Tres relatos reales de abortos: mendocinas que vivieron para contarlo

Sin culpa, sin remordimientos, sobrevivieron a una intervención sin prequirúrgicos.

Tres relatos reales de abortos: mendocinas que vivieron para contarlo

Por:Ana Paula Negri
Periodista

Estas mujeres vivieron para contarlo, vivieron para relatar lo que otras pasaron en peores condiciones y no pudieron superar, las que llegaron a una salita, que pretendía ser un quirófano, a concretar una decisión sobre sus cuerpos, sobre sus vidas, quisieron ser soberanas sobre ellas mismas pero no sobrevivieron.

Los nombres de las protagonista fueron modificados para resguardar su intimidad.

Sin culpa

Romina tiene 38 años, actualmente vive con su hija de 13 años y su pareja. Su hija es fruto de una relación anterior y su experiencia de aborto fue junto a su compañero actual con quien comenzó una pareja hace siete años.

“En 2015 decidimos tener un hijo que falleció. En el quinto mes de embarazo se rompió la bolsa y estuve un mes internada. La pasé pésimamente mal. Todos los días me decían que el embarazo no iba a llegar a término, un embarazo que sí quería tener. Estaban esperando que se cumplan los seis meses de embarazo para que maduren los pulmones y hacer una cesárea programada. El día que me dijeron que estaba listo para nacer se produce el trabajo de parto que ellos (los médicos) decían que eran cólicos intestinales. A las 8 de la mañana parí al niño que vivió 21 minutos y falleció”.

Luego de superar el dolor de su pérdida, Romina intentó volver a quedarse embarazada el año pasado, y fue durante esa gestación que los médicos descubren que era propensa a la diabetes: “Iba a ser un embarazo de riesgo también, y yo ya tenía 37 años. Me hago la primera ecografía y era un embarazo anembrionario”, por lo que debieron hacerle un legrado.

Después de eso, ella decidió junto a su pareja no seguir buscando tener un hijo por los riesgos que podía implicar, pero este año, durante sus vacaciones, tuvo un percance con su método anticonceptivo y volvió a quedarse embarazada. Ella estaba decidida a no continuar.

En los primeros estudios de sangre que se realizó, otra vez el azúcar estaba alta, por lo que ella entendió que su vida estaba en peligro y pensó que si algo le pasaba, su hija de trece años se quedaría sola, pero su punto de vista no fue compartida por los profesionales de la salud: “Pareciera que en los protocolos médicos la prioridad es el embrión y no quería someterme a eso nuevamente. Y por el solo el hecho de que late un corazón, aunque sepan que la vida tiene muy pocas probabilidades, siempre va a ser la prioridad y no tenía ganas de someterme de nuevo a esa situación, me parecía aterradora. Entonces decidí interrumpir el embarazo, me averigüé todo acá en Mendoza, cómo se hace y fui a hacerlo”.

El primero en hacer las averiguaciones fue su pareja, y le dijeron que ella tenía que ir a una consulta previa que cuesta 400 pesos, mientras que la intervención tendría un valor de 12 mil pesos. Fueron juntos a la primera consulta en la casa del médico, que se hizo en la cocina.

“Estaba embarazada de unas tres semanas pero quería terminar con esa situación lo más rápido posible”, asegura Romina, y relató que el médico les dijo que si querían continuar con el procedimiento debían llamarle y decirle: ‘sí doctor, vamos a ir a la consulta’, “pero yo estaba decidida así que le dije si podía volver al otro día. Nos dijeron que sí, que fuéramos a las 14 con el dinero, lo que hicimos, y nos dieron una dirección especifica que es un consultorio de la calle Colón. El dinero se la das al cocinero en la casa del médico y te vas a la calle Colón que te están esperando”.

“Tocás un portero y entrás a una sala de espera donde hay otras mujeres. Habían unas cinco mujeres, la mayoría acompañadas por sus parejas. Cuando te llaman entrás a otra habitación del departamento, es un departamento que está hecho clínica. Hay una camilla como las de ginecólogo. Te preguntan el grupo sanguíneo, te preguntan si estás sana, si sos una persona sana”.

“Te acuestan en la camilla, te ponen la anestesia y en 20 minutos te despertás en otra habitación donde hay colchones en el piso. Te traen la ropa y te despertás con un apósito de adulto que te lo pegan con cinta blanca que usan en la enfermería. En la habitación, había otra chica que había entrado antes que yo y ya se le había pasado la anestesia y se estaba vistiendo”.

