Cuando Cristina tiene razón

Para ellos, todos mentimos, todos sesgamos y por eso el periodismo es, todo, una farsa.

Cuando Cristina tiene razón

Por:Ernesto Tenembaum
Periodista

El sábado por la mañana, el principal titular del diario La Nación informó que "el Papa pidió un mayor compromiso con la Justicia argentina". La nota central sostenía: "La sutil mención al 'compromiso para la justicia' en su 'amada patria' se produjo durante el vuelo entre Bolivia y Paraguay, cuando la Argentina transita un grave conflicto entre el gobierno de Cristina Kirchner y el Poder Judicial por la remoción de jueces y el reemplazo por magistrados y abogados de confianza de la Casa Rosada". Por la tarde del mismo sábado, la presidenta Cristina Fernández dedicó una sucesión de tweets -en tono indignado- a demostrar que el texto del Papa era casi idéntico al que había enviado a varios países de América Latina: en todos los casos, Jorge Bergoglio se refirió al "compromiso" con la "Justicia", de lo cual se desprende que no era una referencia al conflicto entre la Casa Rosada y los tribunales.

Se podría argumentar que la Presidenta está obsesionada por lo que los diarios dicen o dejan de decir de ella y le da una magnitud disparatada. Y, en gran parte de los casos, sería cierto. Se podría agregar que ninguna cobertura periodística ha producido un episodio tan estremecedor como las dos cartas que emitió Cristina después de la muerte de Nisman: en una decía que se suicidó, en otra que lo mataron, y hasta sugería quién era el homicida y su vínculo con Clarín. Ese solo episodio justificaría que, al menos, la Presidenta baje el tono en su crítica al periodismo. O que nadie mintió como el Gobierno con la inflación. Se podría decir que el Papa es un hombre tan complejo, o tan pícaro, que marea a cualquiera. Recibe a CFK pese a que Alfredo Leuco le envía una carta para que no lo haga, pero al mismo tiempo llama a Leuco a su celular para darle su apoyo. Al fin y al cabo, es el mismo que le envió un mensaje de solidaridad a Carlos Fayt en los días en que este sufría una miserable campaña orquestada desde el Gobierno. Sin embargo, nada de eso cambia lo central. CFK tenía razón en el planteo de fondo: el telegrama del Papa era una formalidad y no una toma de posición -ni sutil ni de ninguna otra naturaleza- sobre el conflicto entre el Gobierno y el Poder Judicial.

Se trata de un episodio menor y olvidable, si no fuera porque se produce en el medio de una seguidilla que, tal vez, merecería algún tipo de discusión entre quienes ejercemos el periodismo profesional. Cristina tenía razón el sábado, como Axel Kicillof tuvo razón cuando le adjudicaron cobrar un salario exorbitante de YPF, y Máximo Kirchner cuando le atribuyeron una cuenta en el exterior con insuficiente respaldo y en textos donde los verbos, mayoritariamente, estaban conjugados en potencial. De la misma manera, en los últimos días aparecieron, al mismo tiempo, en Clarín y La Nación, notas en las que se preguntaban cuánto tiempo falta para que estalle una crisis económica de proporciones -enfoque que es bien resistido entre los economistas serios, aún entre los más críticos al Gobierno-. E, incluso, algunos colegas muy respetables respondieron con crueldad a la noticia de que la columnista de 678, Sandra Russo, había pagado un rescate ante el secuestro virtual de su hija. Y eso para no hablar de la muy curiosa presión que se ejerció para que Martín Lousteau se baje de la segunda vuelta porteña.

"Hay gente que disfruta con la idea de reemplazar a 678 por un '876'. Se llama revanchismo".

Ese tipo de noticias -o de no noticias- y de reacciones, son ejemplos de un ejercicio bastante poco virtuoso de nuestro trabajo. Pero, en este contexto, supone algo más: concederle a aquellos que lo odian, que desearían un mundo sin periodistas, argumentos para que su posición suene más convincente. Si a eso se le agrega que, muchos profesionales vemos lo que está pasando, pero muy pocos son los que advierten su efecto nocivo sobre la profesión, por eso de que entre bomberos no nos pisamos la manguera, o por temor, o por no ser "funcionales" al enemigo, el panorama se torna más inquietante.

