Abuso infantil en primera persona

Ella sufrió abusos durante doce años por parte de su padre. En Mendoza ya son dos las nenas embarazadas por violaciones de miembros de su familia.

Abuso infantil en primera persona

Por: Mendoza Post

Ayer en Mendoza salió a la luz el caso de una nena de 10 años que lleva un embarazo de 32 semanas producto del abuso de su tío de 23 años y otra niña de 13 años embarazada de su padrastro en Tupungato. El testimonio de Micaela Rodríguez que hoy es una adolescente de 18 años puede dar un panorama más real sobre lo que esta nena puede haber sufrido.

La chica abrió una página de Facebook donde cuenta el calvario que vivió durante los doce años que su padre abusó de ella desde los cuatro años. Ataques de pánico, depresión y un intento de suicidio.

En una entrevista brindada al portal Infobae, Micaela cuenta su terrible historia:

"Mi primer beso fue con él. Es el primer recuerdo que tengo. Yo iba al jardín, tenía 4 años", arranca Micaela, que ahora tiene 18. "Yo tenía una osita de peluche que se llamaba Corazón y él tenía un gorila que se llamaba Chicho. Me acuerdo que él estaba sentado en mi cama y yo en el piso y me decía que los peluches eran novios y nosotros también. Al principio fue así. Después empezó a tocarme".

Micaela fue abusada toda su infancia.

"Llegaba de trabajar, decía que estaba cansado, que necesitaba unos mimos y que fuéramos a jugar. Esas eran las palabras: 'necesito unos mimos'. Yo ya iba a la primaria. Mi mamá estaba en la cocina preparando la cena así que no se daba cuenta de nada. Después él empezó a entrar a mi cuarto de noche".

Micaela, al ser una niña, creía en fantasmas y seres mitológicos, pero cuenta que no le atemorizaban "no les tenía miedo, al contrario. Cuando sentía el ruido de la puerta de mi cuarto en la oscuridad rogaba que fuera un fantasma, pero después sentía la respiración de mi papá en mi oreja y me daba cuenta de que no era".

Uno de los dibujos de Micaela cuando era una niña es estremecedor. Una figura monstruosa en lugar del típico dibujo de una familia. Cuenta que, en secreto, cuando jugaba con sus muñecas las hacía frotarse, les pegaba, las amenazaba y las sacudía del pelo. No contaba nada a su madre porque su padre le había dicho que sólo era un juego, que a ella también le gustaba el juego y que si su madre se enteraba se iba a enojar.

Incluso tuvo un intento de suicidio.

A medida que crecía, los abusos se iban incrementando   "Me hacía subir adelante en el auto, me tocaba las piernas y cuando paraba en un semáforo me tocaba más adentro. Después seguía manejando, como si nada. Me llevaba al cine a ver películas de terror y me empezaba a abrazar, me decía 'no tengas miedo, papá está acá'. A los 7 años me hacía entrar en chats pornográficos y decir que yo era grande para que los otros hombres me hablaran".

A los 10 años sus padres se separaron: "Me tocaba ir a verlo martes, jueves y fin de semana por medio. El se puso de novio enseguida y cada vez que ella se iba de la casa él empezaba. Entraba cuando me estaba bañando, con la excusa de darme el toallón o preguntarme si el agua estaba linda, y se quedaba mirándome".

 "Como a los 14 años empecé a darme cuenta de que algo estaba mal. Él me agarraba, quería que lo besara en la boca y yo me empecé a negar. Entonces me agarraba del cuello, me apretaba del brazo. Yo lo quería empujar y no podía. Por dentro decía 'Dios dame fuerza en los brazos para empujarlo', pero no, no funcionaba".

La joven hizo una página de Facebook para compartir su experiencia.

Micaela continúa con su relato: "Cuando sos chica te dicen que te cuides de la gente en la calle, que no dejes que nadie te toque en el colegio. Mi abuela me decía que si alguien me ofrecía un chupetín no me fuera con él. Nadie te dice que eso puede pasar con alguien de tu familia. Entonces yo sentía mucha confusión, porque yo lo admiraba, era el sabio de la familia, el culto, el que me corregía las faltas de ortografía. Siempre, después de cada abuso, se ponía a llorar y me decía 'vos sabes que te amo hijita'. Y yo también terminaba llorando y le contestaba 'yo también".

