Crónicas del subsuelo: "Valpo escupe su fauna"

Crónicas del subsuelo: "Valpo escupe su fauna"

Por:Marcelo Padilla

Son las calles, las paredes, las chapas herrumbradas y las que no. Chapas pintadas, sitios abandonados y otros restaurados. Venas, entrañas de una ciudad hecha producto del acoplamiento. Una ciudad anti-imaginaria que, de tan real, sostiene una fantasía mítica de refugio; distópica, hecha de incendios y terremotos. El mar ahí nomás bajando los cerros, en lo alto la tierra desprevenida, lo hediondo como perfume en una bajada de escaleras infinitas, o túneles, pasadizos que ando llevándome en mis pisadas, en cada bocanada sin horizonte en la ciudad sostenida por cables, el arte de la calle, del espacio público trasheado que baja y sube como suero para su hidratación a eso de las seis de la tarde, aquí, en este sutil abandono que exhibe el patrimonio de zonas agringadas. El puerto triste como todo puerto. El bolero del mendigo en la ronda del Mercado. La mueca del yonqui tirado en la escalera de mi barrio define una zona de recovas. Estar en Valpo y volver como ese suero para no pensar por un rato nomás y poder contarlo a medida que escupe a su fauna. Valpo vomita a su gente de las casas.

Cristian nos aloja en una pieza de su casa sobre la calle Héctor Calvo y solo está él y una jovencita italiana de nombre Nis que gira por Sudamérica. Garúa finito por la zona del puerto y en los cerros esa lluvia muta el color del verde de las plantas que, si bien no abundan, están presentes en envases de plástico, pujando grietas del piso de cemento, colándose donde no han sido llamadas. La izquierda correcta ha llegado hace unos meses a la Alcaldía de Valparaíso luego de años de políticas de derecha. Cristian cuenta que Jorge Sharp es el nuevo Alcalde de los cerros y el puerto que llegó al gobierno a través de un espacio de izquierda no tradicional. El joven abogado nacido en Punta Arenas, se cuenta por aquí, visita cada semana un cerro para conversar con sus vecinos y relevar problemáticas. Trabaja con colectivos sociales y culturales, los escucha, y por ahora los primeros gestos son bien recibidos a poco más de seis meses de su gestión, reitero, cuentan. ¿Cómo gobernar todo esto? –pienso, mientras camino por la feria en la Avenida Argentina, plagada de puestos de ropas, chucherías, libros, verduras y frutas. ¿Es el caos acaso una forma de orden cotidiano que hace más fácil la tarea? No sé, tal vez sea lo aparente y por el entramado estén cientos de dispositivos de poder y control que mantienen un cierto desorden confortable para que esta sociedad sostenga una isla de cerros invadidos. Cristian es profesor de química en la secundaria y alquila piezas. Cada ventana de cada casa en cualquier cerro esconde una historia. Cada escalera que zanja los cerros es una arteria. La sangre ponen los vecinos, las chelas y los porros, la pasta base, la ropa usada de las ferias americanas, la mariguana gourmet de los indoors que se huele andando… los trashumantes del puerto. Es como si en Valparaíso estuviera todo prohibido pero por el uso social… legalizado de hecho. Sin grandes movilizaciones ni esas cuestiones que nos mantienen a los argentinos en vilo. Es un fluir lento, pero constante. No hay posibilidad de uniformidad. Valpo está hecha por acoplamientos y sus habitantes, como en toda ciudad portuaria, no son nativos. Lo nativo aquí es la ocupación de todos los espacios. Se ha ocupado hasta el propio concepto de espacio. O, mejor dicho, la noción de espacio aquí es muchísimo más compleja y amplia, hermafrodita, bi, teñida, chascona.

Bondi a finisterre. Nos juntamos en la habitación de Pablo, un joven músico de 25 años que estudia en el conservatorio de Viña, que vive hace unos años en Valparaíso, precisamente en la subida del Ecuador donde empieza, en la parte baja del cerro. La escalera para acceder a su hogar es un túnel hacia arriba sin luz. Pablo nos muestra un metrónomo alemán a cuerda y nos pregunta a qué época queremos ir. El piano está ahí, y también los sikus, los jacha de PVC que también toca. Lo clásico europeo y lo ancestral andino. En esos extremos anda Pablo. Pues bien, nos vamos al siglo 19 y suena un nocturno de Chopin en la pieza donde duerme, ensaya y come. Cuando cae la tarde sobre los cerros tomamos once. Hemos recorrido unos pasadizos que sólo él conoce. Hemos contemplado la aparición de la noche sobre una baranda de un mirador. Los coches y los bondis ahí abajo, como hormigas, y sus consecuencias sonoras.

De tanto en tanto miroteo lo que pasa en Argentina, y veo la represión a los trabajadores de Pepsico, el desalojo de la planta, la brutalidad del poder de un gobierno que va por los laburantes pero que le queda poco, como a los traicas de la CGT que ponen una fecha de paro para dentro de un mes. Las elecciones pueden que sean esperadas como parámetro de evaluación de la gestión del gobierno, pero no bastan, la población, cuando salga a las calles todos los días lo terminará volteando, o no. Pero que correrá sangre no lo dudo. La estafa electoral ha sido muy violenta. Y violencia es el embolse de guita de los que andan por los techos altos de los edificios sobrevolando la city financiera como el hambre del pueblo que no llega al veinte. Cambio, fuera.

Entro a la librería “Crisis”. Mario atiende con la calma de un librero. Charlamos sobre la situación de los libros con libros en la mano. Narrativa y poesía chilena. Le comento de la Librería Pájaros en Mendoza, la que montó el Diego Bustamante Ríos, chileno y de Valpo, en Calle Las Heras casi Perú de ciudad y cerró hace poco. Mario conoce a Diego, son colegas y sabe de sus andanzas. Le converso sobre lo que permitió esa librería por un tiempo en la Mendoza-Texas. Las lecturas en la vereda, las jornadas extenuantes de poetas y esas cosas. Desde una vidriera. Tan solo desde una vidriera de un local minúsculo. El arte de la ocupación es propio de los habitantes de esta ciudad atada por cables y codificada por reglas invisibles. Ganar el espacio vital es pintarlo todo. Y en Mendoza sobra espacio, tal vez por eso tan avaros. Por eso y otras cuantas cosas más que no vienen al caso ahora aquí, en este barco de un cerro acuático, le dejo esta crónica que les llega a ustedes por transporte digital. Otro viaje, lo digital para contar los dedos.