarómetro, Artemio López, el CEOP de Bacman, Ricardo Rouvier, tiene derecho a sospechar que más que una encuesta, está frente a la difusión de números que, reales o no, intentan instalar un clima político favorable al Gobierno. Esas encuestadoras quedaron expuestas en elecciones célebres, básicamente en Misiones una vez y dos veces en la provincia de Buenos Aires. Pero vuelven, una y otra vez al ruedo, como si tal cosa, porque su utilidad no tiene nada que ver con describir una realidad, sino con influir sobre ella. Así las cosas, Bacman la semana pasada pronosticó que Mariano Recalde recibiría más votos que Martín Lousteau, y que solo la suma de los votos de Recalde más los de Ibarra superaría a los de Eco por 1,3, y luego habría que sumarle cuatro o cinco puntos del resto de los candidatos. O sea, el Frente para la Victoria le ganaría a Eco por no menos de 6 puntos. Se "equivocó" por nueve de diferencia.

Otaegui perdió su trabajo. Bacman seguirá siendo citado como si tal cosa.

Pero hay otras encuestadoras que intentan ser más certeras. Su lógica no consiste en decretar que siempre ganan los mismos y su prestigio depende de su certeza. Una de ellas, González y Valladares pronosticó el domingo anterior a las elecciones que Gabriela Michetti ganaría por cuatro, y achicó esa diferencia a un punto dos días antes de los comicios. Erró por once puntos. En la pelea grande, entre Rodríguez Larreta y Michetti, es cierto que la mayoría, sobre el final, acertó el resultado, pero Management and Fit sostuvo que la diferencia iba a ser de tres puntos, OPSM por 1,9, Raúl Aragón por 5, o sea que se equivocaron, respectivamente por 7, 8 y 5 puntos.

Todo ello por fuera del margen de error.

Uno de los casos más delicados es el de Poliarquía, la gran empresa de encuestas de la Argentina. Poliarquía tiene un merecido prestigio que se debe a su actuación en varias elecciones recientes. Desde la influyente tapa dominical de La Nación, pronosticó con mucha anticipación el triunfo de CFK sin ballotage en el 2007, pese a que sus miembros, cuando opinan de política, son muy críticos del Gobierno. Luego acertó con la reñida elección en la que Francisco De Narváez derrotó a Néstor Kirchner. Y, dato para los memoriosos, anticipó que Daniel Filmus desplazaría a Jorge Telerman del segundo puesto en la elección para jefe de Gobierno de hace ocho años: eso le valió que Telerman rompiera un jugoso contrato que tenía con ellos. También ese pronóstico fue correcto.

Sin embargo, en los últimos tiempos, Elisa Carrió, con el desparpajo que la caracteriza, los ha acusado de sesgar los números a favor de Daniel Scioli, para cuya campaña presidencial están trabajando. A primera vista, los hechos parecen -esta vez- darle la razón a Carrió. En las primarias bonaerenses del 2013, hubo una elección muy reñida entre Sergio Massa y Martín Insaurralde. Durante las semanas previas, Insaurralde recortaba todos los días la diferencia. En la última encuesta, Poliarquía anticipó que Massa ganaría por 2,9 de diferencia, pero uno de sus socios aclaró que había un empate técnico. La diferencia final fue de cuatro puntos, muy cercana a la encuesta mencionada, pero cuatro puntos no es un empate técnico sino una diferencia importante.

 Lousteau, segundo cómodo.

En las elecciones del domingo pasado, el dato que más le importaba a Scioli era el desempeño del candidato kirchnerista Mariano Recalde. En la tapa de La Nación del viernes previo a la elección, Poliarquía pronosticó que Martín Lousteau obtenía apenas un 12 por ciento de los votos --superó los 18--, o sea, menos que Recalde. Y que el Frente para la Victoria superaría por dos puntos a Eco: se equivocó por cinco, porque la diferencia fue de 3, y en sentido contrario. Justo lo que Scioli hubiera preferido que sucediera. El domingo previo, a siete días de las elecciones, el yerro fue aún más grave: Lousteau obtenía en ese estudio 10,2 por ciento -contra los 18 finales- y ECO siete puntos menos que el FPV. O sea, una semana antes, esos resultados eran disparatados y podían contribuir a crear un clima triunfalista o de voto útil hacia el FPV.

 ¿Se puede confiar en las encuestas que se publican tantos meses antes de las elecciones presidenciales, cuando la Argentina es un territorio tanto más vasto y complejo que la Ciudad de Buenos Aires?

El día lunes, pude hablar con Edgardo Catterberg, uno de los dueños de Poliarquía, sobre este punto. Admitió que erraron en la medición de Lousteau. "Tenemos que analizar qué ocurrió", dijo. "Pero no acepto de ninguna manera las suspicacias". Le planteé que el error respecto de Lousteau fue el más grave, pero que, además, no pudieron pronosticar los 9,5 puntos de diferencia entre Larreta y Michetti: para ellos, la diferencia sería de 6 puntos. Catterberg explicó que para esos dos candidatos las mediciones dieron dentro del margen de error que toda encuesta tiene permitido: Larreta sacó dos puntos más y Michetti dos menos que lo esperado y ahí están los cuatro de diferencia.

Esta última explicación es algo inquietante. Si un candidato puede sacar tres puntos más o menos del número que anticipan las encuestas, ¿cómo se debe leer una que le adjudica seis puntos más a Scioli que a Macri? ¿Son seis? ¿Y si Scioli saca tres más y Macri tres menos? ¿Son doce? ¿Y si es al revés? ¿Salen empatados? ¿A cuanto se amplía el margen de error si las elecciones son seis meses después que se difunda la encuesta? ¿Cómo crea clima, afecta la construcción de estructuras partidarias, la difusión de encuestas con tanto margen? ¿En qué medida afectan el proceso electoral?

Dicho de otra manera: si alguien se puede equivocar tanto, aunque sea de buena fe, ¿no debería explicar largamente la equivocación en lugar de destacar los relativos aciertos y minimizar los serios errores?

Hay algo que suena raro en todo esto. Los números, de repente, se vuelven locos. Y el Estado está gastando demasiado dinero para que los candidatos influyan con encuestas truchas, sesgadas en los márgenes o con errores desafortunados.

Existe una industria alrededor de todo esto, cada vez más influyente y poderosa. Si sus referentes no la cuidan, es posible que en el futuro este debate, suave e incipiente, adquiera características más ríspidas y que aquellos que solo difunden resultados para beneficiar al gobierno que les paga encuentren donde anclar sus argumentos.

O, en todo caso, deberán todos erigir una estatua en homenaje, o en pedido de disculpas, a Otaegui, aquel kamikaze.