“Me llevaron a una oficina donde había una silla y un escritorio, me dieron antibióticos. Me preguntaron si tenía obra social para hacerme el descuento. Me explicó que el sangrado iba a ser leve y que no tuviera relaciones y, obviamente, el médico me preguntó si quería que me recetara algún método anticonceptivo”.

“Me pareció un tipo muy amoroso, me trató súper bien. Nunca me sentí maltratada, humillada, no lo viví como una experiencia traumática, como por ahí cuentan. Obviamente es una situación de clandestinidad y te da miedo porque no sabés cómo es. Una anestesia no es moco de pavo. Todas estas situaciones o posteriores. Tuve mucho miedo los días después, agarrarme una infección o algo así. Más cuando una está convencida de que no quiere ser madre nuevamente por los motivos que sean. El hecho en sí mismo dura 20 minutos y listo, después seguís con tu vida”.

Antes de someterse a una intervención quirúrgica, Romina consideró otras opciones: “Busqué información en Internet para hacerlo con misoprostol. Sabía de la dificultad de conseguirlo. Pensé en pedirle ayuda a una pariente que es médica para que me hiciera la receta. Hace seis años atrás conseguí la receta para una amiga. Pero me arrepentí, porque no quería que lo supieran demasiadas personas, que siempre intentan persuadirte. Entonces opté por la intervención quirúrgica. La plata no era un problema, sabía que era rápido y tenía la experiencia del legrado del embarazo anembrionario.

Para tomar su decisión, el hecho de que no fuera legal no fue un impedimento: “Ni pensé en la ilegalidad, es algo que se hace. Cuando estás en el proceso, sentís la ilegalidad por las idas y vueltas, los códigos, el hecho de que llevás la plata, que incluso hay cosas que quedan al azar, por ejemplo un electrocardiograma, el tema del grupo sanguíneo y esto me parece importante. Yo soy O negativo, mí pareja O positivo, por ende me tienen que colocar una vacuna después de cada embarazo; partogama se llama. Yo se lo dije al médico y me dijo que no era necesario, porque el embarazo era muy incipiente. Para mí era mentira, debido a que cuando fue el embarazo anembrionario después del legrado me la pusieron, y cuando aborté no”.

Ella terminó comprando la inyección que sale 3.000 pesos de forma particular: “Esas cosas son las que te hacen sentir vulnerable y desamparada. Si fuera legal, esas cuestiones de salud no quedarían al azar. Estarías más protegida”.

En cuanto a su salud, también aseguró que le dio miedo el post operatorio: “Tenía miedo a tener alguna infección, a que la cosa se complicara. Por eso tomé recaudos y tomé los antibióticos recetados, amoxilina y ácido clavulánico, y prolongué durante siete días más con otros antibióticos más fuertes (cefalexina) que acompañé con óvulos para no contraer una infección urinaria. Tengo un amigo ginecólogo y le dije que tenía una infección urinaria y me hizo las recetas”.

Aseguró que nunca sintió culpa y que fue lo mejor que hizo: “Además del temor por mí salud, ya no estaba en mí el deseo de la maternidad”.

Convencida

Vicoria tiene 39 años y dos hijos, uno de 10 y otro de 4 con su actual marido.

“Cuando tenía 23 años me entero de que quedo embarazada. No tenía pareja, era de un chico con el que teníamos una relación re esporádica, la verdad no tenía proyección de nada con él y tampoco de ser mamá”, relata.

“Cuando me quedo embarazada, le digo a él y se puso como loco, no lo quería tener. Al principio pensé en tenerlo, ya vivía sola, tenía trabajo. Dije bueno, me lo banco sola, pero en el momento en que se lo dije a él se puso bastante agresivo, no quería saber nada, y no quería saber nada de que fuera una decisión solo mía”.

“Yo, bastante influenciable, tomé la decisión de abortarlo. De todas maneras, no me arrepiento, la verdad que no sé si fue tanto una decisión mía, era pendeja, la situación era complicada. Fue toda una situación bastante rara y decidí no tenerlo”.

“Terminé yendo al médico, y menos mal que este chico tenía plata. Obviamente lo pagó él, porque yo no tenía un mango. Fuimos a un médico en la calle Buenos Aires, no me acuerdo ni el nombre del tipo. Cuando llegamos al lugar, era feo, era un consultorio con muy pocos cuidados. Lo primero que hace el tipo es una ecografía, ahí, esas que ves en vivo para ver si realmente había embarazo. Hasta el día de hoy tengo el recuerdo del embrión latiendo, o sea, muy poco cuidado. Si no lo iba a tener, ¿para qué me hace una ecografía?"

