Crónicas del subsuelo: "Maldita ciudad de Bs. As."

Crónicas del subsuelo: "Maldita ciudad de Bs. As."

Por:Marcelo Padilla

En la zona de Avellaneda y Nazca (Flores). En ese vértice, miro hacia las tres esquinas la densidad del comercio donde compran ropa y chirimbolos los pobres y los que están ahí de caer. Las liquidaciones de estación, el mareo del consumo en las caras, los inmigrantes y manteros expulsados, la policía metropolitana de rondín y algunas inscripciones de hastío. Las plazas son un descanso pero también un albergue para refugiados en la mañana, los que escapan de las puertas de un banco, o de los puentes hediondos. Lo porteño es una condición para habitar la gran ciudad, condición significante de ingrata que tiene dos vías de acceso: laburás todo el día sin ganar lo suficiente o no tenés laburo y quedás fuera del circuito de los subtes. El circuito es sin ascenso, aunque uno baje por las escaleras y luego suba para volver a las calles… es ascenso al mismo nivel. Aunque siempre es dura la vida porteña hay más subsuelos en el infierno para visitar. Los puentes son testimonios de la expulsión del Ser Ciudadano. Sin techo, sin trabajo, sin dios, sin categoría clasificatoria en las estadísticas sociales. Carabobo, Río de Janeiro, Flores, San Pedrito. Los colombianos, los senegaleses. Los chinos. El menudeo del cartón. Los fritos. No hablo de Palermo porque no fui, ni tampoco de Belgrano. Mucho menos de las galerías y los shoppings o lugares progres donde se juntan los intelectuales o escritores con sus poses de Calle Corrientes. Sí del Barrio de San Cristóbal, pegado a Constitución y San Telmo, donde los puentes hablan del pasar de los autos. Cobijo de colchones húmedos donde crecen los brotes cimarrones (no verdes). Parece un caos pero en realidad el orden está ahí, en ese acomodamiento de las piezas que no tienen lugar en el gran juego. A los que no entran al molde se los encaja. Policía Metropolitana mediante.

El jueves 17 llego por la mañana y Santiago Maldonado no aparece, se lo chuparon, igual que a los votos de Cristina. Andan diciendo por ahí que los mapuches son chilenos. Andan diciendo por ahí que le disparen al negro, que lo bajen. La tertulia se desarrolla en los edificios altos y nadie cae al pavimento. Me manejo por Avenida Rivadavia y sus locales impares. Abiertos, cerrados, clausurados, abarrotados, celosos de la luz, con empleados que laburan parados diez horas con un break de media hora por jornada. Las caras. El hastío porteño. A nadie le importa nada. En la Plaza San José de Flores hay un grupo de estudiantes secundarios del Colegio Fernando Fader haciendo una olla popular. La gente ni mira, solo camina, baja, navegando por Avenida Rivadavia. En Plaza Miserere está el embudo. Las zapatillas de los pibes de Cromañón. Las colas. La comida de la calle y los viejos y viejas que miran encorvados las baldosas. Los repartidores de la sed, los vendedores de concreto. Los vendedores de lo abstracto. Los vendedores con las manos vacías. Los que piden, los que no piden, los que no pueden, a pesar del slogan que dice lo contrario.

Estoy en google maps escribiendo en un derpa de Almagro. Lo pueden revisar. Hoy las tecnologías te ubican y saben más dónde andás que tus parientes y amigos. Mando un ese o ese y no se escucha. La movida musical ranchea en los barrios autogestivos. En las radios suena lo que garpa la pauta. Planeo por las escaleras mecánicas y me hundo en los refugios. Se vende de todo. Se canta, se baila, se payasea, se rapea por la buena voluntad del pasajero. Nada. Cada vagón vive en endogamia perfecta. La cooperativa Adán Buenos Ayres vende en la calle. Libros. La cortina ha cerrado y sus empleados ya no son más empleados para ese tiempo. Un pibe que me cuenta todo lo que pasa duerme en una carpa chiquita en plena vereda al lado del puesto de libros. ¿A quién le importa? La espera del ciudadano. Hay plato fuerte en el Bajo Flores. Y tiros para espantapájaros. Pasando la General Paz vive el acecho. Ahí hay votos detenidos-desaparecidos. Ya tú sabes. Se percibe una pequeña tregua social. El lunes es feriado pero el martes arranca de nuevo. Hay un túnel subterráneo mirando a lo lejos una luz y una bocina. Parado ahí, donde se mueren las almas en la maldita ciudad de Buenos Aires.