Un espejismo llamado Scioli

Scioli es, apenas, un espejismo. Alguien que quiere que cada uno vea en él sus deseos, sus esperanzas por contradictorias que sean. La columna de Ernesto Tenembaum para el Post.

Un espejismo llamado Scioli

Por:Ernesto Tenembaum
Periodista

El archivo suele ser implacable, pero muchas veces, además, es injusto. Hacia fines de la semana pasada, el actor Gerardo Romano sostuvo que si Mauricio Macri ganara las elecciones sería como si volviera a gobernar Adolfo Hitler. Inmediatamente, en las redes sociales comenzó a circular un tape de 1989 en donde se lo ve a Romano, junto con otras figuras de la farándula, respaldando la candidatura de Carlos Menem. Es un recuerdo implacable, en parte, porque refleja que todos --sobre todo en lo que hace a cuestiones electorales- nos podemos equivocar, con lo cual quizá convenga hablar con menos certidumbres, no levantar tanto el dedito ni creerse el dueño de la verdad. Pero también es injusto, porque prescinde del espíritu de la época. Menem, por entonces, enfrentaba al radical Eduardo Angeloz quien defendía, explícitamente, un programa de ajuste. Todo el tiempo explicaba que llegaría a la Casa Rosada con un lápiz rojo para tachar todo lo que se gastaba de más. Entonces, era lógico que alguien de trayectoria peronista apoyara a la alternativa propia que, encima, era mucho más ambigua, y prometía salariazo y revolución productiva. Aquella confusión de Romano era razonable: pensar que Menem estaba a la izquierda de Angeloz.

Y es muy oportuno recordarla ahora porque, en algún sentido, la situación se repite. Si se toman como válidos los números de las PASO, hay dos candidatos principales para la próxima elección: Mauricio Macri y Daniel Scioli. Alrededor de Macri, hay economistas partidarios de un ajuste. No todos son así, pero que los hay los hay. Macri ya sostuvo que levantaría el cepo rápidamente, que el mercado tendría gran influencia en la determinación del tipo de cambio y ha tenido intervenciones contundentes en contra de las estatizaciones más relevantes de este Gobierno. Y, del otro lado, está Scioli, que es el peronismo. Y se supone que si es peronista no va a privatizar nada, ni entregarse a los fondos buitres, ni aplastar los salarios, ni aplicar planes de ajuste. Porque, aún si Scioli tuviera confusiones al respecto, el peronismo le va a marcar la cancha, le va a impedir derechizarse. Eso es lo que parece dictar el sentido común.

Esa era, exactamente, la lógica del debate en 1989, cuando se confundió Romano, y tantos otros como él.

Esa lógica era más clara aún que ahora ya que, si se lo escucha en detalle a Macri, se verá que es mucho más ambiguo que aquel Angeloz. Y muchas personas, como Romano entonces, creían que Menem era la esperanza y había que apoyarlo porque, de lo contrario, vendría la derecha, el enemigo, los gorilas. Luego llegó Menem y pasó lo que pasó. Muchos menemistas de la primera hora se dieron vuelta, se agarraron de la cabeza y, algunos, incluso lo enfrentaron públicamente. Pero eso no borra su equivocación, menos aún cuando convocaron a la gente a votar por quien luego aplicaría un brutal plan de ajuste que terminaría en la peor crisis de la historia del país.

Scioli, ¿será un nuevo Menem o será la continuidad de esta década kirchnerista?

Solo un principiante puede pensar que esas son las únicas dos opciones. Pero conviene escuchar qué es lo que está diciendo -y haciendo- para no que nadie se sorprenda.

En la última semana, por ejemplo, el candidato del peronismo sostuvo que se opone a la despenalización del consumo de marihuana y, por supuesto, a la despenalización del aborto. Scioli reivindicó haber designado a su propio gabinete sin consultar a nadie y destacó especialmente a las figuras de Alejandro Granado y Ricardo Casal, que fueron siempre las resistidas por el kirchnerismo por su apego a la mano dura. No dijo una palabra de la adquisición de Nextel por parte del grupo con Clarín, ni siquiera para desmentir la información de que la había autorizado en privado.

Scioli envió, además, a Washington al gobernador de Salta Juan Manuel Urtubey, quien manifestó con claridad su vocación de negociar con los fondos buitres y cuestionó el discurso de Cristina Fernández en las Naciones Unidas. "Fue muy ideológico", dijo Urtubey.