He discutido con amigos la crueldad de los comentarios tras el episodio que afectó a Russo. Muchos de ellos la justificaban en la crueldad previa de Russo y en la de 678. Si se aplicara la ley del Tallion, probablemente ella merecería ese tipo de trato. Y hay gente que disfruta con la idea de reemplazar a 678 por un "876", es decir, los mismos métodos, las mismas mentiras, la misma crueldad, la misma hipocresía, pero en sentido inverso: se llama revanchismo.

En estos años, en nombre del periodismo militante, se cometieron infinitas barbaridades. Han acusado a Eduardo Duhalde del asesinato de Mariano Ferreyra. Han justificado que se detuviera sin pruebas a Rubén Sobrero. Han aplaudido a Boudou, han dedicado horas y horas a demostrar la inocencia de Lázaro Báez. Han sostenido que Clarín tenía la culpa de la tragedia de Once porque apoyó las privatizaciones en los noventa. Han silenciado a las víctimas de ese desastre, aún cuando se trató de trabajadores de la misma empresa que ellos. Han denostado al Papa cuando no era Papa, y se han postrado ante él luego de su unción. Han hecho lo mismo con Daniel Scioli antes y después de su candidatura. Han mentido, han obedecido, han roto conflictos gremiales, han ocultado sus propias historias de complicidades y silencios, han abrevado en informes de inteligencia, han inventado y dado por cierto infamias contra candidatos opositores sobre el final de campañas electorales, han negado la inflación, justificado patoteadas, se han victimizado y han ocultado la vergonzosa fortuna presidencial. Se han degradado como pocas veces se ha visto desde 1983. Pero eso no es problema para ellos, porque no sostienen que sean buenos periodistas, sino que todos los demás son -somos- iguales, solo que con distinto patrón, dueño, empleador y objetivo político. Para ellos, todos mentimos, todos sesgamos y por eso el periodismo es, todo, una farsa.

La mejor arma contra ese argumento es la información precisa. Cuando se rebela el entramado de corrupción que rodea a Lázaro Báez, o los antecedentes de César Milani, o los beneficios de la Barrick Gold, o el vaciamiento que sufrió YPF antes de su estatización, o los negociados del vicepresidente, ellos quedan a la defensiva, balbuceando pavadas. En cambio, cuando se yerra, cuando se "manda fruta", cuando se adjetiva demasiado, cuando el periodista que razona es reemplazado por alguien cuyo enfoque siempre termina en que el Gobierno es el culpable, cuando se olvida que hay una realidad riquísima por fuera de la pulseada kirchnerismo/antikirchnerismo, cuando todo se torna previsible, entonces ganan los que odian al periodismo porque, en esos momentos, todos parecemos iguales.

¿Lo somos?

Cuando el diario El País de España cumplió 30 años, el escritor Manuel Vicent, pronunció un discurso, donde hizo alusión a algunos de estos dilemas.

En su párrafo central decía:

“En esta vida las personas se dividen en dos, en profesionales y en no profesionales. Y este principio rige tanto para asesinos como para poetas, pasando por los panaderos. He aquí otro aspecto de la fortaleza del periodismo. Al levantarse de la cama uno espera que la ducha no le abrase ni le congele, que el croasán del desayuno sea tierno y perfumado, que la calle haya sido barrida, que el conductor del autobús no dé bruscos frenazos, que el despacho esté ordenado, que el primer cliente acuda a la cita con puntualidad. Para que la vida transcurra con rigor y suavidad a cualquier hora del día, se necesita que unas personas hayan cumplido simplemente con su deber. No son héroes, sino ciudadanos corrientes que trabajan dentro de la normalidad. Detrás del café y el croasán que uno toma mientras lee el periódico hay un mundo de perfección. Del mismo modo que el conductor del autobús, el panadero o el lechero son buenos profesionales, también las páginas de un periódico solvente han sido trabajadas por periodistas oscuros que no equivocan nunca los datos, que contrastan los hechos, que no buscan el escándalo por sí mismo, que no quieren derribar a ningún gobierno, que sólo sienten pasión por la información rigurosa, caiga quien caiga, que aman la libertad de expresión hasta allí donde empieza la vida privada intocable de cada individuo. Los héroes de este oficio son aquellos periodistas que dan noticias fidedignas, emiten comentarios inteligentes y ponderados, conscientes de que la moderación es la conquista más ardua del espíritu y a la vez el arma la más certera”.

Bien escrito, ¿no?