"Me pone como una anestesia local, temporaria, pero no logró dormirme del todo, entonces me acuerdo. Me acuerdo de los ruidos, porque me mete como una máquina que hacía ruido. Me acuerdo que cuando terminó me dijo: ‘Bueno, ya está, levántate y ándate’. Y me levanté y le dije que me dolía mucho, pero me insistió en que me fuera porque había otra chica esperando entrar. Me empezó a sangrar un montón. Nada cuidado el tipo, me sacó del consultorio y me dio unas pastillas que eran unos antibióticos. Me dijo que si me dolía mucho o me sangraba lo llamara al celular y que me iba a venir (la menstruación)”.

“Después, el chico que me acompañó me dejó tirada en mi casa y se fue. Total no era su cuerpo. Llamé a mi hermana y mis amigas y ya estuve contenida por ellas”, concluyó.

Victoria asegura que conoció a su marido a los pocos meses de haber abortado: “Siempre dije que si lo hubiera tenido, no lo hubiera conocido. Nunca me arrepentí, no tuve culpa”.

“Yo fui una de las primeras que lo había hecho de mis amigas, yo lo conté siempre, no tuve problema. Entonces, después, distintas situaciones fueron surgiendo y ellas acudían a mí cuando no querían tenerlo. Acompañé a muchísimas mujeres a hacerse abortos en distintos lugares. Vivía la experiencia después como acompañante”.

Victoria considera que “es algo traumático para cualquier mujer. La discusión no es ‘sí al aborto’ o ‘no al aborto’, porque nadie está a favor del aborto, sino de la despenalización, para que no se sigan muriendo mujeres en lugares clandestinos y que no siga siendo un negocio. Existir, existe, y si no se despenaliza va a seguir siendo negocio para algunos, salvándose las mujeres que pueden acceder a pagarlo y muriendo las que lo tienen que hacer en lugares insalubres”.

Perdida

Lo que algunas personas no saben es que si el aborto no fuera clandestino, las mujeres que en algún momento fueron obligadas a abortar, podrían denunciar la situación por la que tuvieron que pasar o buscar contención y no atravesar lo que le tocó a Daniela. Ella tiene actualmente 27 años y es mamá.

“El día que me enteré que estaba embarazada tenía 19 años. Estaba de novia con mi primer novio y, según él, debíamos interrumpir el embarazo. Yo en ese momento ni siquiera conocía métodos de interrupción. Sólo conocía la pastilla del día después. Yo no le conté a nadie de mi entorno, ni familiares ni amigos. Él sí, se apoyó en tres familiares directos y un amigo. Me llevó unas hojas impresas de cómo era un aborto quirúrgico, (las imágenes eran horribles) yo sólo quería terminar con la presión de escucharlo a él y a su familia, y le dije que sí”.

“Él le pidió el dinero a sus padres, que en ese momento fueron 3.000 pesos, y fuimos a ver al doctor, una sola vez antes del día de la intervención para verificar el embarazo. El doctor dijo que estaba 'justita', que me quedará tranquila”.

“El lugar era la típica oficina de estudio jurídico de Mendoza. Nada parecido a una clínica. En una habitación, con una silla horrible de obstetricia, me sentaron desnuda. Le pidieron a mi novio que se retire y una señora me ató los brazos a unas maderas, nunca entendí para qué, sólo sé que sumó más horror para mis recuerdos. Me pusieron anestesia total y lo último que vi fue al doctor frente a mí diciéndome que la uña ‘moretoneada’ que tenía en el pie me iba a doler más que esto”.

“Desperté en un colchón en el piso de otra habitación casi sin saber si me movía o no. Vi a otra chica más, pero me dormí de vuelta. Desperté nuevamente y pedí ayuda. La ‘enfermera’ me dijo que me levantara y fuera a la otra habitación a cambiarme. No me ayudó. Me envolví en las sábanas y fui al otro dormitorio a cambiarme. Al salir, me encontré en la sala de espera con mi novio, donde rompieron el contrato firmado antes de entrar en el que se aseguraba que si me pasaba algo me hacía responsable yo, que si entraba la Policía no debía de decir nada”.

“Salí en silencio y nunca más hablé del tema con nadie. Sólo quise olvidarlo para siempre.¿Con quién iba hablar? Si eso estaba mal. Y yo me sentía en pecado. Hasta que crecí y me di cuenta que fue lo mejor que pude haber hecho y ya no me culpé más”.

Daniela afirmó que, si el aborto estuviera legalizado, probablemente ella no hubiera ido sola sino con algún familiar y: “No hubiera tenido tanto miedo. El lugar hubiera estado preparado para una intervención. No hubiese despertado en el piso. Yo desperté y salió todo bien. Pero quizás hubiera pasado que no y hubiera sido por no estar en un hospital con todo lo necesario”.