Crónicas del Subsuelo: Preludio de la Amazonia Huarpe

Crónicas del Subsuelo: Preludio de la Amazonia Huarpe

Por:Marcelo Padilla

Los taxis acuáticos estacionados en fila meneados por el agua farragosa que ha inundado las calles de la ciudad son el síntoma, como también las tormentas no se cansan de purgar a la hora de la caída del sol, apagando el mundo en medio de sacrificios. Los ahogados vomitan fango en los corcoveos del Bajo Luján, un poblado de atlantes anfibios despojan sus aspiraciones de sobrevivencia. Los reportes -si es que podemos hablar de reportes- …. son objetos que traslada el agua. Pepe el positivista anota en su libretita aquellos trastos que navegan hacia el río siguiendo la corriente del universo local. Quedan los viejos testarudos en sus casas flotando, agarrados del caño de la flor de la ducha en baños anegados. Testarudos aferrados a la viudez de los vacíos sumergidos.

Ariel pasa a buscarme a las 7:45 de la mañana. Su voz gravita en el anfibio. El GPS indica por dónde los atajos ahorran topes con los amontonamientos de cuerpos y plásticos flotantes. El turismo a pleno. En medio del desamparo, suicidados ya todos los meteorólogos, no queda otra que volver a las fuentes y hacer el trabajo de nuevo: la alquimia de sobrevivir el agua sin que el gobierno decrete emergencia alguna. La oposición política no quiere enfrentar las posiciones oficiales a favor del turismo voyeur. Por eso cede a los “consensos básicos” y agacha la cabeza. Ni seria ni confiable la televisión muestra tan solo humedales donde gringos y evangelistas transitan con sus canoas. Unos para llevarse la experiencia de salvataje en fotos y videos, asombros para compartir luego de la travesía con sus parientes y amigos del viejo mundo. Mendoza en boca del país, tragada como los ahogados del Bajo Luján. Otros, los Evangelistas, Testigos de Jehová y seguidores de Confucio, navegan buscando nuevos fieles. La ciudad y su periferia de agua es el lema del concurso de diseño organizado por Turismo para la temporada estival. Mendoza, la del desierto, muta a yunga de Amazonia Huarpe. Los excavadores de la arqueología con títulos de nobleza se hunden en las ruinas de sus ruinas. La ciudad necesita de una oración que la haga cimbrar. El “movimiento de poetas inundados” toma la posta. Los poetas reemplazan a los sacerdotes de las parroquias con mantras de “La Pre-Guerra” (Pablo Grasso, 2016).

La vida en los techos de las casas se naturaliza bajo un nuevo orden. Pero ese orden no es más que el caos mismo, o mejor dicho: constituciones aluvionales, “micro-ordenamientos territoriales suspendidos”. Aunque suene contradictorio, “lo territorial suspendido” ya era un concepto que se venía debatiendo en el camposanto universitario. La geografía radical arremetía frente a la decadencia de la filosofía, las letras y las políticas sociales de los científicos. Así empezaron las nuevas clasificaciones del mundo social en la provincia.

En los barrios privados aparcan en cada puerta dos o tres camastros anfibios por casona. Mujeres y niños toman sol mientras pasa el Mc Donald Acuático con sus packs de hamburguesas y papas. La ingeniería naval no tiene respuestas. El escuadrón de prefectura enviado por el gobierno nacional no supo más que reprimir, disparar arponazos a los que levantaban una mano debajo de las aguas turbias. La inundación (Ezequiel Martínez Estrada, 1944) se reedita clandestinamente en imprentas caseras montadas sobre los techos de los caseríos de la Cuarta Sección. Sin luz, los habitantes recuperan la vista por las noches y retoman lecturas en “lo territorial suspendido”.

Amparo llega a la casa de mi amigo Fernando para expresarle su malestar por el personaje en la novela, su disconformidad, intimándolo a que reescriba la novela de cero. Amparo está cubierta de barro. Fernando le dice que pase al techo, invitándola a charlar sobre el tema. Amparo lo abraza en la congoja. Se abre un silencio y, los dos abrazados, caen sobre el colchón bajo una garúa sostenida. La novela anillada en la sopa. La lluvia rescribía la historia. El tóner aguachento deja a Amparo de lado. Desaparece de la novela. Amparo desaparece de la novela para quedarse definitivamente con mi amigo Fernando. Ahí, arriba del techo, tirados en un colchón bajo la lluvia. Lo único justo entre los pre y los post fácticos abismales que discuten suspendidos en lo de Boris y Fede.

Son las 9 de la mañana y no tengo más cigarrillos. El kiosco está a la vuelta de mi casa, ahí nomás. Me animo y salto del techo, hago un clavado y braceo hasta la esquina. Freno. Floto ahí hasta que pasen los carros acuáticos y nado pecho hasta el kiosco. Me dan un paquete de puchos en una bolsa y así, con la bolsa entre los dientes, vuelvo nadando espalda hasta mi casa para que no se moje. Llego de un tirón y subo por la cornisa, me instalo en la silla para seguir escribiendo a mano sobre la mesa que he montado sobre el techo, al lado de un colchón. La secta de los “pre-marxistas” se reúne los viernes por la noche en el techo de Boris. Son encuentros de lecturas de textos rescatados de la lluvia, con tramos indescifrables por las manchas de tinta. Hay discusiones violentas, depredadoras. Tal vez por efecto de los brebajes de barro con whisky.

Se grita a eso de las cuatro de la mañana. El pre-capital borroso se transforma en una novela policial. No hay un crimen a descubrir allí, pero todos los reunidos hablan de un crimen a descubrir. Así son las convenciones cofrádicas. En el techo de Fede se reúnen los “post-marxistas”, enemigos de la secta pre-marxista del techo de Boris. Mientras los pre y los post discuten bajo la lluvia las canoas deambulan perdidas por la ciudad. Algunas llevan cuerpos hinchados, otras, alimentos perecidos de agua. El hedor perfuma la noche blanca. Claudio se ha metido en su tacho de lata de 200 litros. Deriva. La acústica le permite entablar diálogos pasajeros con algunos de los agonistas. Amparo le tiende la mano y Claudio sube al techo de Fernando. Toman barro los tres y brindan en la oscuridad.

El agua sube y la noche cae.