Las consecuencia del avasallamiento empezaron a supurar. "Era muy depresiva, tenía ataques de pánico y un dolor permanente en el pecho. Y me empecé a cortar. Sacaba la hojita con filo del sacapuntas y me cortaba los brazos. Me cortaba cuando él se iba y así me bajaba la angustia. Cuando me cortaba sentía que lo estaba lastimando a él, no a mí. A mí no me dolía, me chorreaba la sangre y yo no sentía nada". Del filo del sacapuntas pasó a los cuchillos. De cortarse los brazos pasó a cortarse los muslos. De hacerlo encerrada en el baño pasó a hacerlo en el colegio.

"Lo hacía para que me citaran a hablar pero cuando me llamaban la conversación quedaba en la superficie. Ellos solo veían que yo siempre quería estar sola, que me llevaba muy mal con mis compañeros, que mientras todos se enamoraban yo odiaba el amor". Micaela seguía sembrando pistas pero aún no podía ponerle palabras. A los 15 llegó el intento de suicidio.

Los dibujos de los niños son escalofriantes.

"Tenía que ir a su casa, como había dicho la psicóloga, y no quería. Yo había dejado de tomar las pastillas para la depresión y ese día me las tomé todas juntas. Cuando me empezaron a agarrar los síntomas

me llevaron al hospital a hacerme un lavaje y quedé internada. La verdad, yo no me quería morir, quería quedar en coma. Quería que pase el tiempo y despertarme siendo grande. Creía que cuando fuera más grande iba a tener más fuerza física para empujarlo y más autoridad para decirle que no". La psicóloga que fue a verla al hospital tampoco pasó la barrera epidérmica: "Le dije que no lo iba hacer más y listo, se quedó tranquila".

Pero Micaela siguió dejando migas de pan: "Empecé a robar en los negocios. Cualquier cosa, gomitas de pelo, pulseritas, después lo contaba. También quise comprar drogas y me arrepentí. Dejé de estudiar, empecé a dejar las pruebas en blanco. Sabía pero las dejaba en blanco. O me iba corriendo del aula. Por eso repetí 2° año. Estaba muy sola, no encajaba en ningún grupo. Nunca fui a un boliche y no fui a ninguno de los dos viajes de egresados. La única vez que tuve algo así como un novio me quiso besar y le pegué. Hasta que me dejó".

Los dibujos son la forma de comunicar.

Fue en 2015 que abrió un perfil en Facebook llamado "Por una infancia sin dolor". Lo hizo de manera anónima pero desde otro perfil, que sí tenía su nombre, invitó a todos a ponerle "me gusta", incluso al colegio. En el colegio -el ESBA de Villa Urquiza- finalmente reaccionaron: la llamaron, le preguntaron si eso le había pasado a ella y con lo poco que Micaela les contó llamaron a su mamá e hicieron la denuncia. Su "progenitor" -que es contador y trabaja en la AFIP, donde actualmente tiene licencia médica- fue denunciado por "abuso sexual con acceso carnal agravado por el vínculo".

En el perfil en Facebook que creó Micaela y que  hoy tiene más de 200.000 usuarios, la adolescente comenzó a tener contacto con "sobrevivientes del abuso sexual infantil", así los llama. Jóvenes que creyeron que el suicidio era la única salida pero lograron salvarse. También con madres, familiares y amigos de esos adolescentes abusados.

"Me hacía bien hablar con ellos. A todas las chicas nos pasaba lo mismo. Rechazábamos a los varones, nos queríamos vengar con todos, por ejemplo. Y empecé a ver en esas historias que los abusadores infantiles no son lo que todos piensan, el delincuente que te persigue en la calle. Eso es un mito. El mío es muy culto y estaba en casa. Tampoco son siempre hombres, hay mujeres abusadoras. Y hay menores que también son abusadores".

Micaela insta a denunciar los abusos.

En Argentina no existen relevamientos oficiales pero las organizaciones especializadas calculan que 1 de cada 5 chicos es abusado por un familiar directo antes de los 18 años.

Hubo un libro sobre el tema, llamado "El coraje de sanar" que la ayudó a seguir con el proceso. Pero denunciarlo no fue una liberación mágica: "Mi familia paterna me juzgaba mucho, no me creían. Mi abuela dejó de hablarme. Yo la quería mucho a ella. Cada vez que lo veía, porque él seguía yendo a buscar a mi hermano al colegio, tenía que pedirle a alguien que me acompañara a casa. Ahora tiene una restricción de acercamiento. Pero bueno, después la tormenta va pasando y me fui sintiendo un poco mejor".

"Yo perdí mi infancia. Se supone que la infancia es el momento para jugar, no para otra cosa. Creo que por eso les llevo juguetes. Quiero que aprovechen, que todavía pueden jugar", finaliza la joven.