El día que acusaron a Manzur de “truchar” cifras de mortalidad infantil

En su libro sobre el hambre, el periodista Martín Caparrós describió al candidato oficial Juan Manzur de una manera descarnada. Acá, el fragmento.

El día que acusaron a Manzur de “truchar” cifras de mortalidad infantil

Por: Mendoza Post

Martín Caparrós viajó por la India, Bangladesh, Níger, Kenia, Sudán, Madagascar, Argentina, Estados Unidos, España, solo para retratar el hambre en un libro que vio la luz en 2014.

Allí encontró a quienes, por distintas razones –sequías, pobreza extrema, guerras, marginación–, sufren ese flagelo.

“El Hambre está hecho de sus historias, y las historias de quienes trabajan en condiciones muy precarias para paliarla, y las de quienes especulan con los alimentos y hambrean a tanta gente. El Hambre intenta, sobre todo, descubrir los mecanismos que hacen que casi mil millones de personas no coman lo que necesitan”, asegura Caparrós.

Lo que no anticipa el autor es que en un tramo de su obra aparece una suerte de mini biografía de Juan Manzur, hoy candidato por el Frente para la Victoria a gobernar Tucumán. Lo que revela sobre quien fue ministro de Salud es escalofriante. Se transcribe textual:

El doctor Manzur llegó al ministerio de Salud de la Nación desde su Tucumán, donde tenía un récord extraordinario: en cuatro años había bajado la mortalidad infantil a la mitad. O, por lo menos, eso dijeron el gobierno y los medios oficiales cuando lo nombraron, invierno de 2009 —en lugar de Graciela Ocaña, que se había peleado demasiado con Moyano—. Manzur aparecía como la elección más lógica: un ministro que emplearía a fondo los métodos de gobierno consagrados por los doctores Kirchner. Porque ya un año antes diputados como Macaluse y diarios como Crítica de la Argentina —excelente nota de Mauro Federico, ahora en www.taringa.net— habían explicado el sistema Manzur para reducción del flagelo: truchar cifras.

Manzur festeja...

Así fue en Tucumán: según sus estadísticas, en 2002 murieron 24,3 menores de cinco años por cada 1.000 nacidos vivos; en el 2006 la cifra se redujo a 13,5. El entonces ministro González García dijo que no conocía “experiencia más rotunda, donde se haya bajado a la mitad los índices de mortalidad infantil en cuatro años”. Seguiría sin conocerla: no lo habían hecho. Lo que sí hizo el doctor Manzur fue mandar a anotar como “defunciones fetales” a los bebés más comprometidos —menos de un kilo al nacer— que morían en las primeras horas. Según todas las reglas internacionales, esos chicos deben ser considerados “nacidos vivos” y, por lo tanto, si mueren, son parte de la mortalidad infantil. Excepto en Tucumán. El milagro tucumano era un simple truco contable, una inflación convertida en dispersión de precios, un indec de muertes chiquititas: otro triunfo —patas cortas— del relato sobre la realidad.

El doctor Manzur, un precursor, fue premiado con el ministerio de Salud. Mientras, lamentablemente, la realidad sigue existiendo, y el ministro silente debe estar buscando algún número para explicar que los ocho chicos salteños no se murieron sino que tururú. Seguramente no se atreva a sugerir que los saquen de las estadísticas sanitarias y los pongan en las criminales: no querrá aceptar que esos chicos fueron asesinados por la desidia mortal del Estado argentino, del modelo argentino, de los grandes discursos argentinos.