Otras definiciones fueron:

--Tenemos que acordar con los fondos buitre. Estamos pagando sobretasas de interés. No puede ser que la Argentina pague para financiarse un 30 por ciento mientras Bolivia pague solo un 3.

--Para arreglar con los fondos buitre hay que sentarse a negociar. No se puede llegar a una arreglo si uno no se sienta con vocación de alcanzarlo.

--Tenemos dos opciones: ajustar o crecer. Para crecer necesitamos financiamiento externo y para ello es necesario arreglar con los fondos buitre.

--Las economías regionales están destruidas. Y eso por el alto costo de los fletes, por las limitaciones energéticas y por la ausencia de financiamiento a tasas razonables.

"La distancia que separa a los puntos S y M es menor a la que separa a S y K"

O sea que, para quien quiera escucharlo, el sciolismo ha comenzado a exponer un plan de acción que se distancia de las ideas dominantes hoy en la Casa Rosada. O, si se quiere expresarlo con una fórmula geométrica: la distancia que separa a los puntos S y M es menor a la que separa a S y K, siendo cada punto definido con la inicial del sector político al que pertenece. Lo que se ignora es si K está más cerca de S o de M.

Suele ocurrir en las campañas electorales. Eduardo Angeloz era el candidato radical en 1989, pero su discurso era muy distante al de Raúl Alfonsín. Sin embargo, los radicales lo votaban para evitar una supuesto mal mayor. Por su parte, Eduardo Duhalde era el candidato peronista en 1999. Quienes votaban a Fernando De La Rúa, pensaban que era la mejor alternativa para castigar al menemismo. Sin embargo, solo se necesitaba escuchar a los candidatos para entender que se trataba de un juego de espejos. De La Rúa planteaba claramente una continuidad, mientras que Duhalde advertía sobre la necesidad de encontrarle una salida a la convertibilidad. Los más memoriosos recordarán que Arturo Frondizi logró que la izquierda votara su programa de nacionalización del petróleo, archivado el día mismo de su asunción para emprender una agresiva política de seducción a los capitales extranjeros, o que hubo quienes en 1973 votaron a Juan Domingo Perón, sin percibir el plan represivo que se venía contra ellos mismos.

Scioli intenta diferenciarse de Macri con un discurso parecido a aquel de Menem en la campaña de 1989. Es, al fin y al cabo, un alumno que siempre reconoció al maestro. No propone el ajuste ni la devaluación ni el acuerdo con los fondos buitres, y le recrimina a su contendiente que se haya opuesto a las estatizaciones de YPF y de los fondos de pensión. Pero sus asesores coquetean con lo primero y lo segundo. Y, además, si se trata de buscar archivo, ahí están sus declaraciones casi doctrinarias a favor de las privatizaciones y del indulto a los militares a fines de los noventa. Eso no quiere decir que repita la historia, ni que su gobierno vaya a ser noventista. Scioli va, viene, pega una voltereta. Si es necesario, se esconde, como en el debate del domingo pasado.

Y si algo falta para entender lo que está ocurriendo basta oir a Anibal Fernández y a Axel Kicillof saliendo, a coro, a desmentir a Urtubey, como si ambos hubieran recibido una orden de la única jefatura que comparten.

Scioli, mientras, mira para otro lado. Elude las definiciones.

Pero si uno escucha finamente, se puede percibir hacia dónde se dirige. Y más aún si mira los destinos aéreos de sus asesores: unos van a Wasington y otros a Lima, pero no para pelear por la unidad latinoamericana, sino porque se realiza allí la cumbre del Fondo Monetario Internacional.

Es lógico que, para justificar que lo votan, muchos kirchneristas comparen a Macri con Hitler. Es que correspondería votar a cualquiera contra el líder nazi. No hay nada peor que él. Pero ni Macri es Hitler ni Scioli es una "revolucionario de la Patria Grande", como lo definió, curiosamente, Evo Morales.

Scioli es, apenas, un espejismo. Alguien que quiere que cada uno vea en él sus deseos, sus esperanzas por contradictorias que sean.

O sea, un candidato.

Peronista, para más datos.

O sea: un misterio.

Lo que fue siempre.